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General: La Pirámide de Fuego
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De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 13/11/2010 00:48

La Pirámide de Fuego

Los dioses de los Cinco Rumbos: Los cuatro estados de materia con el
Supremo.

Tonacatecuhtli y Tonacacihuatl, padre y madre de los dioses: la
creación del, hombre y la mujer; la dualidad en el universo.

I
Por sobre todo, en todos los mundos y en todos los tiempos, existe
Tloque Nahuaque, Señor de la Intima Vecindad, Armonía
consciente, espíritu universal inimaginable, sin forma: el Absoluto.
De su seno nace Tonacatecuhtli Señor de Nuestro Sustento, padre de
todos los dioses y todos los mundos, creador de todos los cosmos:
todas las Galaxias.
De su seno nace Tzitzimime, Gigantes que descienden de lo Alto,
nuestra galaxia: la Vía Láctea. De su seno nace Tonatiuh, Señor de
Nuestro Sistema Solar, dador de vida a los planetas, plantas, bestias
y hombres: el Sol.
De su seno nacen sus hijos y sus hijas, que giran reverentes en su
rededor: Mixcóatl, la Culebra de Nube, Saturno; Tezcatlipoca,
el Espejo Humeante, Júpiter; Huitzilopochtli, el Mago Colibrí,
Marte; Itzpapalotl, la Mariposa de Obsidiana, Venus: Paynal
el Corredor Veloz, Mercurio: los planetas.
Y Tlaltecuhtli, Señor de nuestro planeta, viviente esfera de roca,
tierra, aire y anhelo: la Tierra.
Sobre la cual florece Xochiquetzal, Pluma Florida, diosa de todo
cuanto vive, crece, florece y se engendra sobre la tierra: la
Naturaleza.
Y de la Tierra y la Naturaleza nace Meztli, lo último, el fin: la
Luna.
Estos ocho niveles de la divinidad, cada uno de los cuales es nada
para aquel de quien procede, pero infinito para aquel a quien da vida,
semejan las ocho notas de la escala de la música cósmica.
Tonatiuh, Mixcóatl, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Itzpapalotl,
Tlaltecuhtli, Paynal, Metztli; como el Sol, los Planetas y la Luna,
suenan las ocho notas de la música solar.
Las ocho notas de la música de la Naturaleza suenan como héroes,
hombres, animales, insectos, plantas, suelo, rocas y metales.
Las ocho notas de la música humana suenan como espíritu, corazón,
cabeza, simiente, sangre, entrañas, nervios, y huesos.
Pues lo de arriba crea a lo de abajo, y lo de abajo refleja a lo de
arriba. Y el Universo es Tezcatlipoca, Espejo Humeante, en el que el
hombre todavía no ve con claridad.

II
Todas las cosas del cielo y de la tierra se crean por tres fuerzas.
Sin ellas nada puede producirse, manifestarse o desarrollarse.
De aquí que cada uno de los mundos no lo gobierne un dios, sino tres:
uno masculino, uno femenino, uno mediador; uno activo,
uno pasivo, uno imparcial.
Solamente Tloque Nahuaque es uno.
Tonacatecuhtli, Señor de Nuestro Sustento, y Tonacacihuatl, Señora de
Nuestro Sustento, reconciliados por Ometecuhtli, Señor de la Dualidad,
gobiernan todas las Galaxias.
Centzon Huitznaua, 400 al Norte, y Centzon Mimixcoa, 400 al Sur,
reconciliados por Tzitzimime, Gigantes que descienden de lo Alto,
gobiernan la Vía Láctea.
Solamente Tonatiuh es uno.
Tlaltecuhtli, Señor de la Tierra, y Tlazolteotl la Madre Tierra,
reconciliados por Coatlicue, Vestido de Serpiente, gobiernan nuestra
Tierra.
Xochiquetzal, Pluma Florida, Xochiplli, Príncipe Florido, y su hijo,
Cinteotl, Dios del Maíz, gobiernan la Naturaleza.
Metztli y su hermana Coyolxauqui, Pintada con Cascabeles y con
Cráteres, reconciliada por Tecciztecal, el del Caracol Marino,
gobiernan la Luna.
Mictlantecuhtli, Señor de la Muerte, y Mictlancihuatl, Señora
de la Muerte, reconciliados por Teoyaomiqui, Señor de los Guerreros
muertos, gobiernan al Mundo de los Infiernos.
Cada mundo es el juguete de tres dioses, tres fuerzas, y su campo de
juego. Y como uno u otro dios guía, como uno u otro dios sigue, como
uno u otro dios concluye, pueden surgir seis clases diferentes de
juego, seis procesos que crean cuanto ocurre
o puede ocurrir. Y las seis clases de juego divino deciden el
crecimiento,
la decadencia, la purificación, la enfermedad, la curación
y la regeneración de ese mundo.

III
Y como tres fuerzas lo crean todo, en todo cuanto es hecho hay cuatro
estados de materia, y cuatro deidades los gobiernan:
Xiutecuhtli, Señor del Año, gobierna la materia masculina, activa: el
fuego. Chalchihuitlicue, la del Manto Enjoyado, gobierna la materia
femenina, pasiva; el agua. Ehecatl, Dios del Viento, gobierna la
materia mediadora, imparcial:
el aire. Cihuacoatl, la Mujer Serpiente, gobierna la materia inerte,
carente de toda fuerza: la tierra.
Y como tres fuerzas lo crean todo, hay cuatro estados de tiempo,
cuatro estaciones del año, y cuatro deidades las gobiernan: Xipe
Totec, el Desollado, gobierna la estación ardiente, cuando
la tierra se desnuda: la Primavera. Tiáloc, El que hace Germinar,
gobierna la, estación húmeda, cuando la tierra se engalana: el Verano.
Chicomecoatl, la Séptima Serpiente, Diosa del Maíz, gobierna
la estación de los vientos, cuando la tierra se adorna: el Otoño.
ItzIacoliuhqui, Cuchillo enroscado, gobierna la estación terrosa,
cuando la tierra se despoja: el Invierno.

IV
El hombre no puede hacer. Cuando guerrea, ama, cosecha, son los ritmos
de los grandes dioses, los planetas, que sobre él actúan y le hacen
obrar.
Cuando el hombre comprende que de sí mismo nada puede hacer, puede
aprender a servir a los dioses. De aquí que deben ser conscientes de
los ritmos de los dioses. El calendario que gobierna
la vida del hombre, el tonalpohualli, se base en los ritos de los
planetas que giran más cerca de la tierra: Paynal, Mercurio;
Quetzalcoatl, Venus; Huitzilopochtli, Marte. Pues es Paynalquien
gobierna el movimiento y la danza de los hombres; Quetzalcoatl
gobierna su crecimiento y su fertilidad; Huitzilopochtligobierna la
lucha y la guerra de los hombres.
Y así como el Sol alumbra la tierra en la misma forma cada 365 días
así cada 117, Paynal brilla sobre la tierra en la misma forma, cada
585 días brilla Quetzalcóatl en la misma forma, cada
780 días brilla Huitzilopochtli en la misma forma.
De aquí que la semana sea de 13 días —factor de los ciclos de Paynal y
Quetzalcóatl; que el mes sea de 20 días —factor de Huitzilopochtli; y
el tonalpohualli, o año santo de los planetas, sea de 13 x 20, ó 260
días. Y paralelamente a este año santo de los planetas discurre el año
de Tonatiuh, el Sol, por el cual el hombre siembra, cosecha y reconoce
las estaciones. Y los dos años representan el doble juego de la
divinidad en los cielos; uno, el juego del Divino Muchos, y otro, el
juego del Divino Uno.
De modo que un tonalpohualli mide dos y un cuarto ciclos de Paynal, o
Mercurio; un tonalpohualli mide cuatro novenas partes
de un ciclo de Quetzalcóatl, o Venus; un tonalpohualli mide una
tercera parte de un ciclo de Huitzilopochtli, o Marte; un
tonalpohualli
mide dos tercios de un ciclo de Míxcóatl, o Saturno. El tonalpohualli
mide los ciclos de todos los planetas.
Y después de nueve tonalpohualli, Paynal, Quetzalcóatl
yHuitzilopochtli brillan todos sobre la tierra en la misma forma, todo
empieza de nuevo, se da una nueva oportunidad.
Después de setenta y tres tonalipohualli (52 años), este año de los
planetas coincide con el año de Tonatiuh, el Sol. Durante
cinco días se apagan todos los fuegos; luego se enciende un nuevo
fuego en la Montaña Sagrada, fuego recogido directamente del fuego
solar; y con gran regocijo se alumbran de él los fuegos de este hijo
del fuego del sol.
Después de ciento ocho tonalpoahualli (76 anos), los ritmos de los
planetas menores se unen a los ritmos de los planetas mayores.
Todos los planetas que dan forma y carácter al hombre brillan
juntos en la misma forma: tal es la duración de la vida de un hombre.
Y al cabo de seiscientos cincuenta y siete tonalpohualli (468 anos),
los ciclos de los planetas menores y el ciclo del sol terminan
juntos. Tonatiuh, Huitzilopochtli, y Quetzalcóatl brillan al mismo
tiempo, otra vez, en la misma forma. Esta es una edad, la duración de
la vida de una cultura.

V
En los cielos, por encima de la Tierra, navega Tecciztecal la Luna y
Tonatiuh el Sol. Y la tierra y todas sus criaturas yacen bajo su
poder.
Sobre la superficie de la tierra existen los reinos de la Naturaleza,
la informe vida de las aguas, árboles, insectos, animales y dos clases
de hombre. Una clase es el hombre ordinario, desnudo, inerme, siempre
amenazado por los dardos de la muerte. La otra clase es el hombre
superior. En la sombra del altar, las espinas del maguey de la
penitencia se transforman para él en las alas del alma,
y en sus manos equilibra los cuatro estados de la materia. Ha logrado
la conciencia, es; ha logrado el poder, y puede obrar.
El animal agonizante, atado al árbol de que se alimenta, entrega
su energía vital a Tecciztecal, la Luna, mientras su cuerpo,
convertido en cadáver, lo traga Tlaltecuhtli, la Tierra. Así, todo
devora y es devorado, come y es comido, en la jerarquía cósmica. Las
plantas se alimentan de los minerales, y éstas alimentan a los
animales. Los animales se alimentan de plantas y, a su vez, son
alimento para la Tierra. También el hombre, como organismo animal,
devora plantas y su cuerpo a su turno, es devorado por la Tierra. Y si
no es más que cuerpo no tiene otro destino.
Pero el hombre superior se nutre del sacrificio, desarrolla su alma y
su alma deviene el alimento de Tonatiuh, el Sol.
Así como las espinas del maguey descansan sobre el lecho de yerbas,
así el alma del hombre, liberada, descansa en la colina del cielo.

VI
El nacimiento del hombre: mediante Tlazolteotl, la Madre Tierra,
en su disfraz de Ixcuina, consumidora de lo rechazado que toma en sí
todo lo que muere y se pudre, y lo hace todo de nuevo, renovándose
incesantemente y renovando todo cuanto sobre
ella vive. Lleva su piel muerta, mientras debajo crece la nueva.
Encima y próximo a entrar al reino de la materia, está el germen o
símbolo del hombre por nacer; emerge desde la Madre Tierra al mundo de
los hombres. Pero Tezcatlipoca, un Halcón, heraldo de los dioses,
también está ahí. Sobre la cabeza el símbolo
de la Vía Láctea; sobre el pecho, el disco solar, y en sus manos
las alas del alma del hombre, la ofrenda de los dioses en el
nacimiento. Y entre la Madre Tierra y el Heraldo del Cielo se
encuentra
el símbolo de la naturaleza dual del hombre, el terrenal ciempiés de
su espina dorsal entrelazado con la serpiente celestial de la
conciencia que lo puede habitar.
Y otra vez, abajo, a la izquierda, lo que permanece cuando las alas,
la serpiente, han volado: el corazón del guerrero muerto y su cabeza
sobre el altar, el cráneo del prisionero muerto sobre el potro de las
calaveras. Porque la vida retornará a sus fuentes y el alma a su
principio.

VII
El hombre trepa por el Arbol de la Vida entre Tonatiuh, Señor
del Sol y de la Vida, y Mictlantecuhtli, Señor de los Infiernos
y la Muerte. Al pie del árbol, que crece entre símbolos que
representan a la Tierra, el Aire, el Fuego y el Agua, se reúnen las
partes constitutivas que intervienen en su concepción: la simiente con
la cual sus padres lo engendraron, el cerdo de la personalidad,
el águila del espíritu, y, en una canasta tachonada de estrellas,
los huesos de la mortalidad y las alas del alma.
La cima del árbol es la muerte donde brilla el mismo Sol, el sol de
medianoche, y desde el cual radian cuatro senderos o caminos.
De aquí surgen las alas del alma, por fin liberadas. Mientras
que encima sus varias partes separadas por la muerte, corren cada una
a su destino. A la izquierda, el campo de la muerte, va el cadáver
envuelto en su mortaja, la bestia que retorna a la raíz del árbol. A
la derecha, el lado de la vida, la serpiente de la conciencia
que vino del Sol y al Sol retoma, y el espíritu por el que el hombre
es transfigurado en el mundo estelar.
Y por encima de todo, vela la Vía Láctea de innúmeros soles.

VIII
Chalchiuhtlicue: la diosa del agua terrenal, de aquello que fluye,
corre, se derrama hacia adelante y hacia abajo, llegando
siempre a niveles más profundos. Chalchiuhtlicue hinche los frutos y
las flores únicamente para que decaigan. Chalchiuhtlicue llena la
jarra de pulque para que el hombre olvide. Chalchiuhtlicue,
corriente que desciende en el curso de los ríos, corriente que
fluye en el curso del tiempo, llevando a los hombres, los desechos y
los implementos de la guerra, inermes, a su fin inevitable.
Tlaloc: el dios del agua celestial, dios del vapor que se eleva desde
la tierra calentada por el Sol después de la lluvia, dios de la niebla
que se eleva en los valles al amanecer. Tlaloc: dios del agua que
retorna a su fuente, de las nubes que sobrenadan por encima de los
picos más altos, del húmedo incienso en el que se elevan las plegarias
del copal y de los sacrificios, Tlaloc: retorna del vapor que pugna
por elevarse; es el retomo del tiempo que pugna por volver hacia
atrás. Tlaloc: dios de la lucha contra la corriente, por quien el
héroe combate contra los torrentes, hacia su propio origen y
principio, hacia las alas de su alma, las alas que Tlaloc esconde en
su pasado.

IX
Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, se mueve entre los dioses
y los hombres. Pues Quetzalcóatl es Dios que posee al hombre, y hombre
que logra a Dios. La Serpiente Emplumada nace
cuando aquello que repta sobre la tierra crece alas para que lo eleva
al cielo. La Serpiente Emplumada es la astucia de la serpiente
unida al vuelo del águila; es lo que vive sobre la tierra pero
que pertenece al cielo. Quetzalcóatl es el Hombre Superior, el Círculo
Interno de la Humanidad, el eslabón entre los dioses y los hombres.
Todos los hombres están hechos de Tierra, Aire, Agua y Fuego,
criaturas de Cihuacoatl, Chalchihuitlicue, Ehecatl y Xiutehcutli.
Todos los hombres reciben sus formas de los planetas, por Mixcoatl,
Tezcatlipoca, Huítzilopochtli, Itzpapalotl, Paynal y Metztli.
Pero en su corazón y en su simiente, cada hombre tiene su propio
coatl, su propia serpiente, la energía de Tonatiuh, el poder del mismo
Sol. Y en esta serpiente duerme la conciencia. En esta serpiente se
halla escondida su divinidad. De esta serpiente han de crecer sus
alas.
En el hombre ordinario, la serpiente es de una sola cabeza, hiriente,
mordaz y sin control. La energía de Tonatiuh, con su don de
conciencia, escupe de ella, se hace veneno. El hombre ordinario
no puede conservarla, tampoco utilizarla.
Pero quien busca aprende a volcar su serpiente hacia dentro.
Y la serpiente hiere al enemigo que lleva en sí. Dispara hacia dentro
y hacia fuera. Crea la serpiente de dos cabezas. El hombre
se recuerda a sí mismo, en su misma vecindad. Tal es la serpiente
de dos cabezas.
El héroe aprende un gran secreto. Por el conocimiento, el esfuerzo, el
sacrificio, hace que su serpiente envaine sus colmillos y trague su
propio veneno. Y ¡he aquí que de la digestión de su propio veneno
crecen sus alas! Ha nacido en el Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada.
Se mueve entre los dioses y los hombres.
Pero Quetzalcoatl también es el planeta Venus. Como dios, es uno de la
triada con Itzapapalotl, la Mariposa del Obsidiana y
Tlahuizcaloantecuhtli, Señor de la mañana. Porque así itzpapalotl
gobierno el nuevo crecimiento, la muerte y el renacimiento
de las criaturas, así Quetzalcóatl gobierna el nuevo crecimiento,
la muerte y el renacimiento de las almas de los hombres.
En cuanto ser humano, enseña como los dioses pueden nacer
en los hombres; en cuanto ser divino, enseña como los hombres
pueden renacer en los dioses.

X
Hay una energía oculta en el corazón, viene de Tonatiuh, el Sol
y si el hombre la rinde devolviéndola conscientemente al Sol, deviene
inmortal. Más, para liberar esta energía es necesario el sacrificio;
el hombre ha de sacrificar los deseos y hábitos que adora;
sacrificarlos en sí mismo, y volver el cuchillo contra el enemigo
que lleva en sí y que mantiene prisionero al corazón.
En los últimos tiempos los hombres recordaban estas palabras.
Pero olvidaron su significado. Hicieron enemigos de otros hombres para
sacrificarlos y arrancarles el corazón, creyendo complacer
a Tonatiuh con semejante ofrenda. Tal fue la degeneración.
Era superstición. Cuando el temor se une al conocimiento, se hacen
cosas terribles.
Es uno mismo, en sí, quien ha de ser sacrificado. Es el propio
corazón el que se ha de arrancar del falso ser y ofrendar a lo alto.
¡Qué Xiutecuhtli, Señor del Fuego, queme mi falso ser!
¡Qué Itzapalpotec, Cuchillo de Obsidiana, mi corazón libere!

XI
Terrible es Itzlacoliuhqui, Cuchillo de Obsidiana, diosa del
sacrificio.
Maravillosa y terrible.
Pues el cuchillo del sacrificio libera a la sangre de todo: sangre
de los criminales lapidados, sangre del venado descabezado, también
sangre de la piedra que les mató, sangre del cuchillo mismo.
Sangre de la saeta del poder, sangre de la bolsa de incienso. Sangre
de la fuerza vital que vuela hacia la luna, sangre del alma misma.
Sangre del sistema solar, sangre de cada estrella.
¿Qué es esta sangre de la que participan las piedras con el alma, los
hombres con los soles? Es la unidad universal, la fuerza
creadora única, congelándose en miríadas de formas y que, al quedar
liberada por el sacrificio, regresa a la unidad.
Porque sacrificar es obrar con intención, obrar con conciencia.
Sacrificar lo que se nos ha de quitar de todos modos es defraudar
al destino que lo toma.
¡Defrauda a la muerte, sacrificando la vida!
Pues de la mano que esgrime el Cuchillo de obsidiana, diosa del
Sacrificio, brotan ya los gérmenes de la vida por venir.

XII
¡Avivad, pues, el fuego del sacrificio! ¿Se elevan ya las llamas en
el cerro de la Estrella hacia Cuihuacan, o es mi propio corazón el que
arde?
El ciclo de los años ha pasado, terminó la espera.
Venid y reuníos, peregrinos, que el cielo está encendido.
¡De Xochicalco a Teotihuacán se expande el rojo!
Un paso, otro paso, y otro . . .
Tan sólo doce breves pasos desde la caverna del vientre hasta
la conflagración final.
Ahora Cihuacoatl, Ehecatl, Chalchihuitlícue y Xiuhtecuhtli están
incendiando los cuatro elementos. Los siete dioses de los planetas
arrojan sus presas: Tlatecuhtli mis huesos, Metzli mis entrañas,
Paynal mis miembros, Itzpapalotl la dulce carne; Huitzilopochtlí
agrega mi pasión, Tezcatlipoca mi lástima, Míxcoatl mi frágil mente.
Chisporrotea el fuego en la consumación. ¡Alzaos, alzaos, oh llamas!
¡Cuánta luz, cuánto calor! ¡Qué
grandioso holocausto! El humo se levanta y vira, la obscuridad se
esfuma. Y las llamas se elevan hasta el trono de Tonatiuh, la purísima
llama.

Sistema cuarto camino

La Pirámide de Fuego de Collin Rodney

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