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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Alcoseri  (Mensaje original) Enviado: 03/01/2013 20:04

Acostumbrarse uno a sus ejercicios y métodos, al finaldebería poder hacer únicamente el número exacto de viajes requeridossin poner en peligro a ningún pasajero. También era necesarioreconocer el hecho de que en el caso del hombre, el cordero y la col, eranecesario llevar a algún pasajero de vuelta, aunque quizás pareciese una pérdida de tiempo. Utilizó el mismo "acertijo" como ejemplo de los"centros" o "cerebros" del hombre; el hombre representaba al "Yo" o ala conciencia, y los otros tres, a los centros físico, emocional y mental.Pasamos unas dos horas repitiendo todos los tacos que yo sabía, asícomo cuantas expresiones obscenas se me ocurrieron. Hacia las siete, le pareció que ya sabía el suficiente vocabulario de "argot" para la cena.Inevitablemente, empecé a preguntarme qué clase de gente vendría acenar. Al terminar la clase, me dijo Gurdjieff que para eso me habíaestado buscando, dado que yo fui la primera persona que, unos añosantes, le había dado a conocer el sabor y el sentido de palabras como"camelo" y "barruntar"; esos términos, al parecer, le habían venido muy bien en las conversaciones con sus alumnos americanos. —Son palabras muy buenas —dijo— crudas, toscas, sin refinar... comovuestro país.Cuando llegaron los invitados, vi que eran un grupo de neoyorquinos bien trajeados y de buenos modales; como Gurdjieff había ido aarreglarse para la cena, los saludé y, según instrucciones del propioGurdjieff, les serví una bebida.El no apareció hasta que la mayoría de los invitados llevaba en suapartamento casi media hora, y, al saludarlos, presentó sus excusas por el retraso, y se mostró muy efusivo en sus elogios de la belleza de lasdamas; dijo que se sentía muy honrado al ver que ellas accedían a ser huéspedes de un hombre pobre y humilde como él. Me sentí violento por lo que me pareció una forma muy burda de adulación y por la presentación que hacía de sí mismo, como un anfitrión muy obsequiosoque se sabe indigno de sus invitados. Sin embargo, comprobé, consorpresa, que su actitud dio óptimos resultados.Antes de sentarse a la mesa, todos los invitados se mostraban contentosy amables (sólo habían tomado una copa, así que no era por el alcohol),y empezaron a hacerle preguntas, en un tono humorístico y superior,sobre su trabajo y el motivo por el que había venido a América. El tonogeneral de las preguntas era aburrido —muchos de los presentes eran periodistas o reporteros—, y se comportaban como si les hubiesenencargado entrevistar a un chiflado. Pronto vi que tomaban nota,mentalmente, de sus respuestas, e imaginé el tipo de entrevista"divertida" que escribirían. Después de un rato de interrogatorio por parte del grupo, noté que la voz de Gurdjieff cambiaba de tono, y,mientras le observaba, me miró de reojo y me hizo un guiño repentino.Procedió entonces a decirles que, como todos ellos eran individuossuperiores, sabían, sin duda —ya que hasta una persona tan sencillacomo él lo sabía también— que la humanidad, en general, seencontraba en unas condiciones muy tristes, y que sólo podía pensarseque había degenerado hasta convertirse en materia de desecho, o,empleando un término conocido para todos, en pura "mierda". Esatransformación de la humanidad en algo carente de valor era obvia,sobre todo, en los Estados Unidos, y ésa era la razón por la que habíavenido: para observarla. Prosiguió diciendo que la causa principal deltriste estado del género humano era que a la gente —especialmente en Norteamérica— nunca le motivaban la inteligencia ni los buenossentimientos, sino sólo las necesidades —sucias, por lo general— desus órganos sexuales; por supuesto, utilizaba, al decirlo, todos los tacosque había practicado antes conmigo. Señaló a una mujer muy bienvestida y muy guapa, elogió su peinado, su ropa, su perfume... y dijoque, aunque tal vez no quisiera que nadie conociese los motivos que laimpulsaban ni supiera nada de sus ocultos deseos, podía ser sincera conél: la razón de haberse arreglado con tanto esmero era que tenía unfuerte deseo sexual (él lo expresó diciendo "ganas de joder") hacia una persona en particular, y ese deseo la atormentaba tanto que usabacuantos medios tenía a su alcance para llevarse a esa persona a la cama.Dijo que su deseo era especialmente fuerte porque contaba con una poderosa imaginación, que le permitía verse a sí misma realizando todotipo de actos sexuales con ese hombre —"como, por ejemplo, ¿cómollaman ustedes en inglés? ¿sesenta y nueve?" —. De ese modo, ayudada por la imaginación, había llegado a un punto en que estaba dispuesta ahacer cualquier cosa por lograr su objetivo. Aunque los comensalesestaban bastante sorprendidos (por no decir "excitados") al oír talesdisertaciones, antes de que ninguno de ellos tuviera tiempo dereaccionar, él se enfrascó en una descripción de sus habilidadessexuales y de su gran imaginación, y aseguró que era capaz de realizar actos sexuales de increíble variedad, tales como la dama en cuestión noera siquiera capaz de imaginar. Se lanzó después a la descripcióndetallada de las costumbres sexuales de diversas razas y culturas. Seña-ló que, aunque los franceses tenían fama mundial por sus proezassexuales, convenía que tomaran nota de que ellos, tan civilizados,usaban palabras como "Mamá" y "Mimi" para denominar algunas desus prácticas pervertidas y contra natura. Añadió, sin embargo, que paraser justo con los franceses, debía puntualizar que eran, en realidad, personas de gran moralidad y que se les entendía e interpretaba mal enlas cuestiones relacionadas con el sexo. Los invitados habían bebido mucho durante la cena —buen coñacañejo, como siempre— y, después de dos horas de conversación de tonosubido y salpicada de abundantes tacos, se sintieron por completodesinhibidos. Ya fuera porque todos creyeran y aceptaran que se leshabía invitado a una orgía o por cualquier otra razón, el resultado fue,en realidad, una orgía o, al menos, el comienzo. Gurdjieff les incitabahaciendo elaboradas descripciones de los órganos sexuales masculinosy femeninos y algunos de sus empleos más imaginativos; por último,los invitados, en su mayor parte, se amontonaron en grupos en lasnumerosas habitaciones del apartamento, en diversos grados dedesnudez. La dama tan bien vestida se las arregló para meterse conGurdjieff detrás del mueble bar y estaba muy ocupada tratando deseducirlo, ejercitando su "poderosa imaginación".En cuanto a mí, me vi acorralado en la cocina por una señora atractiva eimponente, que me dijo que era una verdadera vergüenza que Gurdjieff usara tales palabras en mi presencia, ya que no tendría más de diecisieteaños. Con gran sinceridad, le dije que era yo quien le había enseñadotodos esos tacos, y lo encontró divertidísimo; empezó a besuquearme ya manosearme, pero yo retrocedí y le dije que, por desgracia, tenía quefregar los platos. Al sentirse rechazada me miró echando chispas por losojos y me dijo que, si no aceptaba sus caricias se debía, sin duda, a queyo era "el mancebo de ese viejo verde", y que lo único que deseaba esque él "me jodierá". Quedé atónito al oír sus palabras, pero recordé lareputación de Gurdjieff, la depravación sexual que se le atribuía, y permanecí en silencio.Aunque el resto de los invitados estaba aún entregado con granentusiasmo a diversas prácticas, Gurdjieff, de improviso, sedesembarazó de la dama que estaba con él y exclamó, en tonoestentóreo, que todos ellos habían confirmado sus observaciones sobrela decadencia americana, y que no hacía falta que prosiguieran lademostración. Señaló a varios individuos, se burló de sucomportamiento y les dijo que si ahora eran, gracias a él, parcialmenteconscientes de su verdadera naturaleza, habría sido una lección de granimportancia para ellos. Añadió que merecía que se le pagara unalección como aquella, y que estaba dispuesto a aceptar cheques o dineroen efectivo. No me sorprendió demasiado, conociéndole y habiendo presenciado su actuación, descubrir que había recogido varios miles dedólares. Aún me sorprendió menos oír a uno de los invitados, que medijo "de hombre a hombre", que Gurdjieff, que se hacía pasar por filósofo, tenía sobre el sexo las mejores ideas que había oído nunca, yque contaba con una "tapadera" para ocultar sus orgías mejor que la denadie que él hubiera conocido.Cuando se fue todo el mundo, terminé de lavar los platos y vi, conasombro, que Gurdjieff entraba en la cocina y se ponía a secarlos y arecogerlos. Me preguntó qué me había parecido la reunión, y le dije,lleno de justicia e inocencia, que la había encontrado repugnante.También le conté mi enfrentamiento con aquella señora en la cocina, ysu descripción de mis relaciones con él. Se encogió de hombros ycontestó que, en tales casos, los hechos eran lo importante, lo únicoverdadero, y que nunca tenía que preocuparme la opinión de los demás.Después, se echó a reír y me dirigió una mirada penetrante. —Ahora, necesito hacerte una pregunta —dijo—: ¿por qué te ha parecido repugnante lo ocurrido?Cuando estaba a punto de salir de su casa, me detuvo y volvió areferirse a mi experiencia con aquella señora. —Seguro que ella tiene fuertes tendencias homosexuales —explicó—,ésa es la razón por la que te eligió a tí, porque, con tu aspecto juvenil, puedes parecer una chica. Pero no te preocupes por lo que ha dicho. Lasmurmuraciones respecto al sexo dan buena reputación en tu país, asíque no tiene importancia, tal vez "te hayas apuntado un tanto", como sedice. Algún día aprenderás más cosas del sexo, pero tendrás queaprenderlas por tí mismo, no puedo enseñártelas yo.

 



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