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De: Silvia777  (Mensaje original) Enviado: 28/04/2012 12:25






"Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan" (Hebreos 11:6).

En cierta ocasión, mientras Jesús discutía con los fariseos, un gobernante se le acercó, se arrodilló ante él, lo adoró y le pidió que resucitara a su hija recién fallecida. Una solicitud así era muy inusual, por lo que mostraba la desespera­ción del padre. Muchos le pidieron a Jesús que los sanara, pero ninguno fue tan atrevido como para pedirle que resucitara a un muerto.
Otra prueba de que se trataba de una petición extraordinaria es que, en lugar de enviar a un sirviente, el hombre se acercó personalmente Este es un ejemplo a seguir. No tenemos que confiar en las oraciones de los demás. Po­demos acudir directamente a Jesús para presentarle nuestros problemas y nuestro sufrimiento, sabiendo que nos escucha y que responderá según su sabiduría.
De inmediato, Jesús dejó la discusión con los fariseos y siguió al gobernan­te. Además de concederle lo que pedía, quería hacerlo en su casa. Parecía una petición imposible. En aquella época no había nadie que hubiera resucitado de entre los muertos. Sin embargo, de un modo u otro, aquel jefe de la sinagoga (ver Mar. 5:22; Luc. 8:41) sabía que, aun en sus primeros años de ministerio, Cris­to cumplía la descripción del tan esperado Mesías y estaba dispuesto a arries­gar su reputación por demostrar públicamente su fe. No cabe duda de que es­taba en juego la vida de su hija y que el afligido padre no podía menospreciar la posibilidad, por remota que fuera, de que Jesús pudiera devolverla a su familia.
¿No es magnífico que Jesús lea en nuestros corazones? A veces responde aun antes de que le pidamos nada. Otras, por su gran sabiduría, no nos da lo que pedimos, sino algo aún mejor. "Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, tenemos que aferramos a la promesa; porque el tiempo de recibir la respuesta ciertamente llegará y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. [...] Dios es demasiado sabio para equivocarse, y demasiado bue­no para negar un bien a los que andan en integridad"(El camino a Cristo, p. 143). Me alegro de que Dios no responda a todas mis oraciones, porque a veces pido cosas que no son lo mejor para mí. Hoy, mientras hable con Jesús, dígale que está convencido de que él hará todas las cosas por su bien.

No es más que un sueño


"Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación" (2 Corintios 1:7).

Jesús siguió al padre de la niña fallecida y los discípulos fueron tras ellos. Como predicadores de su doctrina, tenían que ser testigos de los milagros del Maestro.
El pequeño grupo se apresuró a la casa del gobernador, de la que salían ya fuertes lamentos mientras la familia se preparaba para el funeral. Una vez que hubieron entrado, apenas podían moverse a causa de la gente que se había agolpado. Jesús ordenó: "Apartaos".
A veces, cuando tenemos el corazón lleno de las preocupaciones del mun­do, a Cristo le resulta difícil entrar. Sin embargo, cuando estamos agobiados. Cristo nos dice: "Hazte a un lado, deja espacio para el que es el Consuelo de Israel". "Así como abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación" (2 Cor. 1:5).
Las plañideras se debieron preguntar por qué Jesús les pedía que se calla­ran. Tenían la costumbre de llorar como manifestación de respeto por el difun­to. Y Jesús les dio una buena razón para callar y hacerse a un lado. La niña", dijo, "no está muerta, sino que duerme". Entonces, en vez de llorar, la gente empezó a burlarse de Jesús. Todos en la casa sabían a ciencia cierta que la niña había muerto. Pero Jesús conocía su poder y se había propuesto convertir la muerte de la niña en un simple sueño. No hay mucha diferencia entre el sueño y la muerte, excepto en la duración de tiempo. Si el que es la Resurrección y la Vida dice que la muerte es un sueño, ¿quién se lo discute?
Para los que mueren en el Señor, la muerte no es más que un sueño. El sueño es una muerte corta y la muerte es un sueño largo. "Perece el justo, pero no hay quien piense en ello. Los piadosos mueren, pero no hay quien compren­da que por la maldad es quitado el justo; pero él entrará en la paz. Descansarán en sus lechos todos los que andan delante de Dios" (Isa. 57:1,2). Pero la muerte de los justos es especial, porque se la considera un sueño. Además de descan­sar de sus fatigas, reposan en la feliz esperanza de un nuevo y alegre despertar en la mañana de la resurrección, cuando se levantarán para una nueva vida. ¡Bendito Salvador!

                               Dios te bendiga


 

                                   Gracias a la hna. Silvia Rodriguez por el fondo








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