Dejo ir lo que no me es útil y reclamo libremente mi bien.
Soy libre para elegir en dónde enfocar mi atención. Si siento preocupación o temor, quizás tenga la tentación de culpar a los demás. En tiempos difíciles, puedo elegir conservar o dejar ir sentimientos negativos que me agobian.
Jesús enseñó que debo amar a Dios y al prójimo como a mí mismo. Sigo esa enseñanza cuando trato libremente a los demás y a mí mismo con amor y gratitud.
Crezco como una expresión única de lo Divino. Siento agradecimiento por la gente y las circunstancias en mi vida. En oración y contemplación, dejo ir cualquier temor o ira, y soy uno con la paz y la bondad de Dios. Soy libre para llevar una vida amorosa y pacífica.
Desde la angustia invoqué a Jah, y me respondió Jah.—Salmo 118:5