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 La luna y la rosa  En el silencio estrelladola luna daba a la rosa
 y el aroma de la noche
 le henchia, sedienta boca,
 el paladar del espiritu,
 que adurmiendo su congoja
 se abria al cielo nocturno
 de Dios y su Madre toda.
 Toda cabellos tranquilos,
 la luna, tranquila y sola,
 acariciaba a la tierra
 con sus cabellos de rosa
 silvestre, blanca, escondida.
 La Tierra, desde sus rocas,
 exhalaba sus entranas
 fundidas de amor, su aroma.
 Entre las zarzas, su nido,
 era otra luna la rosa,
 toda cabellos cuajados
 en la cuna, su corola;
 las cabelleras mejidas
 de la luna y de la rosa
 y en el crisol de la noche
 fundidas en una sola.
 En el silencio estrellado
 la luna daba a la rosa
 mientras la rosa se daba
 a la luna, quieta y sola.
 Miguel de Unamuno 
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