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 TESTIMONIO DE WALKER  
 EL HOMBRE ESTÁ DORMIDO   Poco tiempo después Ouspensky habló del importantísimo factor de la conciencia, y, como era característico en él, se zambulló directamente en el tema sin ninguna clase de preámbulos.  
 El hombre -nos dijo- está dormido. Dormido nace, dormido vive y dormido
 muere. La vida es para él sólo un sueño, sueño del que nunca despierta.
 Se me hace difícil recordar, después de todos los años que han pasado, 
cómo tomé este dramático anuncio, pero si mi memoria no me traiciona, no
 me ocasionó gran sorpresa. Mucha gente había estado haciendo 
comentarios sobre la calidad de sueño que tiene la vida, y recordé la 
historia narrada por aquel inimitable sabio chino de la antigüedad, 
Chuang Tzu, contemporáneo de Lao Tse. Cuenta cómo, después de haberse 
quedado dormido en su jardín, despertó y se vio en figurillas para saber
 cuál era el sueño y cuál era la verdadera vida.   Su narración es la
 siguiente: Ocurrió una vez que yo, Chuang Tz'u, soñé que era una 
mariposa que volaba de aquí para allá; una mariposa para todo fin y 
propósito. Sólo estaba consciente de seguir mi fantasía como mariposa 
que era, e inconsciente de mi individualidad como hombre. De repente 
desperté y me vi tendido ahí; había vuelto a ser yo mismo. Bien: no sé 
si entonces era un hombre que soñaba que era mariposa, o si ahora soy 
una mariposa que sueña que es hombre.   Pronto me di cuenta de que 
Ouspensky no estaba hablando en forma poética o figurativa sobre el 
hecho de que el hombre está dormido. Quería que tomáramos sus palabras 
literalmente, es decir, que todos nosotros estamos viviendo en un mundo 
de seres que caminan dormidos, mundo que está habitado por gente que se 
mueve dentro de un crepúsculo de conciencia, y sin embargo imaginan que 
están despiertos. Era una idea bien extraña, y sin embargo no del todo 
increíble. Un mundo dormido; gente que camina por las calles, se sienta 
en oficinas gubernamentales dirigiendo asuntos de Estado, se precipita a
 los lugares en donde tiene que depositar sus votos, imparte justicia 
desde los estrados tribunalicios, da órdenes, escribe libros, hace un 
sinfín de cosas; y todo eso en estado de sueño. Esto es lo que él quería
 decir.   Ouspensky dirigió enseguida nuestra atención al hecho de 
que en Occidente la palabra "conciencia" se usa en forma muy equivocada,
 no sólo en la conversación popular, sino también por parte de los 
psicólogos, que debieran saber algo más. La conciencia -dijo- no es una 
función, como afirman muchas obras occidentales sobre psicología, sino 
que es el conocimiento de una función. Por. ejemplo, hay- gente que 
emplea la palabra conciencia como si fuera sinónimo de pensar, si bien 
el pensamiento funciona sin el menor conocimiento de su existencia por 
parte del que piensa, y la conciencia puede existir sin que esté 
presente ningún pensamiento. La conciencia es una cosa variable que 
ejerce una influencia sobre la función, la presencia de un grado mayor 
de conciencia tiene el efecto de mejorar la calidad de nuestras 
distintas actividades.   Mientras más conscientes estuviéramos de 
estar haciendo algo, mejor lo haríamos. Ouspensky ilustraba lo que 
quería decir apelando a una analogía. Asimilaba los varios centros que 
habíamos estado estudiando en sesiones anteriores a otras tantas 
máquinas que se encuentran alojadas en una fábrica, máquinas que pueden 
muy bien trabajar en la oscuridad, pero que funcionan mucho mejor si se 
encienden velas en el hogar de la fábrica en que han sido instaladas.  
 Cuando la luz eléctrica sustituye a las velas, el desempeño de las 
máquinas mejora aún más, y cuando las persianas cerradas de las ventanas
 de las fábricas se abren de par en par y se deja entrar libremente la 
luz, las máquinas trabajan al máximo de su eficacia.   La luz 
representa aquí a la conciencia. Él nos decía que la experiencia habría 
de mostrarnos que el grado de nuestra conciencia varía a cada momento 
durante el día, siendo a veces un poco mayor y otras un poco menor. Si 
continuábamos observándonos a nosotros mismos con cuidado, veríamos que 
los momentos de "volver en sí" y darnos cuenta de nuestra existencia son
 muy cortos y están separados entre sí por largos lapsos de olvido de 
nosotros mismos, en los cuales pensamos, sentimos, nos movemos y 
actuamos sin estar conscientes en lo más mínimo de nuestra existencia. 
Es una insensatez decir, como lo dice mucha gente, que somos conscientes
 de nosotros mismos, y si fuéramos sinceros tendríamos que confesar que 
nos pasamos el día caminando dormidos, en un estado que se encuentra 
ubicado en algún punto entre el sueño que tiene lugar en la cama, y la 
vigilia o verdadero conocimiento de uno mismo. Hablamos, cumplimos con 
nuestros deberes, comemos y bebemos, escribimos cartas, hacemos la paz y
 declaramos la guerra, tomamos decisiones que creemos importantes, 
escribimos libros, todo ello en un estado de conciencia tan bajo que por
 lo general está más cerca de la condición de sueño, que de la de 
conocimiento de uno mismo. Sólo por un instante o dos nos tornamos 
ocasionalmente conscientes de nuestra existencia, y después, igual que 
una persona que se da vuelta en la cama y abre a medias los ojos, los 
volvemos a cerrar y volvemos otra vez a nuestros sueños.   Ouspensky 
señalaba que mientras más bajo fuera el nivel de nuestra conciencia, más
 ciegas y mecánicas habrán de ser nuestras acciones, y más subjetivos 
seremos en nuestras apreciaciones. Cuando una persona duerme en su cama 
durante la noche, interpreta los apagados mensajes que le llegan del 
mundo exterior en forma completamente subjetiva, incorporándolos a la 
estructura de sus sueños. Por ejemplo, la presión que hacen las ropas de
 la cama sobre sus pies, se convierte en un sueño en el que se imagina a
 sí mismo atrapado por el barro de un pantano, justo en el momento en 
que estaba escapando de algún enemigo. O una picazón a lo largo del 
nervio de los dedos, será interpretada por la persona que sueña como un 
ataque lanzado contra él por abejas irritadas. En otras palabras, las 
opiniones de un hombre sobre lo que le está sucediendo mientras duerme 
en su cama por la noche, son enteramente subjetivas, y tienen muy poco 
que ver con la realidad.   Cuando se levanta por la mañana es capaz 
de ver las cosas en forma un poco menos subjetiva, pero aun entonces es 
incapaz de verlas tal como realmente son.   Sólo en un estado 
superior de conciencia le es posible a un hombre verse a sí mismo y a 
las cosas que lo rodean como realmente son, y no simplemente como él 
imaginaba que eran. Ouspensky seguía diciendo que hay para el hombre 
cuatro estados posibles de conciencia, y que nosotros sólo conocemos dos
 de ellos, o sea, el sueño en la cama por la noche, y el estado de 
conciencia en que pasamos el día, estado que él proponía que llamemos 
"caminar en sueños". Por encima de estos dos estados que nos son 
habituales existen otros dos niveles superiores de conciencia, el 
primero de los cuales es el estado a que antes nos hemos referido como 
de recordación de sí mismo o verdadera autoconciencia. Ouspensky decía 
que éste está asociado con un nítido sentido de nuestra propia 
existencia, como asimismo con todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Es
 un estado de conciencia que alguno de nosotros puede haber 
experimentado accidentalmente, especialmente en la infancia. El cuarto, y
 más elevado estado de conciencia, es la Conciencia Objetiva, denominada
 a veces en la literatura como Conciencia Cósmica. Pueden también 
presentarse relámpagos de este estado de conciencia, que es el máximo, 
en hombres y mujeres completamente comunes, y aparentemente por 
casualidad, pero si uno se sumerge con más cuidado en la historia de los
 que lo han experimentado, encuentra con suma frecuencia que se habían 
sometido anteriormente a ciertas disciplinas interiores, y habían sido 
profundamente conmovidos en el plano emocional.   Las mejores 
narraciones sobre el estado superior de conciencia pueden hallarse en la
 literatura religiosa bajo el título de iluminación. Ouspensky afirmaba 
que en un estado de verdadera autoconciencia, un hombre es capaz de 
verse a sí mismo objetivamente, tal como realmente es, y que en el 
estado más elevado de todos, puede ver todas las cosas objetivamente. Es
 por esta razón que a este estado máximo de conciencia se le ha dado el 
nombre de Conciencia Cósmica u Objetiva. El camino que lleva a estos 
estados superiores de conciencia pasa a través del estado que está 
inmediatamente por debajo de él. De este modo la Conciencia Objetiva se 
alcanza por vía del estado intermedio de verdadera conciencia de sí 
mismo, de modo que el hombre que ha alcanzado este nivel, puede 
ocasionalmente experimentar relámpagos del nivel que está por encima de 
aquel, del mismo modo que la gente común que vive en un estado de andar 
despierta, puede ocasionalmente experimentar relámpagos accidentales de 
verdadera autoconciencia.   Cualquier persona puede alcanzar por su 
sola voluntad estos estados superiores, pero no en forma simplemente 
casual sino sometiéndose a un prolongado trabajo sobre sí misma y a una 
severa lucha interior. No obstante eso, el hombre tiene el derecho 
natural de poseer el tercer estado de conciencia. es decir; el estado de
 conocimiento de sí mismo, que había perdido por causa de una educación 
equivocada, erróneos métodos de vida y el descuido constante de las 
partes más elevadas de su naturaleza. Ouspensky decía que el sueño en 
que ha caído no era tanto un sueño natural, como un estado de trance que
 ha inducido en él los errores que hemos citado, y, siendo así, le es 
posible despertar de él y reclamar el derecho que tiene de un verdadero 
conocimiento de sí mismo. Pero para que esto ocurra, tres cosas son 
esenciales: primero, que el hombre se dé cuenta de que está realmente 
dormido; segundo, que reciba ayuda de alguien que se las haya arreglado 
para despertar, y que sepa por consiguiente cómo hay que hacerlo; y 
tercero, que esté dispuesto a trabarse en una lucha larga y muy difícil.
 Al llegar a este punto Ouspensky nos recordó que, aunque la idea de que
 el hombre está dormido es nueva para algunos de nosotros, no hay en 
ella absolutamente nada de novedoso. Se la puede encontrar en los 
Evangelios, donde palabras tales como "despertar", 'vigilar" y "dormir" 
eran repetidamente utilizadas por Cristo. Por ejemplo, se narra en el 
Evangelio que los discípulos de Cristo fueron negligentes y se quedaron 
dormidos en un momento crítico de la vida de su Maestro, cuando Él se 
había separado por un momento de ellos en el Jardín de Getsemaní para 
poder aislarse y orar solo. Pero -dijo Ouspensky- la gente no se da 
cuenta del sentido en que las palabras "dormir", "despertar" y 
"vigilar", son usadas en el Evangelio, sino que las interpreta 
equivocadamente o con un vago sentido poético. y aun cuando a esas 
personas se les hablara de este tercer estado de conciencia -de que es 
un estado de conocimiento de sí mismo, una sensación de estar presente, 
de estar allí, de pensar, percibir, sentir y moverse con un cierto grado
 de control y no simplemente en forma automática- dirán con frecuencia 
que éste es su estado usual, y que no ven razón alguna para considerarlo
 en alguna forma desacostumbrado. En otras palabras, se aferran a sus 
reconfortantes ilusiones de que son seres conscientes, capitanes de sus 
almas y dueños de su propio destino. Así las cosas, es de esperarse que 
gente como esa diera la explicación acostumbrada a las palabras "Velad y
 Orad", que pronunció Cristo.   Ouspensky nos aconsejó examinar por 
nosotros mismos esta idea de que el hombre está dormido, y ver si es 
verdadera o no. Sería un error -decía- aceptarla ciegamente o desecharla
 sin haberla examinado, como lo hace mucha gente, más particularmente 
porque es posible para nosotros despertar, aun cuando sea por un minuto o
 dos, en momentos críticos de nuestras vidas, en que una clara visión y 
una acción correcta son especialmente necesarias. Nos recordaba el hecho
 de que un aumento, por leve que fuera, de la conciencia, es suficiente 
para cambiar para mejor el funcionamiento de nuestras máquinas. "Pero 
-Ouspensky hablaba en ese momento con fuerte énfasis- el primer paso que
 deben dar es descubrir por sí mismos si es cierto o no, que no están 
presentes cuando están haciendo cosas, que tienen poca o ninguna 
responsabilidad por lo que está ocurriendo. Obsérvense a sí mismos con 
mucho cuidado, y verán que no son ustedes, sino ello, quien habla dentro
 de ustedes, se mueve, siente, ríe y llora en ustedes, tal como ello 
llueve, aclara y vuelve a llover fuera .de ustedes. Todas las cosas 
suceden en ustedes, y su primer tarea es observar y vigilar cómo 
sucede". Ouspensky sugería que hiciéramos solos un experimento muy 
simple, que él mismo había hecho cuando escuchó por vez primera esta 
idea del sueño y comenzó a trabajar sobre sí mismo. Nos recomendaba 
sentarnos solos en una habitación en la cual no corriéramos el peligro 
de ser molestados, mirando las agujas de un reloj colocado sobre una 
mesa cerca de nosotros, y ver durante cuánto tiempo podíamos mantener la
 siguiente idea y sensación:   Yo estoy sentado aquí mirando las agujas de un reloj, y tratando de recordarme a mí mismo".  
 Esto no le parecía a la mayoría de los oyentes de Ouspensky una empresa
 muy formidable, pero dos o tres experimentos sobre "Recuerdo de Sí" 
fueron suficientes para mostrarnos lo difícil que es en realidad. 
Pensamientos errantes no dejaban de invadir el círculo de nuestro 
autoconocimiento y arrojarnos fuera de él, de modo que repetidamente 
perdíamos la sensación de "Yo", para despertar uno o dos minutos después
 al hecho de que nos habíamos perdido completamente .en nuestra 
imaginación, y que estábamos ahora ante una mesa, mirando sin ver las 
agujas de un reloj. La sensación de "Yo" era evidentemente tan débil en 
nosotros -que no había nada que fuera tan insignificante como para no 
poder disiparla. Nos resultaba humillante descubrir con cuanta 
frecuencia desaparecíamos dentro de un terreno de nebulosa durante el 
experimento, para regresar sólo mucho después a lo que se suponía que 
debiéramos de estar haciendo. Pero Ouspensky nos urgía a que 
continuáramos repitiendo estos esfuerzos a pesar de todos nuestros 
fracasos, diciendo que el primer paso para poder recordarnos a nosotros 
mismos era que nos diéramos cuenta a fondo de nuestra incapacidad para 
hacerlo. También decía que mientras más notáramos nuestro actual estado 
psicológico de sueño, tanto más apreciaríamos la urgente necesidad de 
cambiarlo, Para mí la idea de que el hombre está dormido no presentaba 
dificultades particulares, y la acepté con mejor disposición que la 
anterior afirmación de Ouspensky de que somos máquinas, que todo sucede 
en nosotros y que no poseemos voluntad. La razón de la diferencia en mis
 actitudes hacia estas dos teorías complementarias puede explicarse 
fácilmente yo no había sentido todavía en mí mismo toda la fuerza de mi 
mecanicidad, mientras que había experimentado en mi infancia esas 
agitaciones en el sueño que Ouspensky había descripto como momentos de 
autorecordación casuales. Podía recordar cómo mientras corría en una 
cierta pradera en Suffolk me había detenido de repente mirando con 
sorpresa a mi alrededor, experimentando al mismo tiempo una sensación 
muy elevada de mi propia existencia. Esta aguda sensación de ser fue tan
 abrumadora que llegó en un momento a asustarme, y cada vez que se 
repetían esos instantes generalmente me quedaba parado en silencio hasta
 que hubieran pasado. Entonces la fuerte corriente de la vida se 
apoderaba de mí y me llevaba como ella, de modo que volvía a sumergirme 
en lo que había estado haciendo anteriormente. Después que hube crecido 
leí muchas ilustres obras psicológicas de autores occidentales, pero no 
pude encontrar en ninguna parte referencia alguna a los extraños cambios
 de conciencia que había experimentado. Ahora, por primera vez, estaba 
escuchando algo que echaba sobre ellos una luz nueva. Es por cierto 
asombroso que ningún psicólogo occidental haya mostrado el menor interés
 en estas fluctuaciones de la conciencia.   Es particularmente 
sorprendente que Freud, el hombre que tanto hizo por explorar las 
regiones del subconsciente y del inconsciente de la mente, jamás haya 
postulado la existencia de estados que están por sobre el nivel 
acostumbrado de conciencia. Si existen estados que están por debajo de 
este nivel, entonces seguramente es probable que existan también estados
 que están por encima de él. Sin embargo, Freud les dio deliberadamente 
la espalda a fenómenos de la superconciencia, a la que se conoce en la 
literatura religiosa como "iluminación". Su desdén por este tema 
probablemente pueda explicarse por el hecho de que era médico, y como 
tal se interesaba más profundamente por la psicopatología que por la 
psicología misma. Además sentía profundos prejuicios contra toda forma 
de sentimientos religiosos, y los desechaba por ilusorios. Sólo después 
de terminar mi examen de Freud, me volqué a William James, un genio 
psicológico con una visión mucho más amplia que la visión de Freud, 
cuando pude encontrar algo aplicable al tema en el que estaba tan 
profundamente interesado. 
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