En segundo lugar, dejad que cada nota, recordando la suya, este atento
al acorde. Oiga su propio sonido, sonando con los otros sonidos, sonando
simultáneamente. Dejad oír el sonido propio con Mi y Sol. Dejad a Marte
escuchar su nota junto con la de Júpiter y la Luna. Dejad escuchar la
nota del sacerdote mezclada con la del astrónomo y la del rey. Hasta
que, el despertar de las notas simples sea junto a la riqueza de los
acordes, aprendan a reconocer su infinita variedad, el sabor de acorde y
acordes, reconociendo la naturaleza de eso que suena y por qué.
Este es la segunda regla de la armonía.
En tercer lugar, dejad que cada nota acepte la clave de la armonía para
entrar, que siga ahora la nueva tónica que se le reveló. Que cada tipo
de utilidad sea lo que lo une a todos los demás: que todas las artes
lleguen a la mayor verdad: dejad que todas las naciones alcancen la
Escuela Superior: todos los creados al aún no nacido. Cada uno sirve
como tono en su día y edad: cada uno toque en el caramillo la sintonía
para toda la humanidad. Ahora ayudad a otros a encontrar su lugar, a
encontrarse, a elevarse, para cantar juntos, incorporándose a una clave
más alta.
Este es el tercer estado de armonía.
¿Y la
cuarta? La fe es la cuarta. ¿Si la nota no tiene fe en la música que se
ejecuta, en el Compositor, en el Director de Orquesta, en la santa
sinfonía, de que serviría? Sin la fe, cada nota es un inútil tedio. Con
fe, cada nota se sabe que no es, que no existe al hacer parte en el la
música infinita que es evocada. Y sabiendo esto, lo sabe todo, hasta la
ultima inspiración de la obra.
Esta es la cuarta regla de la armonía.
Y todo esto junto es la clave de la armonía.