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Estimado Sarvavid:
Te podría sugerir que tú mismo cambiaras,
que liberaras tu propia personalidad de muchos rasgos heredados y
recibidos durante tu educación, y que te
convirtieras en una persona eficiente que pueda responsabilizarse y
satisfacer sus propias necesidades y las de su familia; un buen amo de
casa. Pero cuando hacemos referencia a nuestros hijos presentes o
futuros, tú sólo formas el 50% del patrón genético de ellos; abría que
tomar en cuenta si tu actual o futura esposa también ha alcanzado ese
nivel de responsabilidad. Porque una pareja que no se complementa de una
manera armónica, daría por resultado condiciones no muy apropiadas para
el sano desarrollo de un hijo. La complementación de la pareja está
determinada por la esencia, por el Tipo, y como comúnmente sucede que
nos casamos con la persona que satisfaga o alegre a nuestra
personalidad, esa atracción y relación superficial no produce las
condiciones apropiadas y duraderas para el sano desarrollo de un hijo.
Todavía en algunos países orientales se recurre a la ayuda de
Astrólogos, por así decirlo, para que les indiquen si esa futura unión
matrimonial, o para la selección de la pareja, es apropiada y dará por
resultado una unión apropiada y duradera; aunque para nosotros parece
ser un comportamiento mitológico.
Así que viéndolo con amplitud, es poco lo que puedes hacer con respecto
a tus hijos. Tus futuros hijos requerirán forzosamente de una
personalidad para poder relacionarse e interactuar en la vida, y la
misma vida es la que determina el resultado de esa personalidad. Y por
vida significo todas las impresiones recibidas desde el exterior por el
niño. Los padres principalmente, la niñera, los programas de televisión,
su relación con otros niños de la familia o de otras personas, las
condiciones de crianza, la educación pre-infantil que ahora empieza
desde los tres años de edad porque parece ser que hay una especie de
liberación o descanso en la familia si mandamos al niño para que otros
los cuiden y condicionen lo más rápidamente posible. ¿Qué puedes hacer
tú al respecto? ¡Aislarlos o restringirlos! ¡Que no adquieran su propia
personalidad! Si lo ves con esa amplitud, captarás que es muy poco lo
que puedes hacer a ese respecto; la vida es muy basta y tú muy
insignificante en comparación con ella. Pero donde sí podrás
intervenir, si es que eres capaz, es que esa creación y educación de la
personalidad de ellos no sea totalmente sesgada, dejando abandonada a su
esencia. Y como la vida no les alimentará esa esencia, ahí está
precisamente tu posibilidad y responsabilidad.
Trata de mantener
viva su esencia, y como la esencia se nutre de imágenes, pues por eso la
recomendación de contarle historietas, cuentos, fábulas, donde se hable
de una especie de héroes (no como superman), héroes con una naturaleza
humana, en que tienen que sobreponerse a multitud de obstáculos externos
y debilidades internas para lograr sus metas personales o para
beneficiar al prójimo. Eso, aunado con una auto-disciplina, los ayudará a
un balance más justo para relaciones y transformaciones en su vida
futura.
Te puedo decir, que aún antes de que este Trabajo me
contactara, durante los viajes que realizábamos en familia, y donde
teníamos que dormir los cuatro en un mismo cuarto de hotel, durante las
noches, no se porqué, empecé a crear historias fantásticas y narrarlas a
mis hijos aun pequeños. Al irla creando y narrando simultáneamente, yo
mismo la vivía, tenía que encontrar cómo continuarla, así que al mismo
tiempo que mis hijos se extasiaban con las narraciones, a mí mismo me
pasaba lo mismo. Y esas historietas quedaban inconclusas, pero con una
continuación abierta y muy incierta. Y al día siguiente ellos mismos me
pedían que continuara la narración, y así día tras día. Ahora, después
que este Trabajo me ha contactado, y encuentro que ese tipo de cuentos
ayudan a mantener viva la esencia infantil, y lo verifico cuando mis
hijos ya adultos todavía de repente me piden que les cuente un cuento o
un tipo de historieta igual a las de aquellos años, se que aquellos
cuentos que parecían sin lógica alguna y con salidas o situaciones
insólitas, quedaron grabadas en las profundices esenciales.
Ahora ya sé cuál es mi deber para con mi reciente nieto, un simple
abuelo narrador de historietas. Cuando una participante auto nombrada
Zoe7, después de sugerirle que ejecutara unas ciertas tareas de Trabajo,
los resultados de esos ejercicios le ayudaron a recordar que su padre,
ahora ya fallecido, siempre le había contaba historias de derviches que
el mismo había vivido en su tierra natal; en ese momento fue consciente
de que lo más valioso que sembró su padre en su interior, fueron esas
historietas. Y ahora desea fervientemente ir a conocer esos lugares y
recorrerlos por sus propios pies, cuéstele lo que le cueste. . .
Estimado Sarvavid:-
Te planteas dos interrogantes, que para mí son importantes cuando menos intentar entender y algún día comprender.
La primer interrogante es: "¿Por qué es difícil el entender como piensan las mujeres?".
Pues, por eso mismo, porque nuestra manera o forma de pensar son
diferentes. Y la diferencia principal reside en dónde cada uno pone la
mayor importancia al percibir y pensar sobre las cosas y situaciones de
la vida. La mujer es práctica, atrapa fácilmente el potencial actual de
una situación presente, vive más en el aquí y en el ahora. Mientras que
al hombre le importa lo potencial futuro de una situación, lo que puede
llegar a ser esa situación, vive más en la imaginación. Por ejemplo en
lo que indicas en esta y en la anterior aportación se puede detectar en
ti ese forma de "pensar". Estás interesado en cómo educar a tus futuros
hijos, y ahora estás interesado en cómo interesar a tu futura esposa en
el Cuarto Camino, y mientras tanto la vida actual del presente se te
escurre entre los dedos de las manos; mientras que tu pareja está de
viaje, disfrutando todo lo que se le presente, si se le antoja un
vestido o una chuchería o un helado de chocolate con harta crema
chantillí, lo compra de inmediato, y no piensa en que ese dinero lo
podrá necesitar después.
En el libro de Gurdjieff, "Relatos . .
.", menciona muy poco a las mujeres, y cuando lo hace es para mencionar
su rol de "pitonisas", seres que pueden ver el potencial actual de una
situación. Las pláticas de la mujer son sobre su familia, sobre el
hogar, sobre, el esposo, sobre los hijos, sobre la carestía de las
cosas, etc.; mientras que las pláticas de los hombres son sobre quién va
a ser el próximo presidente, si la guerra en Irak no traerá
repercusiones, si a Pinochet o a Videla los van a sentenciar, sobre
quién va a ser el nuevo Papa, sobre si va a haber una reforma fiscal, si
el Real Madrid va a ser el campeón de la copa, etc.
La mujer
debe seleccionar la escuela donde estudien los hijos, el hombre la
aptitud y selección de su futura carrera. La mujer debe administrar y
ejercer el gasto diario para el sostenimiento del hogar, el hombre
ahorrar para los imprevistos futuros. La mujer ve un potencial actual
muy grande en su hijo, mientras que el hombre lo ve como una futura
prolongación de él. La mujer lo ve como Presidente, y el padre si es
doctor, pues lo ve como un futuro doctor.
En cuanto a tu segunda interrogante: "¿al estar despiertos se entiende más el pensar de todos los seres?".
Así es. Y la cumbre es aquello que llamamos "Amor". El amor real
provoca que un hombre se olvide de sí mismo y sólo piense y sienta en lo
necesario o requerido por la mujer amada, y viceversa. Cuando un hombre
ama, mientras va manejando de regreso al hogar, de repente dentro de él
ve que su mujer desea ir a un restaurante, y llegando a la casa, sin él
decir nada al respecto, a los pocos minutos su mujer le manifestará que
desea ir a cenar a un restaurante. Otras veces, en la misma situación,
mientras vas manejando sientes de repente aparecer en ti el deseo o la
necesidad de comer tu platillo favorito, y al llegar al hogar, descubres
con asombro que tu mujer preparó precisamente ese platillo, porque ella
pensó o sintió que a ti te agradaría. En el amor aparecen las
necesidades del ser amado, aún antes de que el ser amado las piense o
las sienta. Pero ese nivel está todavía muy alejado de nosotros, porque
nos extasía vivir en el nivel egoísta.
Primero debemos comenzar
nuestro Trabajo con lo que esté a nuestro alcance. Usas muchos
utensilios materiales: tazas, platos, sábanas, sanitarios, autos, ropa,
de jardinería, de plomería, de carpintería, de computación, libros,
zapatos, etc.; ¿te tomas la molestia de restituirlos a su estado
anterior después de usarlos? ¿Los lavas, los limpias, trapeas, los
guardas, los enaceitas, los boleas, los forras? ¿O esperas que los
utensilios materiales se cuiden por ellos mismos? ¿Y qué con respecto a
las plantas y a los animales domésticos? Todo lo inferior a ti, sean
cosas o seres vivos inferiores, tú eres el responsable de su cuidado.
¿Cumples actualmente con esa responsabilidad? Si no puedes tú ser
responsable de lo inferior, de qué sirve hablar de otras cosas que
estarían mucho más allá de esas simples responsabilidades.
¿Sabes cómo piensas tú? Es más, ¿piensas realmente o simplemente asocias
pensamientos del pasado? Trabajar sobre eso sería correcto para ti
actualmente, pero es mucho más cómodo imaginar y desear saber qué
piensan los demás, como que eso nos haría más poderosos. Pero el poder
real es el poder que logremos para controlarnos a nosotros mismos, pero
en vez de afrontar eso, lo esquivamos y vamos por ahí predicando que los
demás no saben ni pueden controlarse.
Entonces estar despierto
significaría: ¿darse cuenta de las cosas que son necesarias y hacerlas? Y
dormido: ¿será estar soñando en lo que no es necesario? . . .
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Primer
Anterior
2 a 3 de 3
Següent
Darrer
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EL MAGO.-
En una radiante mañana de verano de 1917, una atractiva rusa de unos
treinta años se hallaba sentada en el café Phillipov, en la Nevsky
Prospekt de San Petersburgo, esperando
la llegada de su amigo Peter Demianovitch Ouspensky. Cosa inhabitual en
él, Ouspensky se retrasaba. Cuando finalmente llegó con aire apresurado,
se hallaba en un estado de excitación poco usual en él. Sus primeras
palabras fueron: «Creo que esta vez hemos encontrado lo que
necesitábamos». A continuación, le contó que en Moscú, en 1915,
había conocido a un notable profesor que hablaba con gran conocimiento y
autoridad de los problemas fundamentales de la existencia humana. Su
nombre era George Ivanovitch Gurdjieff. Añadió que Gurdjieff había
llegado a San Petersburgo, y en ese momento les esperaba en otro
establecimiento Phillipov, al otro lado de la calle. He aquí las
palabras de la mujer, Anna Butkosvsky:
Cuando entré en el otro café Phillipov vi a un hombre sentado en una
mesa situada en un rincón. Vestía un abrigo negro ordinario y el alto
gorro de astracán que llevan los rusos en invierno. Sus rasgos finos y
viriles y su mirada, que parecía atravesarte (aunque no de una manera
desagradable) denotaban su ascendencia griega. De cabeza ovalada y tez
olivácea, tenía ojos oscuros y su bigote era negro. De apariencia
tranquila y relajada, hablaba sin gesticular. Estar sentado a su lado
resultaba muy agradable. Aunque no era su lengua nativa, hablaba el ruso
con fluidez, de forma diferente a como lo hacemos nosotros, más exacta y
muy pintoresca. En ocasiones hablaba con una voz «perezosa», formando
cada frase con sumo cuidado para adecuarlas al momento concreto,
evitando las frases hechas que se utilizan normalmente en la
conversación, desprovistas de poder creativo y de individualidad. Uno
comprendía inmediatamente que tenía un don para asociar palabras de manera expresiva. Allí estaba yo sentada, pensando que me hallaba por fin en presencia de un gurú. Gurdjieff causaba la misma impresión a todo aquel que le conocía.
Tenemos tal vez una docena de relatos en los que sus alumnos describen
su primer encuentro con él. Casi sin excepción, mencionan esa «mirada
que te atravesaba». Un joven oficial llamado Thomas de Hartmann conoció a
Gurdjieff en esa misma época. Mientras se acercaban hacia él dos
hombres de bigotes negros y vestidos con abrigo oscuro, se preguntaba
quién de los dos era Gurdjieff «pero mi incertidumbre se disipó al
instante, al ver los ojos de uno de ellos.» J. G. Bennett, que conoció a
Gurdjieff en Constantinopla en 1920, escribió: «Vi ante mí los
ojos más extraños que haya visto nunca. Eran tan diferentes entre sí que
me pregunté si la luz no me había jugado una mala pasada». Todas estas
impresiones diversas pueden quedar resumidas en las palabras que
escribió la esposa del físico Kenneth Walker cuando conoció a Gurdjieff
en París, en 1948: «La impresión fundamental que produjo en mí fue de un inmenso vigor y fuerza concentrada. Tuve la sensación de que no era realmente un hombre, sino un mago».
En efecto, Gurdjieff era una especie de mago. No cabe duda de que
poseía poderes mágicos o psíquicos, pero aparentemente no les concedía
importancia. La preocupación fundamental de Gurdjieff eran las
potencialidades de los seres humanos, o, más específicamente, de la
conciencia humana. Ouspensky lo expresó claramente en un breve libro
titulado La psicología de la evolución posible del hombre, en el que
afirma que la psicología corriente se preocupa por el hombre tal como
existe realmente. Pero hay otro tipo de psicología que estudia al hombre
«no desde el punto de vista de lo que es, o de lo que parece ser, sino desde el punto de vista de lo que puede llegar a ser; es decir, de su evolución posible». Expresada de este modo, la idea parece vaga y general. Pero el
enfoque de Gurdjieff era preciso y particular. En los escritos de sus
discípulos encontramos numerosos relatos sobre la forma en que actuaban
sus notables poderes. Fritz Peters, un norteamericano que conoció a
Gurdjieff desde la niñez, nos ha dejado una descripción de lo que
ocurrió cuando le visitó en París, inmediatamente después de a Segunda
Guerra Mundial. Sus experiencias de guerra habían llevado a Peters al
borde de una crisis nerviosa. En cuanto le vio, Gurdjieff comprendió que
estaba enfermo. Cuando llegamos a su apartamento, me condujo a
través de un largo vestíbulo hasta una habitación en penumbra, me señaló
la cama, me indicó que me acostara y dijo: «Ésta es tu habitación
durante todo el tiempo que la necesites». Me tumbé sobre la cama y
él salió del cuarto sin cerrar la puerta. Al verle, había sentido un
enorme alivio y una emoción tan intensa que comencé a llorar
desconsoladamente y empecé a sentir un martilleo en la cabeza. No
podía dormir y por ello me levanté y fui a la cocina, donde le encontré
sentado a la mesa. Se alarmó al verme y me preguntó qué me sucedía. Le
dije que necesitaba una aspirina o alguna otra medicina para el dolor de
cabeza, pero él hizo un gesto negativo, se levantó y señaló la otra
silla que se hallaba junto a la mesa. «No te daré ninguna medicina-dijo
en tono firme-. Te prepararé un café que beberás todo lo caliente que
puedas». Me senté a la mesa mientras él preparaba el café. Me lo sirvió y
caminó por la pequeña habitación hasta detenerse ante el frigorífico.
Allí permaneció observándome. Yo no podía apartar los ojos de él y
me di cuenta de que parecía muy cansado. Nunca había visto a nadie con
aspecto tan fatigado. Recuerdo que me desplomé sobre la mesa mientras
bebía el café y que en seguida comencé a sentir una extraña carga de
energía en mi interior. Me enderecé de inmediato y le miré fijamente y
fue como si una violenta luz eléctrica emanara de él y penetrara
dentro de mí. Mientras ocurría eso, sentí que desaparecía mi cansancio,
pero al mismo tiempo su cuerpo se desplomó y su rostro adquirió un tono
grisáceo, como si la vida escapara de él. Le miré atónito, y cuando vio
que yo estaba sentado erguido, sonriente y lleno de energía, dijo
rápidamente: «Ahora estás bien. Vigila la comida que está en el fuego.
Tengo que marcharme». Había un tono de urgencia en su voz y yo me
levanté rápidamente para ayudarle, pero me detuvo con un movimiento de
la mano y salió lentamente de la habitación.
Al parecer,
Gurdjieff, de alguna manera, había vertido energía vital en Peters
mediante algún proceso psíquico, o bien había estimulado la fuente de
vitalidad en el propio Peters. Sea como fuere, eso había dejado exangüe a
Gurdjieff. Peters afirma: «Estaba seguro... de que sabía transmitir
energía hacia los demás; también tuve la certeza de que eso suponía un gran desgaste para él».
Lo que ocurrió después es también muy significativo.
Durante los minutos siguientes se hizo evidente que sabía renovar su
energía rápidamente, pues cuando regresó a la cocina observé sorprendido
el cambio que se había producido en él. Parecía de nuevo un hombre
joven, alerta, sonriente, astuto y lleno de buen humor. Dijo que había
sido un encuentro afortunado, que si bien le había obligado a hacer un
esfuerzo casi imposible, había resultado -como yo había presenciado- muy
positivo para ambos.
Las palabras de Gurdjieff tienen una gran
importancia. Cuando Peters llegó al apartamento, él tenía aspecto
cansado («nunca había visto a nadie con aspecto tan fatigado»). Hizo un
esfuerzo que le agotó aún más, al transmitir vitalidad a Peters. Y
luego, al cabo de quince minutos se encontró totalmente fresco y
renovado. La cuestión parece clara. El propio Gurdjieff había olvidado
que tenía el poder de renovar su energía, hasta que el agotamiento de
Fritz Peters le obligó a realizar un enorme esfuerzo. Antes de que
apareciera Peters, Gurdjieff había considerado su fatiga como algo
inevitable. A1 verter energía en Peters recordó que tenía poder para
obtener de alguna forma energía vital. Ésa es la razón por la que le
dijo a Peters que su encuentro había sido afortunado para ambos.
Esta historia nos permite comprender por qué la esposa de Kenneth Walker
pensaba que Gurdjieff era un mago. También pone de relieve que sus
poderes «mágicos» no eran del tipo de los que normalmente asociamos con
«ocultistas» o magos famosos como Madame Blavatsky o Aleister Crowley.
Según algunas historias, Madame Blavatsky hacía que resonaran golpes
por toda la habitación, y Crowley lograba que algunas personas caminaran
a cuatro patas y aullaran como perros, pero en ningún caso se ha
mencionado que consiguieran producir en alguien un efecto tonificante de
estas características. Ni siquiera hay que pensar que Gurdjieff
revitalizó a Peters mediante alguna forma de transferencia
telepática de energía; probablemente, un psicólogo afirmaría que lo hizo
mediante alguna forma de sugestión.
Por lo que respecta al poder
de Gurdjieff para renovar su propia energía, los psicólogos del siglo
XIX habían comprendido su esencia, varios decenios antes de la época de
Freud y Jung. William James se refiere a este aspecto en un importante
estudio titulado «The Energies of Man».
A todos nos resulta familiar la sensación de estar más o menos vivos según los días.
Sabemos que existen energías latentes en el individuo, que las
emociones de ese día no consiguen despertar pero que podrían aparecer en
primer plano si éstas fueran más intensas. Muchos nos sentimos como si
una especie de nube se cerniera sobre nosotros, impidiéndonos desplegar
nuestra mayor claridad de discernimiento, seguridad en el razonamiento y
firmeza en las decisiones. En realidad, estamos sólo parcialmente
despiertos. Nuestra pólvora está mojada. Solamente utilizamos una
pequeña parte de los recursos mentales y físicos posibles. En algunas
personas esta sensación de sentirse desprovisto de sus propios recursos
es extrema, y en tales casos se producen las temibles enfermedades
neurasténicas y psicoasténicas que describen los libros de medicina, en
las que la vida aparece encerrada en un tejido de imposibilidades.
En general, pues, el hombre vive muy alejado de sus límites; en tanto
posee diversos poderes que habitualmente no utiliza. La energía de la
que hace uso queda por debajo de su maximum y se comporta también por
debajo de su optimum. Tanto en las facultades elementales, como en
la coordinación, en el poder de inhibición y control, en todo lo que
podamos pensar, su vida queda reducida como el campo de visión de un
individuo histérico, pero con menos excusa, pues el pobre histérico es
un individuo enfermo, mientras que en el resto se trata tan sólo de un
hábito inveterado y negativo: el hábito de inferioridad respecto a nuestro yo total.
James cita el conocido fenómeno de la fatiga / recuperación como
ejemplo de ese poder de utilizar las reservas vitales. Al hacer algún
trabajo, afirma, solemos detenernos cuando nos sentimos cansados, cuando
nos encontramos ante las primeras manifestaciones de fatiga. Si nos
obligamos a continuar, ocurre algo sorprendente. La fatiga se hace más
intensa, hasta llegar a un punto en que de pronto desaparece y nos
sentimos mejor que antes. James dice que uno de los métodos habituales
de tratamiento de los pacientes «neurasténicos» en el siglo XIX
consistía en forzarles a realizar un esfuerzo más intenso de lo normal.
«Primero se llega al agotamiento extremo pero luego se produce un alivio
inesperado». Y añade: «Vivimos obligados a detenernos por diversos grados de fatiga a los que el hábito nos hace obedecer».
James define con esta frase la esencia de la obra de Gurdjieff. Es
cierto que las ideas de Gurdjieff cubren una gran variedad de campos: la
psicología, la filosofía, la cosmología e incluso la alquimia. Pero la
idea central de su obra es el concepto de que poseemos poderes más
amplios de lo que pensamos y de que nuestras limitaciones aparentes
son consecuencia de una forma peculiar de pereza, una pereza que se ha
hecho tan habitual que ha llegado a convertirse en un mecanismo.
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CONTINUACION DEL MAGO.-
¿Cómo podemos controlar o desactivar ese mecanismo? En su estudio de las
reservas vitales, William James señala que recurrimos a esos poderes
más profundos cuando nos vemos estimulados por una crisis o por un agudo
sentido de urgencia, por una finalidad. Menciona el caso del coronel
Baird Smith, encargado de la defensa de Delhi durante las seis
semanas en que la capital fue asediada por un motín de nativos en 1857.
Su boca y su cuerpo estaban cubiertos de llagas; uno de sus tobillos
estaba amoratado y ulcerado, y la diarrea había debilitado su cuerpo
hasta convertirle en una sombra. Incapaz de comer, se mantenía
prácticamente a base de coñac. Sin embargo, eso no parecía afectarle. La
crisis -la necesidad de proteger las vidas de las mujeres y los niños-
le mantuvo en tal estado de determinación que le hizo permanecer alerta y
lleno de energía durante todo el asedio. Sin duda, hizo lo mismo que Gurdjieff cuando dejó a Fritz Peters sentado en la cocina: buceó en su interior y encontró sus reservas vitales.
De hecho, este método de buscar deliberadamente un estímulo, una
emoción, incluso una crisis, es uno de los sistemas preferidos por el
hombre para escapar al sentimiento de que «una nube se cierne sobre
nosotros». Por ejemplo, el ama de casa que se siente deprimida sale a la
calle y se compra un sombrero. El hombre que está aburrido se
emborracha, y el adolescente descontento roba un coche o descarga su
rabia en un partido de fútbol. En general, cuanto mayor es la
potencialidad de realización de una persona, con más fuerza trata de
oponerse a ese sentimiento de sentirse «apartado de sus recursos». El
capitán Shotover, en la obra de Shaw, le dice a Ellie Dunne: «A tu edad
perseguía la dureza, el peligro, el horror y la muerte para poder sentir
la vida dentro de mí con mayor intensidad». No es otra la motivación
que llevó a Ernest Hemingway, por ejemplo, a utilizar gran parte de su
tiempo cazando, toreando y trabajando como corresponsal de guerra.
Este deseo de romper las ataduras de su propia pereza puede conducir al
hombre a actuar incluso en contra de su interés. Van Gogh renunció a un
cómodo trabajo como comerciante de obras de arte para ir a predicar a
los mineros belgas. Lawrence de Arabia rechazó diversos nombramientos de
su gobierno para convertirse en un piloto más de la R.A.F. El filósofo
Wittgenstein renunció a una fortuna heredada para ser un maestro de escuela mal pagado.
A todos estos individuos les guiaba la necesidad de huir del
sentimiento de estancamiento. Su objetivo era escapar a la «neurosis del
hábito», el «hábito de inferioridad con respecto a nuestro yo total».
Ahora bien, sin duda es un tanto absurdo buscar
deliberadamente el peligro o la incomodidad, ya que, por otra parte,
pasamos tanto tiempo de nuestras vidas intentando evitarlos. Deben
existir otras formas de alcanzar nuestras reservas vitales que no
impliquen arriesgar nuestra vida o dormir en una cama de clavos. Por
ejemplo, es claro que no es la crisis en sí misma lo que crea el fluido
de energía vital, sino la respuesta ante esa crisis. Es como si una voz
interior diera una orden que hace que algo dentro de nosotros se ponga
en situación de alerta. La respuesta del coronel Baird-Smith ante el
motín fue la de ordenarse a sí mismo continuar, ignorar el dolor y el
hambre hasta que la crisis estuviera controlada. El motín sólo le hizo
tomar conciencia de la gravedad de la situación, a la cual respondieron
sus «reservas vitales». Y si un hombre puede generar ese sentido de la
urgencia, de la necesidad de esfuerzo, debe ser capaz de hacer acopio de energías sin la necesidad de que se produzca un motín.
¿Cómo conseguirlo? Según Gurdjieff, la respuesta tiene dos partes. En
primer lugar, el hombre debe comprometerse totalmente en la tarea de
superar sus limitaciones normales. Se requiere la dedicación que llevó a
algunos santos a permanecer en lo alto de una columna. En segundo
lugar, debe comprender el funcionamiento de esa complicada
computadora que alberga el espíritu humano. (Gurdjieff murió antes de la
época de las computadoras, por lo cual utilizó la palabra «máquina»;
sin duda habría considerado que el término «computadora» era más
conveniente y preciso.) «Comprender la máquina». Este cuerpo es una
computadora y también lo es este cerebro. Como todas las computadoras,
pueden ofrecer muchas más respuestas de las que solicitamos. Pero sólo obtendremos respuestas más completas cuando las comprendamos perfectamente.
El método de Gurdjieff para conseguir el primero de esos objetivos
consistía simplemente en exigir un nivel de dedicación muy por encima de
lo habitual. Cuando Fritz Peters, que a la sazón contaba once años, le
dijo que quería «saberlo todo respecto al hombre», Gurdjieff le preguntó
con tono insistente: «¿Me prometes hacer algo por mí?» Peters respondió
afirmativamente y entonces Gurdjieff señaló con la mano los extensos
prados del Chateau du Prieuré y le dijo que debía cortar el césped una
vez a la semana. «Golpeó la mesa con el puño por segunda vez. "Debes
prometerlo por tu dios". Hablaba con un tono de gran seriedad. "Debes
prometerme que lo harás pase lo que pase... Debes prometerme que lo
harás pase lo que pase, no importa quién trate de impedírtelo".» Y
Peters añade: «Habría muerto en el intento de haber sido necesario».
De hecho, Gurdjieff le hizo trabajar cada vez con más intensidad hasta
el punto de que podía cortar el césped de todos los prados en cuatro
días.
El principio subyacente aquí es similar al del
entrenamiento de un comando: se obliga al recluta a superar obstáculos
cada vez más difíciles hasta que es capaz de comer alambre de espino
para el desayuno. Ésta era la base del método de Gurdjieff. Pero no se
trataba simplemente de desarrollar la fuerza y la atención. El trabajo
duro puede llegar a convertirse en un simple hábito como cualquier otro.
El objetivo de Gurdjieff era también persuadir a sus discípulos de que
no adquirieran hábitos. El hábito aparece cuando se hace algo
mecánicamente, con la mente «en otra parte». Los discípulos de Gurdjieff
tenían que trabajar duro, pero era importante que se mantuvieran en un estado de intensa conciencia.
En una etapa temprana de su vida, que en el próximo capítulo
consideraremos con mayor atención, Gurdjieff se familiarizó con algunas
danzas orientales que exigían una extraordinaria complejidad de
movimientos. Quien haya intentado darse palmadas en la cabeza con
una mano mientras se frota el estómago con la otra sabrá cuán difícil
resulta. Gurdjieff ideó una serie de danzas en las que el alumno tenía
que hacer algo no sólo con ambas manos sino también con los pies y la
cabeza. Estas danzas se convirtieron en una parte esencial del
entrenamiento para el «trabajo». Su objetivo era ampliar y extender las
posibilidades del cuerpo, lo que Gurdjieff llamaba «el centro de
movimiento». Es cierto que estas danzas (o «movimientos») podían llegar a
ser habituales. Pero en determinadas circunstancias resultaban de una
eficacia sorprendente para alcanzar nuevos modos de conciencia. Uno
de los ejemplos más notables lo hallaremos en la autobiografía de J. G.
Bennett, Witness, donde se describen las experiencias de Bennett con
Gurdjieff en Fontainebleau (el Prieuré) en 1923.
Bennett padecía una disentería, que había contraído en Oriente.
Cada mañana me resultaba más difícil levantarme de la cama y mi cuerpo
sufría por efecto del duro trabajo bajo el calor del sol. La diarrea
constante me debilitaba, pero de alguna manera conseguía salir adelante.
Finalmente, llegó un día en que no podía estar de pie. Temblaba por
efecto de la fiebre y me sentía muy desgraciado ante la idea de que
había fracasado. Justo en el momento en que me decía a mí mismo: «hoy me
quedaré en cama», sentí que mi cuerpo reaccionaba. Me vestí y fui a
trabajar como de costumbre, pero esta vez con el sentimiento inequívoco
de que me sostenía una voluntad superior distinta de la mía.
Trabajamos, como siempre, toda la mañana. Aquel día no pude comer, y
permanecí tumbado en el suelo preguntándome si iba a morir. Gurdjieff
acababa de introducir una sesión vespertina de ejercicios al aire libre
en el bosque de tilos. Cuando los discípulos se reunieron bajo los
árboles, me uní a ellos. Comenzamos con un ejercicio nuevo de
increíble complejidad que ni siquiera los más experimentados alumnos
rusos conseguían realizar. La estructura de los ejercicios había sido
dibujada en la pizarra con símbolos, y la cabeza, los pies, los brazos y
el torso tenían que seguir secuencias independientes. Era una tortura
para todos nosotros. Pronto perdí conciencia de todo excepto de la
música y' de mi propia debilidad. No dejaba de decirme a mí mismo: «En
el próximo cambio me detendré...». Uno tras otro, todos los alumnos ingleses fueron abandonando, así como la mayor parte de las mujeres rusas...
Gurdjieff permanecía de pie mirando con gran atención. El tiempo perdió
la dimensión del antes y el después. No existía pasado ni futuro, sólo
la agonía presente de mantener mi cuerpo en movimiento. Poco a poco me
di cuenta de que Gurdjieff centraba toda su atención en mí. Había una
petición sin palabras que era al mismo tiempo un estímulo y una promesa.
No debía abandonar, aunque eso pudiera matarme. De pronto, me sentí
lleno de un inmenso poder. Mi cuerpo parecía haberse convertido en luz.
No sentía su presencia en la forma habitual. No existía esfuerzo,
dolor, cansancio, y parecía no pesar en absoluto... Nunca me había
sentido tan bien. Era diferente del éxtasis de la unión sexual, pues me
sentía totalmente liberado del cuerpo. Era la exultación en la fe que
puede mover montañas.
Todos habían entrado en la casa para cenar,
pero yo me dirigí en la dirección opuesta hacia el jardín de la cocina,
donde tomé una azada y comencé a cavar. El ejercicio de cavar la tierra
nos permite comprobar nuestra capacidad para el esfuerzo físico. Un
hombre fuerte puede cavar muy de prisa durante un corto período de
tiempo, o a un ritmo más lento durante largo tiempo, pero nadie puede
obligar a su cuerpo a cavar de prisa durante un período prolongado,
aunque posea una gran preparación. Sentí la necesidad de poner a prueba
el poder que había penetrado en mí y estuve cavando bajo el terrible
calor de la tarde durante más de una hora y a un ritmo que
habitualmente no podía aguantar durante más de dos minutos. Mi cuerpo
débil, rebelde y sufriente era ahora fuerte y obediente. La diarrea
había cesado y no sentía ya los intensos dolores abdominales que me
habían acompañado durante tantos días. Además, tenía una claridad de
pensamiento que sólo había experimentado de forma involuntaria y en muy
raras ocasiones... La frase «en el ojo de mi mente» adquirió un nuevo
significado cuando «vi» el modelo eterno de cada cosa que miraba, los
árboles, el agua que fluía en el canal e incluso la azada y finalmente
mi propio cuerpo... Recuerdo haber dicho en voz alta: «ahora veo por qué
Dios se esconde de nosotros». Pero ni siquiera ahora puedo recordar la
intuición que originó esa exclamación.
Bennett fue a pasear por
el bosque y se encontró con (Gurdjieff, que empezó a hablar sobre la
necesidad que tiene el hombre de «una energía emocional superior» si
quiere transformarse a sí mismo. Y siguió diciendo: «En el mundo hay
algunas personas, muy pocas, que están conectadas a un Gran Depósito o
Acumulador de esta energía... Aquellos que pueden utilizarla pueden
ayudar a otros». Claramente Gurdjieff estaba sugiriendo que él era una
de esas personas y que había proporcionado a Bennett la energía
necesaria para su experiencia mística. Y añadió: «Hoy has tenido un
atisbo de lo que puedes alcanzar. Hasta ahora sólo habías conocido estas
cosas de forma teórica, pero ahora has tenido una experiencia».
Bennett siguió caminando hacia el bosque; aún tenía que vivir la parte más importante de su experiencia.
Me vino a la mente una conferencia de Ouspensky. Habló de los estrechos
límites dentro de los cuales podemos controlar nuestras funciones y
añadió: «Es fácil comprobar que no tenemos control de nuestras
emociones. Algunos imaginan que pueden estar alegres o enfadados a
voluntad, pero cualquiera puede comprobar que no puede sentirse
atónito cuando lo desea». Al recordar esas palabras me dije: «Me sentiré
atónito». Al instante me sentí abrumado por el asombro, no sólo ante mi
propio estado sino ante todo lo que veía o pensaba. Cada árbol era
hasta tal punto único que sentí que podía caminar por el bosque durante
toda la vida sin dejar de asombrarme. Entonces me asaltó el pensamiento
del «miedo». En seguida me vi temblando de terror. Horrores sin nombre
me amenazaban desde todas partes. Pensé en la «alegría» y sentí que mi
corazón estallaría por efecto del éxtasis. Vino a mi mente la palabra
«amor» y me sentí invadido por sentimientos tan maravillosos de ternura y
compasión que me di cuenta de que no tenía la más remota idea de la
profundidad y el alcance del amor. El amor estaba en todas partes y en
todo. Era infinitamente adaptable a toda sombra de necesidad.
Pasado un tiempo, resultó excesivo para mí; me pareció que si me sumergía más profundamente en el misterio del amor, dejaría de existir. Quería verme libre de ese poder de ser capaz de sentir lo que deseara y al instante me abandonó.
Sin duda, Bennett atribuía gran importancia a las observaciones de
Gurdjieff sobre el «Gran Depósito o Acumulador». Pero para aquel que
intenta comprender la esencia de las ideas de Gurdjieff, esto es menos
importante que el simple hecho de que Bennett alcanzara un control tan
absoluto sobre sus emociones. En efecto, éste es el problema humano
fundamental: casi permanentemente somos víctimas de nuestras
emociones; nos vemos siempre impulsados de aquí para allá en una especie
de montaña rusa interior. Poseemos un cierto control sobre ellas;
podemos «dirigir nuestros pensamientos» -o sentimientos- para
intensificarlas. Ciertamente, la imaginación es la característica humana
más destacable. Los animales necesitan un estímulo físico para
desencadenar su experiencia. El hombre puede concentrarse en un libro -o
en una fantasía- y vivir determinadas experiencias con independencia
total del mundo físico. Por ejemplo, puede imaginar incluso una
relación sexual y no sólo experimentar las respuestas físicas adecuadas
sino incluso el clímax sexual. Esa curiosa capacidad queda mucho más
allá del poder de cualquier animal. Sin embargo, nuestra experiencia
de la imaginación nos lleva a la certeza de que ésta es limitada y que
por su misma naturaleza no puede ser sino una pálida copia de la
experiencia «real». Las consecuencias de esta presunción inconsciente
son mucho más importantes de lo que podemos pensar. Significa que
asumimos que el mundo de la mente es muy inferior al mundo de la
realidad física, que es una especie de fraude, de ficción. Así pues,
cuando nos vemos enfrentados a una emoción dolorosa o a algún problema
físico, nuestra tendencia natural es retirarnos y rendirnos. Tendemos a
detenernos, no sólo como consecuencia de los diversos grados de fatiga a
los que obedecemos llevados por el hábito, sino por diversos grados de
autocompasión y aburrimiento. La experiencia de Bennett parece indicar
que si hiciéramos un esfuerzo podríamos alcanzar un cierto control
sobre nuestros sentimientos, control que en este momento nos parece
milagroso.
El novelista Proust experimentó durante algunos
segundos una intensa conciencia de la realidad de su propio pasado -lo
describe en El camino de Swann- y pasó el resto de su vida
intentando redescubrir ese curioso poder. Ahora bien, esa vislumbre
sería una simple consecuencia del tipo de control que experimentó
Bennett. Conocer esto de forma consciente, comprender que no está en
nuestra naturaleza alcanzar el punto de ruptura de forma tan rápida y
fácil alteraría, sin duda, la concepción del hombre de su vida y sus
problemas.
El objetivo fundamental de Gurdjieff no fue otro que el de producir tal alteración en la conciencia humana. ...
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