
Escucha
Dios… yo nunca hablé
contigo.
Hoy quiero saludarte, ¿cómo
estás?
Tú sabes… me
decían que no existes,
y yo, tonto de mí,
creí que era verdad.
Yo
nunca había mirado
tu gran obra,
y anoche, desde el cráter
que cavó
una granada vi tu cielo
estrellado,
y comprendí que había
sido engañado.
Yo
no sé si tú,
Dios, estrecharás
mi mano,
pero voy a explicarte, y
comprenderás,
es bien curioso, en este
infierno horrible
he encontrado la luz para
mirar tu faz.
Después
de ésto, mucho que
decirte no tengo.
Tan sólo que…
me alegro de haberte conocido.
Pasada media noche habrá
ofensiva,
pero no temo, sé
que tú vigilas.
¡La
señal! bueno Dios,
ya debo irme…
me encariñé
contigo… quiero decirte,
que como tú sabes,
habrá lucha cruenta
y quizá esta noche,
aún llamaré
a tu puerta.
Aunque
nunca fuimos amigos,
¿Me dejarás
entrar si hasta a ti llego?
pero… si estoy llorando,
¿ves Dios mío?
se me ocurre que ya no soy
impío.
Bueno
Dios, debo irme… buena
suerte.
Es raro, pero ya no temo
a la muerte.
Poesía
encontrada en el bolsillo
de un soldado muerto
en el frente de batalla.

|