

Cuando el corazón se canse de sufrir y la voluntad de batallar y el alma de esperar; date una tregua.
También
las hojas cabecean ante el sopor del sol, y la lumbre se hace brasa, y
las estrellas se ocultan, y los pájaros se duermen y el paisaje se
desvanece, no pares el motor de tu vida dale una tregua, no para
desistir, sino para reponerte, no para claudicar, sino para reparar
fuerzas, no para quedarte parado, sino para revisar detrás de tu
horizonte y empezar a configurarte y a planear detrás de la tregua.
El
agobio es un polvo que asfixia; la fatiga una niebla que ciega; las
tensiones, un estirar que explota; la falta de tiempo un desasosiego
que acelera; los contratiempos diarios, pequeños impactos que enervan.
Cuando
se acumule mucho sobre tus nervios y tu resistencia, date una tregua;
pero no desistas, no te amargues, no te destruyas; aunque cueste seguir
en pie, date una tregua; pero vuelve a crecer, vuelve a cosechar,
vuelve luchar; vuelve a la brega diaria, pero sin sombra en el
espíritu, sin flaquezas en el ánimo, sin desfallecimiento en el corazón.
Si
tienes capacidad para el amor, gratitud en el alma; voluntad para
servir, alcance en la inteligencia, de ti mismo brotará la
recuperación; Por alguna de esas corrientes volverá a fluir el deseo,
las ganas, el impulso; Llevas dentro el manantial, la fibra, el motivo
que te hará decir; derrumbamiento y derrota, no; un esfuerzo y un Dios,
si.
Y
mas allá de las fronteras que vives ahora, verás florecer de nuevo tu
vida levantarse de nuevo tu árbol y agigantarse de nuevo tu figura.
Pon
tus alas sobre la cabeza, pero déjales espacio para remontarse; pon tus
sueños en los pies, pero dales un largo recorrido de huellas divinas;
pon tus ambiciones en la tierra, pero mirando el cielo y poniendo la
meta en alguna estrella encendida.
Ponte
tú, en las manos de Dios; date una tregua para nivelarte en Cristo y de
pronto encontrarás que la vida tiene muchas bellezas y que tienes ganas
de vivirla.
Desconozco su autor


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