¡Sacámela! me ordenaste en un tono netamente falaz. ¡Me duele! gritaste, desaforada, mientras yo seguía lento pero seguro, introduciéndotela. Tus nalgas, carnosas se crispan ante el contacto. ¡Aaayyy! ¡Nnooooooooooo! vociferaste cuando sentiste entrar el líquido en tus carnes. Un suspiro, exhalaste, ¿ de dolor ? ¿ de placer ? ¿ de relajamiento ? Jadeabas, nerviosa, transpirada, mientras yo la sacaba, lentamente, para que no sufrieras más. Por fin, estuvo toda afuera. Tu te mantenías boca abajo, quizá dolorida quizá insatisfecha, en una palabra, pinchada. No se si me escuchaste, pero cuando me iba te dije te repetí lo de todos los días: vuelvo mañana, y no te olvides de hervir la jeringa.
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