La música y el corazón tienen misterios que entre si se relacionan.
Es por eso que a unos les gusta más esta o aquella melodía.
Tal sinfonía hace vibrar los sentimientos de determinada persona, mientras que la otra agrada poco, o la detestamos.
Cada individuo, según las condiciones especialísimas de su estado psíquico, queda más o menos en consonancia con determinada armonía de una música.
Hay afinaciones, en la armonía de los sentimientos, que corresponden afinaciones en la armonía de los sonidos.
La música y el corazón son confidentes que se entienden muy bien.
Por la predilección de las melodías se puede descubrir perfectamente, entre las personas, las que se hallan hermanadas por el sentimiento.
Las cuerdas de la lira y del corazón se afinan en un diapasón común.
Hay misterios entre la armonía que regula el equilibrio de las notas y aquella que preside el equilibrio de nuestro “yo”.
Considerando todo eso, es preciso admitir que la música es un excelente recurso pedagógico.
Las canciones de buena calidad despiertan en la criatura el gusto por el arte, por lo bello, por el bien, porque desenvuelve la sensibilidad.
Más allá de eso, la música auxilia en el aprendizaje porque favorece la fijación de contenidos.
Como podemos percibir, la influencia de la música es muy fuerte sobre el alma de la criatura.
El corazón de la criatura es como el harpa, que vibra al más sutil de los toques.
Puede expresarse dulce y suave como perfume de violeta, o rugir como la tempestad…
Explotar como el rayo, o lamentarse como la brisa…
Puede ser precipitada como las cataratas, o calmada como el lago… Murmurar como un regato o roncar como un torrente…
Puede tener la aridez del desierto, o la comodidad de un oasis…
Ser triste y melancólica como el otoño, o joven y alegre como la primavera… Desordenada como la pasión, o límpida como el amor…
Y cuando esa harpa es deslizada con sabiduría y ternura produce la más bella y vibrante canción de esperanza…
Es por esa razón que la música es arte que va más directa el corazón…
¡Piense en eso!
La armonía, la ciencia y la virtud son las tres concepciones del espíritu; la primera extasía, la segunda lo esclarece, la tercera lo eleva.
Poseída en sus plenitudes, ellas se confunden y constituyen la pureza.
El compositor que concibe la armonía y la traduce en el grosero lenguaje llamada música, concretiza la idea, la escribe.
¿Si el compositor está con los pies en la tierra como representará la virtud que el desdeña, lo bello que ignora y lo grande que no comprende?
Sus composiciones serán el reflejo de sus gustos sensuales, de su liviandad, de su indiferencia.
Cuando es virtuosa, que tiene pasión por el bien, por lo bello, lo grande, y que adquirió la armonía, producirá obras-prismas capaces de penetrar a las almas más blindadas y conmoverlas.
