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Hace unos años,
coincidiendo con unas rebajas en unos grandes almacenes,
a una amiga, Paula,
le pasaron unas cuantas cosas divertidas.
Revolviendo
bañadores de oferta en un enorme mostrador,
se abrió camino,
entre empujones y apreturas, hasta la dependienta.
- Por favor,
¿no tendría el mismo modelo en rojo?
- Lo que hay
aquí es todo lo que hay. ¡Y no revuelva más!
Ante tal
respuesta, mi amiga, una impulsiva e impaciente,
tiró el bañador al
suelo, protestó airadamente por el mal trato recibido
y se prometió a si
misma ¡no volver a comprar en esos grandes almacenes en la vida!
Más calmada,
unos días después, pasó por casa y charlamos sobre el asunto.
Intenté indagar cómo
le fue con sus compras en Galerías XX,
ya que en Almacenes
ZZ recibió un trato deplorable.
- Mira Pili,
estoy encantada. Entré en el departamento de verano y
expliqué a una de
las señoritas el tipo de modelo y el color que deseaba.
- ¿Y
enseguida te enseñó todo el muestrario de bañadores en rojo?
- Pues no.
Simplemente me miró a los ojos y ¡me sonrió!
- ¿Te sonrió?
- Me sonrió
y me trató con tanta dulzura que, a pesar de que no tenía nada
en rojo,
compré tres
bañadores, en azul, violeta y amarillo.
¡Estos son
los milagros que provocan una simple y dulce sonrisa!
Una sonrisa es la
diferencia entre una venta exitosa o un inamovible stock de
artículos;
es la frontera
entre la amistad o el rechazo; y, a veces,
en un nivel político
puede llegar a significar la guerra o la paz.

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