Te busqué por la duda: no te encontraba nunca. Me fui a tu encuentro por el dolor. Tú no venías por allí.
Me metí en lo más hondo por ver si, al fin, estabas. Por la angustia, desgarradora, hiriéndome . Tú no surgías nunca de la herida.
Y nadie me hizo señas -un jardín o tus labios, con árboles, con besos-; nadie me dijo -por eso te perdí- que tú ibas por las últimas terrazas de la risa, del gozo, de lo cierto.
Que a ti te encontraba en las cimas del beso si duda y sin mañana. En el vértice puro de la alegría alta, multiplicando júbilos por júbilos, por risas, por placeres. Apuntando en el aire las cifras fabulosas, sin peso de tu dicha.