La trampa
Hace unos meses, en una tibia y soleada mañana de invierno
fui a entregarle un pedido al vecino de
una finca cercana. Camino a su casa,
pasé por uno de los famosos corrales que
son origen de los indescriptibles jamones
caseros que hacen en la Colonia Rusa,
y me llamó poderosamente la atención
una cerda que estaba amamantando a su cría y
que me pareció muy distinta de las demás.
Una vez que le entregué los fardos de alfalfa, le pregunté:
–Boris, ¿de qué raza son esos lechones?
–Espera un momento, voy a llamar a mi padre,
para que te cuente una historia muy especial.
Pocos segundos después llegó Don Iván,
un hombre robusto, de piel rojiza y
cabellos blancos, que se desplazaba
dificultosamente, asistido por un bastón.
Me invitó a sentarme a la mesa de la galería y
mientras me servía una copa de licor de nuez, me preguntó:
–¿Ud. sabe cómo se cazan los jabalíes?
–Bueno, creo que los perros los rodean
para que no se escapen y luego se les dispara,
le contesté prudentemente, presintiendo que la historia
venía por otro lado y que el hombre tenía otra manera de cazarlos.
–En nuestro caso, no es así, y cuando le diga cómo lo hacemos,
usted mismo va a poder sacar algunas
conclusiones acerca de la falta de libertad.
Detrás de nuestra finca y hasta la costa del río
Diamante, comienza un campo virgen,
donde solo crecen matorrales.
Es un terreno muy poco accesible.
Cuando vamos de caza, tratamos
de abrir camino por unos cien metros;
buscamos un buen lugar, quitamos
la maleza de unos pocos metros cuadrados
y dejamos un poco de maíz en el suelo.
Cuando los jabalíes lo descubren,
vienen para comer, pero con mucha desconfianza.
Repetimos esta operación unos cuantos
días y una vez que se han acostumbrado,
construimos una cerca en uno de los lados.
Durante unos días seguimos alimentándolos
de la misma manera y cuando ya se
han acostumbrado, vamos construyendo la
cerca alrededor de la pequeña explanada.
Cada vez que construimos algo nuevo,
desconfían un poco pero se acostumbran enseguida.
Llega el momento en el que ya son varios los jabalíes de todo tamaño
que vienen a comer diariamente, entrando
y saliendo del cerco con total naturalidad.
Por último, construimos la puerta y cuando la
manada está comiendo plácidamente, la cerramos.
Al principio empiezan a correr en círculos porque
están asustados, pero ya están sometidos.
Muy pronto se tranquilizan y como ya se olvidaron de buscar
alimento por sí mismos, aceptan sin luchar demasiado la esclavitud.
Gracias a esta estrategia, todos pueden saborear los jamones más sabrosos,
ya que la carne de un animal que no ha sufrido el stress traumático de los
perros acorralándole para que el cazador
pueda dispararle, es mucho más deliciosa.
Quedé fascinado con la historia que me contó Don Iván.
Pero yo quiero decirte que después de conocer esta historia,
tomé conciencia de que hay muchas personas que son como esos jabalíes.
Personas que se deslumbran con cualquier cosa fácil que les ofrece
el mundo y que no se dan cuenta, de que a su alrededor se está formando una
especie de corral que los atará y los esclavizará.
Por supuesto, este corral no lo hace Don Iván.
Es otro quien está ahí: nuestro enemigo,
el cazador más ágil, creativo, mentiroso, irónico y sarcástico.
Si, adivinaste: ¡Satanás! o como quieras llamarle.
Él te va, a hacer creer que todo lo que consumas es bueno…
que está de moda… que si todos lo hacen, no puede ser tan malo…
Si piensas así, pronto te encontrarás con algo
que no puedes dejar de probar, algo irresistible.
Por probar un poco, no puede hacerte daño…
y vuelves al otro día… al otro… y al otro.
Sin darte cuenta, pronto estarás como los jabalíes, en un corral
del que te será muy difícil salir,
porque te habrás convertido en un esclavo.
Pero tú no eres un jabalí, ¿ no? Por lo tanto, tienes la opción de utilizar tu
inteligencia y tu sentido común. Si estás atado, esclavizado, a lo que sea,
debes saber que hay una persona que tiene en sus manos la llave para que dejes
de ser un esclavo y seas libre para siempre; es Jesús y lo que
tienes que hacer es pedirle ayuda; para que te libere.
Sí, así de simple. Pon tu vida en las manos de Jesús
y tendrás la oportunidad de ser una nueva persona.