Despierto una mañana, pensando en la forma más original de hacerte saber cuanto te amo.

Te escribo con mi corazón y mi alma una carta que espero leas y respondas, con un te amo y un pequeño beso que me demuestre tu seguridad y el deseo que sientes por estar conmigo.

Mi corazón late más rápido de lo normal, mis manos sudan y mi mente trata de imaginar ese momento mágico en el que toco tu rostro y con un suave susurro digo “te amo”.

Te veo, pero al leer lo que dijo mi corazón, solo me miras con un rostro de cariño y sigues con un te amo seco y obligado. Me doy cuenta que el amor que un día nos encontró, da vueltas con el mundo, hasta llegar al punto de darnos la espalda.

Algo en mi mente me dice lo necesario que es llegar a comprender las fantasías que llamé sueños, pero algo en mi pecho me grita el valor de lo que posee mi corazón.

Sigo escribiendo con el sufrimiento rozando mi ser y la soledad golpeando las puertas de mi corazón, pero te escribo a ti con el mismo amor, siendo consciente que el tiempo se convierte en el peor enemigo de nuestra felicidad.

Pero lucho por ese amor que me lleva al cielo y me presenta el rostro de Dios.

Lucho por el sentimiento por el que vivo, lucho por el sentimiento por el que muero, pero lucho por el sentimiento que me hizo despertar extrañando el beso que plasma lo imposible de plasmar en un papel.

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