La autoestima sólo se entiende si se consideran dos elementos psíquicos: por una parte, el auto concepto o conciencia que cada persona tiene acerca de sí misma, es decir, cuáles son los rasgos de su identidad, cualidades y características más significativas, para bien o ara mal, de su manera de ser; por otra, el amor propio, un sentimiento tan fundamental como legítimo de aprecio hacia nuestra propia persona que sirve de acicate para relacionarnos socialmente y fijarnos metas en la vida. La imagen que construimos acerca de quiénes somos o cuál va a ser nuestra identidad, la elaboramos mediante la conducta que desarrollamos.
Por otra parte, cuando la interpretación que efectuamos de nuestra persona o que percibimos que los demás hacen de nosotros aparece distorsionada, la autoestima corre el riesgo de desmoronarse. “La mayoría de las personas, en algún momento de su vida, sufrirá una cierta disminución de la autoestima. El espectro abarca desde aquellos cuya creencia en sí mismos sólo flaquea ante graves presiones o profundas crisis existenciales hasta quienes dudan de si en todo momento y en toda circunstancia. Son escasos los individuos cuya autoestima es tan sólida que pueden resistir todos los embates imaginables”, asegura el escritor John Caunt en su libro Eleve su autoestima.