como cuando niño acechaba a las princesas de mi infancia 

y las admiraba con una devoción infinita, 

como cuando veía el transcurso de la tarde desde las rendijas de la persiana, 

así, para que el sol no me sorprendiese en su huída a Dios sabe dónde. 

Todo por el misterio de apuntarte de soslayo frases feas, frases limpias, 

frases manchadas de tinta y ceniza, frases hermosas, 

palabras en sí, que te digan cuál es el camino, que te sirvan de algo,

 al menos de pañuelo. Todo por el misterio de escribirte 

condensando los instintos y la razón en una deriva de esquina, 

en un camino sembrado de flores, en una cama empapada de lágrimas

 y abocada a la tristeza, flotando en un vacío que poco a poco me ahoga. 

Todo por el misterio de escribirte haciéndome más que yo mismo tras el espejo, 

cogiendo aire y tirando hacia delante con fuerzas renovadas 

y temores recién nacidos, ahuyentando esas sombras 

que pueblan mi cabeza a base de patadas y mordiscos, a sangre y fuego. 

Todo por ese misterio de escribirte a escondidas, 

doblando los papeles y tapando las letras a tu regreso, no sé, 

porque creo que es tan tuyo que ni tú misma puedes leerlo, porque es tan tuyo que es de nadie. 

José Rodríguez Rivero