La cama de los padres tiene un imán y acá para mí
(nadie me convence de lo contrario)
tiene una magia, somnífero,
un polvo misterioso de amor
impregnado en las almohadas,
que hace que los niños
se duerman inmediatamente
y que la peor de las pesadillas,
el más tembloroso
Terror Nocturno, huya a siete pies.
En la cama de los padres,
el último refugio de los miedos,
la paz es absoluta y total.
Ahí llegan, llevados
por padres agotados y perdedores,
o por su propio pie,
todos sudados y asustados,
pajaritos a volar de noche
a caminar por los pasillos de la casa,
hasta que lleguen al lugar de los lugares.
Dos colores con sábanas suaves
y el olor de los progenitores.
Caen como moscas a dormir tranquilos.
Los padres fingen que les importa,
a la mañana siguiente:
" fuiste para nuestra cama otra vez!
Cuando es que aprenderás a superar los miedos
y a dormir solo?
Tienes que crecer!",
Pero ni miran a los ojos de los hijos
cuando dicen estas cosas,
con miedo de que descubran
que en ese breve regreso al nido,
a la cuna inicial,
los padres se llenan de amor y ternura
y también ellos se escudan en sus inquietudes.
Un cuello caliente.
Una manita gordita en nuestro pelo.
Un pie de regreso
a la costilla de la madre.
La respiración
tranquila en la funda compartida.
El deseo secreto
de que el nido quede así para siempre
y que la mañana tarde mucho en llegar.
Que el polvo misterioso de amor
de las almohadas preserva
para siempre estas excursiones nocturnas
de mimo que no son más
que un inteligente presagio,
de una nostalgia inmensa,
de los mejores días de esta vida!
Rita Hierro Rodríguez
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