El primero era zapatero en una pequeña ciudad,
y el segundo llevaba una vida solitaria en la montaña,
a donde se había retirado para rezar,
meditar y escapar a las seducciones de la vida y…
de las mujeres.
Se había vuelto tan puro, según parece,
que podía tener continuamente una bola de nieve
en la mano sin que se fundiera.
Y así pasaron los años….
Un día, el zapatero visitó a su hermano en la montaña;
se maravilló del silencio, de la nitidez del aire y, después,
le propuso que
bajase a la ciudad para pasar unos días en su casa.
El ermitaño aceptó.
Un día que estaba sentado en la tienda de su hermano,
que estaba ocupado recibiendo a sus numerosos clientes,
se fijó en una bonita mujer que se levantaba
un poco la falda para probarse unos zapatos.
El zapatero, que la ayudaba a probárselos,
tocaba el pie de la dama con toda tranquilidad.
Pero el ermitaño, que miraba,
¡sintió que su bola de nieve empezaba a derretirse…!
Comprendió entonces que la verdadera pureza
no es la que se adquiere en los desiertos
o en la soledad de las montañas,
sino en la vida.
Sí, es en la vida, entre los demás,
donde adquirimos la verdadera fuerza
y el verdadero autodominio.
Nunca nadie
se ha desarrollado plenamente yéndose a refugiar
en el silencio y la tranquilidad de las montañas.
D/A