La mayoría de los seres humanos cuando tenemos un problema lo primero que hacemos es EVITARLO. Es decir nos ponemos una venda en los ojos para no verlo, nos tapamos los oídos para no escucharlo; nos volvemos amnésicos para no reconocer que está ahí sentado en la silla frente a nosotros, o le damos la vuelta por si alguna poción mágica lo haga desaparecer.

Sin embargo todos los intentos son fallidos; ese problema que no queremos afrontar sigue ahí, empecinado en quedarse, en llamar nuestra atención.

Pero nosotros también entramos en el juego del poder y ahora que el problema ya es más que evidente, decidimos anestesiarlo con los famosos y tóxicos EXCESOS.

Comenzamos a trabajar más horas de las habituales para mantener la cabeza fuera de lo que no queremos ver, nos entregamos a los brazos de la gula o de Morfeo, al deporte en extremo, al alcohol, a las drogas, a chatear, a todos los canales que nos distraigan.

Y aún con todo esto el problema sigue ahí con agravantes porque todas las medicinas que usamos para calmarlo, produjeron a la vez otras consecuencias.

Estas situaciones siempre nos llevan al empobrecimiento personal, perdemos la fe, la confianza, nos sentimos confundidos en lo que queremos y hacemos.

Por ello la única solución que tenemos es AFRONTAR lo que sucede, aún cuando sea tan doloroso que creamos no poder, ATREVERNOS, ENFRENTARNOS, OBSERVAR lo que sucede, sin máscaras, sin paliativos.

Lo único que podemos transformar es aquello que primero podemos MIRAR.

La negación nos deja en el mismo camino del cuál queremos salir. Nos vuelve ajenos a nuestra experiencia.

Andar con los ojos abiertos, decir “esto es lo que sucede”, “esto me está pasando”, “esto que está ocurriendo me causa dolor” nos permitirá encontrar respuestas fiables para seguir adelante