NO ME CRITIQUES
No me critiques mis canas…
Ni mis arrugas, ni mis manos gastadas.
¿Quién te dijo que yo quería parecer joven?
¿Quién te dijo que le tengo
miedo al paso del tiempo?
Mírame bien.
Este cabello blanco no es abandono, es bandera.
Es la corona de todas las veces que fui fuerte,
que me sostuve de pie cuando todo me dolía.
Cada hebra plateada me la gané a pulso,
como se ganan las cosas verdaderas:
con lágrimas, con risas, con silencios… con vida.
Y estas arrugas que tanto te inquietan,
son mis mapas.
Sí, mis mapas.
Las líneas que me dejó la risa sincera,
las preocupaciones de madre,
las desveladas por amor,
las tardes de soledad,
las miradas largas al horizonte,
preguntándome si lo estaba haciendo bien.
Mis manos —ay, mis manos—
ellas sí que tienen qué contar.
Manos que cocinaron sueños,
que bordaron el nombre de mis hijos en el alma,
que aplaudieron, acariciaron, defendieron.
Manos que enterraron lo que amaban
y aun así siguieron sembrando esperanza.
¿Y tú quieres que las esconda?
¿Quieres que le ponga filtros a mi historia,
cremas a mi dignidad,
vergüenza a mi piel?
No, corazón.
Llegar a vieja es un privilegio,
y yo no lo disfrazo.
Estoy orgullosa de mis años.
Orgullosa de haber llegado hasta aquí,
con la frente en alto
y sin deberle explicaciones a nadie.
No soy una mujer marchita,
soy una mujer florecida por dentro.
La juventud no es un rostro liso,
es un espíritu vivo,
y el mío sigue bailando con la luna,
riendo con las comadres,
soñando con los pies descalzos sobre la tierra.
Así que no me critiques mis canas,
no me tengas lástima por mis arrugas.
Admírame.
Porque yo ya pasé por donde tú vas,
y aquí estoy, más libre que nunca,
más yo que nunca.
Y si pudiera, volvería a vivirlo todo…
solo para llegar otra vez a este punto
en el que me miro al espejo
y me digo, con el alma en voz alta:
qué hermoso es ser mujer, vieja, y viva.
D/A