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HISTORIA DE MONTEVIEJO: MONTEVIEJO Parte 4
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: CONDUDA  (Mensaje original) Enviado: 28/05/2018 18:54
 
 
 
 
 
 
    
    
 
 
Capitulo XVI
 
 
Así pasó el verano, transcurriendo distraídos alegres y con mucha actividad por parte de toda la familia Williams. Y empezó el otoño, era maravilloso, los colores ocres que el bosque cogía cuando caían las hojas , los árboles tenían otros tonos pero aun sin estar vestidos, verdaderamente era precioso, los nubarrones amenazaban fuertes lluvias.
 
Preparaban la llegada del invierno ya que en Montenegro los inviernos muchas veces quedaban incomunicados por culpa de las nieves. A esta actividad se dedicó de pleno la Sra. Williams por lo que fue en varias ocasiones a Merbejo a hacer acopio de muchas provisiones, la señorita Elizabeth junto a Roberto se preocupo de las cuadras que no faltara el alimento a sus caballos. Vespucio parece que se había metido de lleno en el estudio de los nobles y de las armas, el Sr. Williams aparte de preocuparse un poco de todo, cada día iba mas a Montenegro como a Merbejo, asistía al casino donde había hecho amistades.
 
Llegados finales de Noviembre recibío el Sr. Williams un telegrama desde Estados Unidos con el siguiente texto.
 
Se precisa Urgentemente su presencia, hay problemas familiares, su madre está gravemente enferma.
 
Atentamente
 
Firmado
 
Miss Dunne

 
El Sr. Williams acudío rápidamente a la biblioteca donde se encontraba la Sra. diciéndole: acabo de recibir un telegrama de la secretaria de mi madre se encuentra enferma y algo grave, así pues voy a salir inmediatamente para Estados Unidos. A lo que ella contestó: cariño no te precipites, pensemos un momento, podemos ir todos, hace tiempo que los niños no ven a sus abuelos yo tambien deseo ir, así que lo organizamos con calma y saldremos todos juntos. Bien dijo él: iremos todos pero yo íre delante, tú saldrás unos días mas tarde.
 
El Sr. Williams preparó su viaje y lo emprendío unos días mas tarde mientra la Señora hacia los preparativos. Elizabeth hablo con Roberto para que nada faltara en su ausencia ya que no sabía hasta cuando estarían fuera, que sus caballos y todo estuviera bien.
 
Roberto era como si se iba algo de él, se había acostumbrado a ver a la señorita todos los días, tenían algunas comversaciones, no solo de los caballos, le decía como era Estados Unidos, su vida allí la gente...
 
Vespucio sólo le preocupó tener que escoger los libros más preciados de la biblioteca para llevárselos pues quería seguir en sus estudios.
 
Todo esto pasaba cuando de repente aparecio Hilario en la habitación de Elizabeth, eso sí, antes pidío permiso para entrar, a lo que la niña le dijo adelante.
 
Hola Hilario cuanto tiempo sin saber de ti. ¿Como estas? Él contesto: bien estoy bien, aunque estaba al margen de la vida de Ustedes, hoy me enteré que se marchan todos a Estados Unidos... Sí contestó ella y no se por cuánto tiempo. A él esta noticia, en parte, no le gustaba, el castillo iba a perder la vida que había adquirido, había perdido su guerra y no le importaba, pero sí le importaba y mucho la pérdida de la Señorita. Por lo que le dijo la Señorita: ¡Hilario! por qué no te vienes con nosotros a América? No puedo Señorita, respondío él. No? dijo ella. ¿Por qué no? En América serías famoso en algún castillo, alli no existen leyendas de fantasmas ni de Brujas... Él que no la quería contradecir en nada sólo quería darle unas explicaciones le dijo: Señorita lo pensaré, no lo descarto, pero ahora dejéme que le diga cosas.
 
 
Capitulo XVII
 
 
Hilario verdaderamente no sabía como empezar esta conversación, en ella iba todo su futuro con esta niña que tanto cariño le tomó. Así pues empezo por decirle: permiteme mi querida niña que la historia que os voy a contar es mi historia y mas allá de que la entendáis solo os pediría la respetéis.
 
Sobre las manchas de sangre, son el fruto de una extraña muerte que jamás se llego a saber la verdadera historia, ya que al verdadero culpable no fue prendido y la culpa recayó sobre mí. En cierta ocasión una de la invitadas estaba en el salón cuando fue sorprendida por un ladrón que entro en nuestra casa, ella opuso resistencia y él en una lucha desigual la apuñalo varias veces, yo a los gritos acudí y tomando una daga intente hacerle frente pero viendo a la invitada en el suelo tumbada decidí antes de agarrar al ladrón, prextar auxilio a mi invitada, momento en el que el ladrón aprovechó a salir por la puerta de la biblioteca, que da al jardin y marcharse sin dejar el más mínimo rastro.
 
A los gritos y el revuelo acudieron gente del servicio, acudío mi esposa, la Marquesa de Monteviejo y no fueron testigos de nada, solo de ver a la invitada en mis brazos con la daga mía en una mano y la otra manchada de sangre, la que el ladrón y asesino había dejado en el suelo en su huida.
 
Llamaron a las autoridades y vieron mi traje manchado de sangre, fruto de haber tenido a la fallecida en mis brazos, y solo oyeron mi versión, no había testigos y era mi palabra contra unos hechos imposibles de demostrar, hicieron la investigación policial competente y todo se quedo en un suspense, como quedó siempre la sospecha mal infundada que entre nuestra invitada y yo podía haber existido un pequeñp romance amoroso.
Salí absuelto de aquel incidente que dio pie a otro mucho peor.
 
Habia en mí la sospecha que mi esposa me era infiel con uno de los amigos que solía venir muy a menudo a nuestra casa y en el cual yo tenía un gran aprecio por él, pero aprobechaba algunas ocasiones que yo estaba ausente para con el mínimo de los pretextos pasar por nuestra casa aun a sabiendas de mis ausencias.

 
Capitulo XVIII
 
 
Un día se lo comente a él, porqué de esas visitas, sabiendo que yo en casa no me encontraba, a lo que ofendido me respondío que creia que su casa era la mía y la mía la suya. Pero veo que no es así Hilario me dijo, veo que desconfias de nuestra amistad y no sé a donde quieres llegar.
 
A toda esta historia Elizabeth estaba como embrujada, no parpadeaba ni perdía detalle de las palabra y lo que Hilario le decía, se le veía a Hilario en ciertos momentos como angustiado de recordar y que a su memoria llegara todo aquello pasado años A.
 
Siguio Hilario diciendo: quiero llegar querido amigo que desconfio de ti y casi me haces dudar de mi propia esposa a lo que mi amigo ya alterado y en el punto de la conversación le dijo Hilario: esto sí que no te lo consiento, estás manchando mi honor y no lo voy a permitir, contestando Hilario: y tú manchando el mío. Pues estó solo tiene una solución que ambos sabemos y arrojándole un guante a la cara, guante que Hilario recogió.
 
Se puso una fecha y se nombraron los padrinos del dicho duelo se diría si se haría con sable o con pistola y se opto por las armas de fuego. El duelo sería a muerte y no habría disculpas ni arrepentimientos, el honor de ambos se veían manchados.
 
La Marquesa de Montenegro dijo a su esposo comó podía haber él pensado tal cosa de ella, estas loco, es tu mejor amigo y dónde te han llevado tus locuras, te das cuenta. ¿No es solo es una pequeña discusión algo pasajera, has llegado tú y él a un duelo sin retorno, a lo que yo le conteste: sí y ahora no hay marcha atrás, a lo que ella me decia Hilario no. Por Dios esta locura la tiene que parar. No puedo parar ya esto amor, para pararlo ahora mi honor se vería manchado, y mi cobardia. Y ni soy un cobarde y aun a sabiendas de ser mentira mi honor está en juego.
 
Pasaron varios días y no consiguío convencerme de mi acto y de lo que ello podía suponer: mi propia muerte.
 
Llegó la víspera de nuestro duelo y se presentaron los testigos de mi amigo, anunciándome que a las nueve de la mañana en la esplanada del pequeño pabellón de caza que teníamos allí nos encontraríamos, lo que contesté que no faltaría a la cita.
 
Y llego el día fatídico, mi último día, a las nueve en punto llegué con mis dos padrinos y testigos a la citada cita, se había levantado un día gris y con niebla, un día tenebroso como si fuera el mejor día escogido a tal fin. Nos saludamod como dos desconocidos, nuestra amistad había muerto y ahora moriría uno de nosotros.

 
Capitulo XIX
 
 
Nos leyeron las reglas del combate, seía un duelo a muerte, las armas fueron las propias de cada uno y se podían cambiar si alguno lo deseaba, nos pondríamos de espaldas y daríamos diez pasos cada uno, a lo que a los diez pasos nos volveríamos, y a la orden de fuego haríamos fuego, en caso de fallar tendríamos la opción de recargar la pistola y hacer un segundo tiro. Y asi procedimos, nos pusimos de espaldas, empezamos a contar, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, nos dimos la vuelta, nos apuntamos ambos al corazón y dijo fuego, los dos fuimos heridos de muerte y los dos recargamos nuevamente nuestras armas, y volvimos a disparar esta vez yo le alcance un segundo tiro mortal y él en esas décimas de segundo su tiro de tambaleo lo fallo, pero mi esposa que estaba detrás mía y sin yo saberlo recibío el impacto, cayo fulminante y yo herido de muerte al verla a ella, no me dio tiempo de llegar ni a su lado, cai al suelo. 
 
Mi honor habia sido limpiado a costa de la perdida, de mi mejor amigo y de mi propia esposa, todo por una ceguera absurda mía de celos.
 
Yo estuve dutrante siete días con fiebre, superando los 39 grados, no pudiendo asistir ni al propio sepelio de mi difunta esposa y mi gran amor, y en el septímo día fallecí, fue e causa de mi propia herida, infectada y la herida que había abierto en mi propio corazón.
 
Este remordimiento es el que me persigue desde entonces a vagar como alma en pena, no encuento descanso.
 
Esta es la historia verdadera y esta la maldición por la cual me hace vagar, fue culpa mía, no solo mi muerte, que en sí no es en drama, es la muerte de mi esposa a la que yo tanto amaba.
 
Querida niña te cuento esta historia porque en ti vi la imagen de ella, son tus ojos, tu pelo, tus labios, todo en ti me hace ir a ella. 

 
Capitulo XX

 
Elizabeth algo resentida en su interior, y mismo en su corta edad, veía a un hombre abatido por un dolor, ella que aun no habia conocido el amor, veía en Hilario algo que la atraía, pero aun así, con una entereza de persona adulta le dijo: esto ves, te pasó por ese orgullo y por ese supuesto honor que los hombres dicen o quieren tener, no sólo perdiste a tu mejor amigo sino a el amor de tu vida. Pero creo Hilario que si en el fondo de tu corazón estas arrepentido, tus penas te serán ya olvidadas.
 
Casí intentó darle un beso en la frente, pero constatando que no era materia, era como un espejismo y lanzo su beso en el aire el que él muy contento recogió.
 
Llego el día de partida y todas las maletas y enseres preparados, llamaron a Roberto para que con el carruaje los llevara a Merbejo para su partida a América.
 
Roberto acondiciono todo en el carruaje, y la Sra. Williams se despidió del ama de llaves y de las demás personas del servicio, dejándole apuntado su direción en América, teléfono, y una lista de lo que ella y el servicio de la casa tenían que hacer en su ausencia.

 
Capitulo XXI

 
(Último capítulo de la primera parte)
 
EL ADIOS
 
No sé cuánto tiempo estaremos fuera, imagino que entre un mes y tres, ya que lo asuntos del Sr. Williams han estado un tiempo descuidados, por lo que tendrá el señor que pasar allí algún tiempo, de todas formas quince días antes de nuestro regreso le enviare un telegrama para ponerla al corriente.
 
Y sin más preámbulos se puso en marcha Roberto, llegaron a la hora prevista a Merbejo y tomaron el tren que les conduciría hasta la ciudad más próxima donde cogerían el avion. Roberto se despidio de la señora, de Vespucio y de la señorita Elizabeth que al darle la mano le dijo: si me permite señorita desearia darle un beso, a lo que ella hizo un gesto de afirmación y le dio un beso en cada una de sus mejillas y ella algo sonrojada montó en el tren, era la primera vez que un chico la besa mismo en su mejilla.
 
Durante el trayecto la Señora Williams habló con sus hijos, si habían cogido todo, si no se les olvido nada, a los que ellos respondieron que sí.
 
Hilario se quedó en su aposento sin volver a hacer acto de presencia, la Señora Martín llevaba los quehaceres del castillo, su limpieza y todo con entera satisfacción, Roberto en sus cuadras atendiendo todo al más mínimo detalle. Y la vida de Montenegro transcurría sin ninguna complicación rara a resaltar si no era la tristeza que dejaron en su partida la familia Williams.
 
Mientras en América la familia llegarón, atendieron a la madre del Sr. Williams, y la casa que habían dejado abandonada durante su estancia en Montenegro, pero al igual que en Montenegro había tristeza, en América tambíen la había, estaba en la mente de todos, el Catillo de Montenegro..........
 
 
 
 
 
 
           
 
 
 
 
 


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