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 No preguntó por ti ningún día, salidode los dientes del alba, del estertor nacido,
 no buscó tu coraza, tu piel, tu continente
 para lavar tus pies, tu salud, tu destreza
 un día de racimos indicados?
 No nació para ti solo,
 para ti sola, para ti la campana
 con sus graves circuitos de primavera azul:
 lo extenso de los gritos del mundo, el desarrollo
 de los gérmenes fríos que tiemblan en la tierra, el silencio
 de la nave en la noche, todo lo que vivió lleno de párpados
 para desfallecer y derramar?
 Te pregunto:
 a nadie, a ti, a lo que eres, a tu pared, al viento
 si en el agua del río ves a ti corriendo
 una rosa magnánima de canto y transparencia,
 o si en la desbocada primavera agredida
 por el primer temblor de las cuerdas humanas
 cuando canta el cuartel a la luz de la luna
 invadiendo la sombra del cerezo salvaje,
 no has visto la guitarra que te era destinada,
 y la cadera ciega que quería besarte?
 
 Yo no sé: yo sólo sufro de no saber quién eres
 y de tener la sílaba guardada por tu boca,
 de detener los días más altos y enterrarlos
 en el bosque, bajo las hojas ásperas y mojadas,
 a veces, resguardado bajo el ciclón, sacudido
 por los más asustados árboles, por el pecho
 horadado de las tierras profundas, entumecido
 por los últimos clavos boreales, estoy
 cavando más allá de los ojos humanos,
 más allá de las uñas del tigre, lo que a mis brazos llega
 para ser repartido más allá de los días glaciales.
 
 Te busco, busco tu efigie entre las medallas
 que el cielo gris modela y abandona,
 no sé quién eres pero tanto te debo
 que la tierra está llena de mi tesoro amargo.
 Qué sal, qué geografía, qué piedra no levanta
 su estandarte secreto de lo que resguardaba?
 Qué hoja al caer no fue para mí un libro largo
 de palabras por alguien dirigidas y amadas?
 Bajo qué mueble oscuro no escondí los más dulces
 suspiros enterrados que buscaban señales
 y sílabas que a nadie pertenecieron?
 
 Eres, eres tal vez, el hombre o la mujer
 o la ternura que no descifró nada.
 O tal vez no apretaste el firmamento oscuro
 de los seres, la estrella palpitante, tal vez
 al pisar no sabías que de la tierra ciega
 emana el día ardiente de pasos que te buscan.
 
 Pero nos hallaremos inermes, apretados
 entre los dones mudos de la tierra final.
   Poemas de Pablo Neruda
 
 
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