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Bajo el cielo infinito, donde el tiempo se desliza,
te miro y siento que la vida es una brisa.
Los días pasan, fugaces, como el vuelo de un pájaro,
y en este mundo efímero, solo tú eres mi amparo.
Los hijos crecen, sus risas se alejan en la distancia,
sus pasos buscan otros rumbos, su propia esencia.
Les vimos partir, con orgullo y con dolor,
pero en tu mirada encontré el mismo amor.
Los padres, aquellos pilares de nuestro ayer,
se desvanecieron como estrellas al amanecer.
Su legado vive en nosotros, en cada gesto y palabra,
pero su ausencia nos recuerda que el tiempo se nos escapa.
Los amigos, cómplices de risas y de llanto,
se dispersaron en el viento, cada uno por su encanto.
El dinero, ese espejismo de falsa eternidad,
se desvanece como arena entre la realidad.
El cuerpo, testigo fiel de tantos años vividos,
cambia, se transforma, lleva huellas de los días idos.
Las arrugas son mapas de historias compartidas,
y en cada cana, el reflejo de nuestras vidas.
Pero al final, cuando todo se desvanezca,
cuando el mundo se detenga y la vida nos parezca
un suspiro en el universo, un instante fugaz,
solo quedaremos tú y yo, en un eterno solaz.
Por eso hoy te digo, cuida de este amor profundo,
que es más fuerte que el tiempo, que el mar y que el mundo.
Porque al final, cuando todo se haya ido,
solo quedaremos tú y yo, unidos .
En tus manos guardo mi alma, en tu risa mi alegría,
en tu mirada encuentro el rumbo, en tu voz mi poesía.
No hay tesoro más valioso que este lazo invisible,
que nos une en la distancia, que nos hace indestructibles.
Así que cuida de mí, como yo cuidaré de ti,
porque al final, solo nosotros seremos aquí.
En este viaje eterno, en este sueño sin final,
solo quedaremos tú y yo, en un amor inmortal.
Vicente López Abellán
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