La salud es el estado verdadero de mi ser como creación de Dios. Cuando sienta que no estoy en armonía con esa verdad, me detengo calmo mis pensamientos, descanso mi cuerpo y enfoco mi atención en el poder sanador de Dios en mí. Reconozco que soy uno con el Espíritu en mente y cuerpo. Acojo esta fuerza de vida amorosa, y ésta fluye en mí restaurando mi salud. Me visualizo lleno de vitalidad.
Guiado por el Espíritu, tomo decisiones sabias: aparto tiempo para orar y meditar, como alimentos nutritivos, me mantengo activo y cultivo pensamientos positivos. Conservo un equilibrio entre el trabajo y la recreación, la actividad y el descanso.
Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz. —Salmo 36:9