
LA CONDENA DE UN AMOR
Ella me esperaba, me esperaba cada día al llegar
las primeras luces de la aurora cuando el sol aparecía
en su resplandor entre los cristales de la ventana
de su habitación, sus ojos buscaban mis pasos,
buscaban las huellas de mis letras, de mi sudor,
buscaba mi abrigo, buscaba el fuego
de mis brazos, la fuerza de mis venas.
Yo le escribía solo a ella, mis letras seguían
el camino de sus deseos, de sus ganas, de sus delirios,
el dibujo hacia su desnudez divina,
el trayecto hacia el contorno de su cuerpo de mujer,
las gotas de los rocíos de su boca brotaba
en su caudal desde la punta de mi pluma
en la mejor inspiración y mi corazón elevaba
en su nombre el grito de mis suspiros.
Ella escondía su secreto como podía,
no quería ser juzgada de mala manera,
era aliada del silencio en su culpa, en su condena,
en el peor de sus castigos cautiva de mi ausencia,
un silencio lleno de promesas, de dudas,
de incertidumbre en el eco de la melodía
que impactaba en la brisa cuando llegaban inevitables
los momentos de soledad, de nostalgia, de dolor, de vacío.
Yo no podía dejar de soñar, no podía dejar
de encontrarla en cada uno de los instantes
en los que tomaba mi pluma para sacudir mi alma,
ella se había convertido en la musa, en el brillo de mis ojos,
en la estrella que guiaba mis instintos en cada noche,
en la canción que no dejaba de oír una y otra vez
en la lucha para detener el tiempo, para hacerlo eterno
al recordar cuando me dijo: ¡Te amo!
Ángel de las Letras-
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