
Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo...

Que ha cambiado, dijera, toda la faz del mundo,
desde que oí los pasos de tu alma moverse
levemente, ¡oh, muy leves!, junto a mí, deslizándose
entre mí y aquel borde terrible de la muerte
tan clara, donde hundirme creí; mas fui elevada
hasta el amor y pude saber un nuevo ritmo
para mecer la vida. La copa de amarguras
que Dios nos da al nacer, apuraré gustosa,
loando su dulzura, amor mío, a tu lado.
El nombre de las tierras y el del cielo se mudan
según donde estés tú o hayas de estar un día.
Y este laúd y el canto mío, que quise antaño
(los ángeles canoros bien lo saben), los quiero
sólo porque tu nombre se mezcla en lo que dicen.
Elizabeth Barret

