
Indolencia

¡No me digáis que sigo siendo una pobre mujer equivocada! Lo sé. y sé más cosas todavía. Sé que he soñado tanto que convertí en inútiles las más puras verdades; sé que inventé yo misma los más altos obstáculos; sé que la vida era otra cosa, ¡y entonces ya lo sabía! Pero una nace a veces así, torpe y desmesuradamente triste, y todo cuanto toca se le va convirtiendo en cenizas. Porque yo tuve dieciséis años y aspiré a ser como un dios en la tierra. Aspiré a dignificar a los hombres, a enorgullecerme de mí misma. Pero, ¡ya pasó! Todo cuanto vosotros podáis echarme en cara, hace mucho que yo me lo vengo repitiendo. Extranjera en el mundo, he contemplado la dicha de los otros con una desesperada indiferencia. Pero ya nada importa nada. Aquí sigo en mi puesto, con mi adolescente actitud de ávido hastío, con mi lamentable corazón de muchacha apasionadamente muerto. ¿Qué más da sentirse desdichada si apenas queda tiempo de llorarse? Es tarde para rectificar toda una vida y, además, ya lo sabéis, soy indolente...
Susana March


| | | | | | | | | | |
|