Yo no soy de mitades, nunca lo fui.
No sé querer poquito, no sé sentir a medias, no sé caminar con pasos tímidos cuando el corazón me pide correr.
A mí lo tibio me aburre, me apaga, me desenfoca.
Lo mío es la intensidad de lo auténtico, lo que se entrega sin miedo a que duela, lo que no necesita disfraces para encajar.
Siempre he sido así: transparente hasta el exceso, honesta hasta lo incómodo.
Mi rostro me traiciona cuando intento callarme, mi voz se nota cuando quiero disimular, y mi alma… mi alma nunca aprendió a mentir.
Todo se me nota: la tristeza, la alegría, el enojo, la ilusión.
Soy de emociones que hablan sin pedir permiso, de sentimientos que no saben esconderse.
Claro que eso me ha traído problemas.
He perdido personas, he incomodado a otras, he sido mal interpretada más veces de las que quisiera.
Pero, con el tiempo, entendí que no es un defecto: es mi manera honesta de existir.
Y que quien se queda a mi lado lo hace porque me valora tal cual soy, sin intentar moldearme, sin pedirme que apague mi esencia para encajar en su comodidad.
Las personas que no soportaron mi intensidad, simplemente se fueron.
Y en vez de lamentarlo, hoy lo agradezco.
Porque prefiero un pequeño círculo lleno de cariño genuino, que un montón de presencias vacías que solo saben fingir.
Prefiero la sinceridad que duele un día, que la hipocresía que lastima siempre.
Nunca seré una mujer “queda bien”.
No nací para agradar a todos, ni para encajar en expectativas ajenas, ni para ser un molde conveniente.
Yo solo busco quedar bien conmigo, con lo que siento, con lo que pienso, con lo que doy.
Quien me quiera, que me quiera completa.
Con mi intensidad, mis silencios que hablan, mis arranques sinceros y mis verdades sin filtro.
Quien no sepa qué hacer conmigo, es libre de irse…
porque yo también merezco un ambiente donde no tenga que explicarme,
donde mi esencia no sea un problema,
donde mi intensidad no sea un motivo para apagarme.
Al final, solo permanecen los que reconocen que esa fuerza emocional no es un defecto…