Discurso pronunciado por el compañero
Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores de la
República de Cuba, en el Debate General del 57 Período de
Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Nueva
York, 14 de septiembre del 2002
Señor Presidente:
Hace un año, la celebración de esta
Asamblea General debió ser postergada por el crimen brutal
perpetrado el 11 de septiembre. Hubo entonces en todo el
mundo una ola de solidaridad con el pueblo estadounidense y,
especialmente, con las familias de las casi 3 mil víctimas
inocentes de aquel injustificable acto terrorista.
Se crearon las condiciones para que se
gestara una genuina alianza internacional bajo los auspicios y
la dirección de la Organización de Naciones Unidas, con respeto
absoluto a los propósitos y principios consagrados en su
Carta. Prácticamente todos los países, más allá de
diferencias ideológicas, políticas, culturales y religiosas,
manifestamos nuestra disposición a colaborar de manera activa en
este propósito de inobjetable interés común.
Se impuso, sin embargo, otra
visión. Se proclamó insólitamente que quien no secundara
la guerra decidida por un solo país estaría entonces junto al
terrorismo. Se anunció incluso al Consejo de Seguridad que
ese país se reservaba el derecho de decidir por su cuenta atacar
en el futuro a otras naciones.
Se desató entonces una guerra
unilateral, cuyo número de víctimas aún desconocemos y cuya
consecuencia más tangible probablemente sea la de haber
propinado un contundente golpe a la credibilidad de la
Organización de Naciones Unidas y al multilateralismo como vía
para el enfrentamiento de los complejos retos que hoy tenemos
ante nosotros.
¿Cuál es hoy el balance? Son
mayores los sentimientos de odio, venganza e inseguridad, que no
ayudan a la lucha contra el terrorismo. Peligrosas corrientes
xenófobas y discriminatorias amenazan la existencia de un mundo
plural y democrático. Se ha retrocedido en el terreno de las
libertades públicas y los derechos civiles.
Mientras tanto, falta la voluntad
política por parte de algunas potencias para aplicar con rigor,
sin selectividad y sin dobles raseros, los doce instrumentos
jurídicos internacionales existentes. No hemos avanzado tampoco
en la definición, hoy imprescindible, del terrorismo de Estado.
Cuba, por su parte, víctima durante más
de cuatro décadas de actos terroristas, que expresó en esta
Asamblea sus opiniones con serenidad y firmeza, y que condenó
sin vacilaciones el crimen del 11 de septiembre y el terrorismo,
pero que se opuso también a la guerra sobre la base de
consideraciones éticas y de respeto al derecho internacional,
firmó y ratificó los doce convenios internacionales relativos a
la lucha contra el terrorismo, aprobó una ley nacional de lucha
contra este flagelo, ha cooperado plenamente con las labores del
comité creado al efecto por el Consejo de Seguridad y, en el
plano bilateral, propuso al Gobierno de los Estados Unidos la
adopción de un programa de lucha contra el terrorismo que,
incomprensiblemente, dicho gobierno rechazó.
Hasta hoy, y pese a no haber
desarrollado ni tener la intención de desarrollar jamás armas
nucleares, Cuba no ha sido Estado parte del Tratado de No
Proliferación Nuclear, en tanto se trata de un instrumento que
resulta insuficiente y discriminatorio, pues permite que se
establezca un club de potencias nucleares sin compromisos
concretos de desarme. Sin embargo, como señal de la clara
voluntad política del Gobierno cubano y su compromiso con un
proceso efectivo de desarme que garantice la paz mundial,
nuestro país ha decidido adherirse al Tratado de No
Proliferación de Armas Nucleares, lo que hacemos reafirmando
nuestra aspiración a que finalmente pueda concretarse la
eliminación total y bajo estricta verificación internacional de
todas las armas nucleares.
En adición, y pese a que la única
potencia nuclear en las Américas mantiene una política de
hostilidad contra Cuba que no excluye el uso de la fuerza, Cuba
también ratificará el Tratado para la Proscripción de las Armas
Nucleares en América Latina y el Caribe, conocido como Tratado
de Tlatelolco, que nuestro país había firmado en
1995.
En un día como hoy, repito las palabras
expresadas por Cuba en la pasada Asamblea General: âSolo bajo el
liderazgo de las Naciones Unidas podremos derrotar al
terrorismo. La cooperación y no la guerra es el camino. La
coordinación de acciones y no la imposición es el método. [...]
Cuba reitera su condena al terrorismo en todas sus formas y
manifestaciones. Cuba reitera que no permitirá que su
territorio sea utilizado jamás en acciones terroristas contra el
pueblo de los Estados Unidos o de cualquier otro
país.â
Señor Presidente:
¿Por qué no hemos visto el mismo celo
con que se desató la guerra en Afganistán para buscar una
solución justa y duradera para la paz en el Oriente Medio? ¿Por
qué algunos no han dicho siquiera una palabra para condenar las
agresiones contra el territorio de Palestina y los crímenes
contra su pueblo? ¿Por qué no se han condenado los asesinatos
selectivos y el uso de las fuerzas armadas contra la población
civil? ¿Por qué se ha garantizado impunidad a las acciones del
ejército israelí, maniatando al Consejo de Seguridad? ¿Por
qué no se ha actuado firmemente para implementar las
resoluciones del Consejo de Seguridad que garanticen la
proclamación de un Estado palestino independiente y soberano,
con Jerusalén oriental como su capital? ¿Por qué la única
superpotencia que hoy existe en el planeta actúa de modo
diferente ante un caso y otro? ¿Por qué no cesa el sufrimiento
de las madres palestinas cuyos hijos son también asesinados como
los inocentes del 11 de septiembre?
Estas preguntas deberían tener
respuesta por parte de quienes en esta sala cargan sobre sus
hombros la responsabilidad de lo que hoy está ocurriendo en los
territorios palestinos y árabes ocupados.
Señor Presidente:
Parece ya inevitable una nueva guerra
contra Iraq, una escalada de la situación de permanente agresión
que ese pueblo ha vivido durante los últimos diez años. Se habla
ahora de “guerra preventiva”, en franca violación del espíritu y
la letra de la Carta de las Naciones Unidas.
Cuba defiende principios, no
conveniencias, y, por tanto, aunque ello disguste a sus
patrocinadores, se opone de modo categórico a esta guerra. A
Cuba no la anima un espíritu antinorteamericano, aún cuando su
gobierno mantiene y endurece un bloqueo de más de cuarenta años
contra nuestro pueblo.
Pero no decir la verdad por cobardía o
cálculo político no es lo que caracteriza a los revolucionarios
cubanos. Por tanto, Cuba proclama aquí que se opone a una nueva
acción militar contra Iraq. Lo hace al tiempo que recuerda que
en su momento apoyó en el Consejo de Seguridad la resolución que
pedía al Gobierno de Iraq cesar la ocupación de Kuwait.
Sostenemos que sería una locura el
desarrollo hoy de armamentos de exterminio en masa, pues vemos
como único camino posible a la paz mundial el desarme general y
completo, incluido el desarme nuclear, y la reorientación
del dinero que hoy se gasta en armas a enfrentar los gravísimos
problemas económicos y sociales de la humanidad.
Los países árabes han sido categóricos
en su rechazo a esta guerra; la mayoría de los países europeos
no la secundan; la comunidad internacional ve con
preocupación creciente cómo se anuncia una nueva guerra sobre la
base de acusaciones que no han sido probadas, e incluso
ignorando la realidad evidente de que Iraq no puede ser un
peligro para Estados Unidos.
Si el Gobierno de los Estados Unidos
desata una nueva guerra contra Iraq, imponiéndosela al Consejo
de Seguridad o decidiéndola unilateralmente en contra de la
opinión pública internacional, se habrá consagrado el nacimiento
del siglo del unilateralismo y de la jubilación forzosa de la
Organización de las Naciones Unidas.
Parecerá entonces que los años de la
Guerra Fría, con su lejano recuerdo de bipolarismo, errores y
contradicciones, no fueron tan estériles y peligrosos como la
etapa que hoy se está abriendo de modo inexorable ante el
mundo.
Señor Presidente:
Hay que salvar a la Organización de
Naciones Unidas. Cuba defiende tanto la necesidad de su
preservación como la de su más profunda reforma y
democratización. Pero hay que hacerlo respetando su Carta, y no
reescribiéndola o tergiversando sus propósitos y principios.
Hay, por fin, que darle a la Asamblea General el papel
establecido por la Carta. Hay que rescatar al Consejo de
Seguridad del descrédito y las dudas que hoy justificadamente lo
lastran, y transformarlo en un órgano verdaderamente
representativo —y hablo de la presencia del Tercer Mundo y no
del poderío militar como justificación de la membresía—, en un
órgano democrático —y hablo de eliminar el veto y otras
prácticas antidemocráticas—, en un órgano transparente —y hablo
del cese de los conciliábulos secretos y las decisiones reales
tomadas a escondidas por unos pocos e impuestas después al
resto.
Hoy, cuando está más amenazado que
nunca, Cuba defiende con más fuerza la necesidad de preservar el
multilateralismo en las relaciones internacionales. Por eso
hemos visto con frustración el decepcionante desenlace de las
negociaciones para el establecimiento de una Corte Penal
Internacional, que Cuba apoyó entendiéndola como un órgano
realmente imparcial, no selectivo, eficaz, complementario a los
sistemas nacionales de justicia y verdaderamente
independiente. Enmendar de facto el tratado internacional
que dio vida a la Corte valiéndose del Consejo de Seguridad, o
imponer a otros países humillantes acuerdos bilaterales que
obligan a aquellos a incumplir sus obligaciones internacionales
derivadas de ese tratado, resulta no solo arrogante sino,
además, irresponsable.
La Corte Penal Internacional que hoy se
proclama no es el órgano que necesitamos y por el que hemos
luchado, subordinada a intereses políticos hegemónicos y víctima
ya de la posibilidad de ser manipulada, atada desde su
nacimiento a las decisiones de algún miembro permanente del
Consejo de Seguridad. ¿Qué justicia internacional verdadera
podrá esperarse de un órgano que carece de una definición del
delito de agresión, o que podrá recibir instrucciones del
Consejo de Seguridad para suspender o prorrogar indefinidamente
un juicio a solicitud de uno de sus miembros permanentes? ¿Quién
garantiza que la Corte no termine convirtiéndose en un
instrumento al servicio del intervencionismo y de la dominación
por parte de los países más poderosos?
Cuba reitera hoy aquí lo que ya expresó
en la recién concluida Cumbre de Johannesburgo: se impone una
refundación de las instituciones financieras internacionales. Se
impone crear un sustituto legítimo para el Fondo Monetario
Internacional. Se requiere orientar el trabajo del Banco
Mundial al apoyo del ejercicio real por parte de más de 130
países del Tercer Mundo de su derecho al desarrollo. Se requiere
poner en manos del sistema de Naciones Unidas nuevos recursos
financieros para combatir la pobreza, el subdesarrollo, las
enfermedades y el hambre. Se requiere rescatar a la
Organización Mundial del Comercio de los intereses de un pequeño
número de países ricos y poderosos, y convertirla en un
instrumento al servicio de un sistema de comercio internacional
justo y equitativo.
Los escasos resultados de las Cumbres
de Monterrey y Johannesburgo, Señor Presidente, y la justa ola
de indignación y cuestionamiento que han levantado, ponen otra
vez sobre la mesa el tema de la falta de voluntad política de
las principales potencias industrializadas a renunciar a una
parte de sus privilegios para permitir un cambio real en el
injusto e insostenible orden mundial que sume hoy en la pobreza
y la desesperanza a las dos terceras partes de la población del
planeta.
Reconozco, Señor Presidente, que las
palabras de Cuba puedan ser no compartidas por algunos en esta
sala. Entiendo, incluso, que puedan ser tomadas como un ataque
hacia algún país en particular. Sin embargo, no es ésa la
razón. La palabra ha de ser usada para defender la verdad,
y eso es lo que Cuba ha hecho y hará siempre. Somos un pueblo
pequeño y noble que proclamó hace ya mucho tiempo que para
nosotros, los cubanos, âPatria es humanidadâ.
Muchas gracias.
|