Sobre Walter
Mignolo. Capitalismo y geopolítica del conocimiento. El
eurocentrismo y la filosofía de la liberación en el debate
intelectual contemporáneo. Buenos Aires, Ediciones del Signo, 2001,
288 p.
Si el Aleph -en la espléndida ficción de
Borges- permite contemplar los secretos del acontecer, episodios de
velada intimidad, paisajes remotos, dimensiones ocultas del vasto
mundo sustraídas a la apariencia inmediata, acceder a él exige
colocarse en el lugar apropiado. Cosa que el relato borgeano
simboliza en la necesidad de bajar al sótano -descender a lo
profundo- de una casa en la calle Garay, al Sur de la austral ciudad
de Buenos Aires, y adoptar una precisa postura
corporal.
La metáfora admite diversas lecturas y no es
erróneo ni arbitrario apostar al sentido que sugiere una de ellas:
la compleja y diversa realidad siempre se percibe desde la concreta
configuración de un mundo particular. Esto es, el pensamiento y el
saber implican el arraigo en algún lugar, en un espacio geográfico,
histórico y cultural. La reflexión anclada en Chicago, Londres,
París, por lo tanto, mantendría diferencias sustantivas con la que
toma impulso en Buenos Aires, San Pablo o Bombay, sin que ninguna
pueda arrogarse, de suyo, un grado de generalidad mayor que las
demás. Aquí "diferencia" no significa que la producción intelectual
generada en los países centrales sea, por sí misma y de manera
inmediata, "universal" y que la surgida en otras regiones se reduzca
a un irrelevante localismo. Al contrario, es legítimo considerarlas
perspectivas de validez equivalente.
Los textos reunidos en Geopolítica del
conocimiento -empezando por el estudio introductorio del compilador,
Walter Mignolo- asumen aquella diferencia de modo
rotundo.
Plantear un debate en los términos de una
geopolítica epistemológica, supone reconocer su índole polémica, su
inscripción en una lucha simbólica de magnitud e implica tomar
partido por una de las posiciones que intervienen en él: la que
adoptan Walter Mignolo y la mayor parte de los trabajos recopilados,
interpelan tanto la tradición hegemónica de Occidente como un
conjunto de ideas y consignas que, en la actualidad, son masivamente
difundidas y se instalan como sentido exclusivo y unánime de la
realidad. La importancia de la puja simbólica es que en ella se
juegan los criterios que determinan el carácter de lo
real.
En los últimos lustros, los centros de poder
han producido y propagado hasta el hartazgo ciertas modas
ideológicas que ocluyen disidencias y alternativas: el
posmodernismo, el fin de la historia, la globalización, la caducidad
de todo sujeto histórico, la veneración del poder. Con matices,
confluyen en la prédica de que ya no hay cambio social posible y de
que los puntos de vista regionales, locales, son cosa del pasado. A
la tediosa y persistente retórica de la posmodernidad, se sumó la no
menos paralizante de la globalización; ambas convergen, ahora, en la
versión del marxismo posmoderno de T. Negri expuesta en el
bestseller Imperio. En ella, como anota Mignolo, "...el mundo fuera
de la trayectoria de Roma a Estados Unidos, esto es, del Norte del
Mediterráneo al Atlántico Norte, no existe. O si existe es sólo para
justificar la necesidad histórica del 'imperio'". (El subrayado es
mío). Hardt y Negri, observa Mignolo: "No piensan ni sugieren que la
postcolonialidad es la cara oculta de la posmodernidad (así como la
colonialidad lo es de la modernidad) y en este sentido lo que la
postcolonialidad indica no es precisamente el fin de la colonialidad
sino, precisamente, su re-organización". (p. 16)
Las tesis de Hardt y Negri, agreguemos,
fueron anticipadas en parte por algunos representantes vernáculos,
que celebraron como un avance de la humanidad la marcha hacia la
globalización. Un síntoma de ello puede registrarse en un libro de
J. J. Sebreli "El asedio de la modernidad", publicado en 1992. Allí
se cuestiona toda postura antiuniversalista, se critica a la UNESCO
que las alentó, a los populistas que las promovieron, para sostener,
desde una apelación a Marx, que sólo el capital internacionalizado y
las empresas multinacionales pueden hoy desarrollar las fuerzas
productivas; todo proyecto nacional antiimperialista o de
'liberación' -concluye el autor- incurre en una " utopía
reaccionaria".
Hardt y Negri, a su vez, indican que una
auténtica filosofía de la liberación únicamente puede surgir en el
interior de la 'totalidad' que ellos describen y denominan
'imperio'. Vale la pena advertir cómo las tentativas por pensar
Latinoamérica desde sí misma sufren las supuestas correcciones,
provenientes del 'mundo desarrollado', que apuntan a disolverlas: a
las dos instrucciones vaticanas sobre la teología de la liberación,
se corresponde ahora la propuesta del marxismo posmoderno acerca de
una 'verdadera filosofía de la liberación'.
Justamente, para aclarar y defender su
postura Walter Mignolo acude a la filosofía de la liberación
inaugurada en los años 70 y proseguida hasta hoy por Enrique Dussel.
En rigor, no la recoge en bloque, enumera algunas críticas dirigidas
contra la filosofía de la liberación, no obstante lo cual, señala la
vigencia que aún conservan algunos de sus ejes. En los trabajos de
su primera época, Dussel contraponía la exterioridad metafísica del
Otro a la ontología nordatlántica que justificaba la Totalidad
cerrada del mundo occidental, donde los no europeos eran incluidos
pero despojados de su diferencia o reducidos a la nada. Pero Mignolo
introduce un sesgo en la interpretación de esas categorías: la clave
de su lectura es epistemológica y el corte que propone impugna la
unidad del tiempo operada por el pensamiento europeo y la
consecuente reunificación del espacio. Apunta, por el contrario, a
mostrar que al lado de Europa y Estados Unidos hay otros lugares
legítimos de enunciación liberados del oprimente peso de la
universalidad paradigmática que Occidente se atribuye a sí mismo.
Como lo atestiguan varios textos incluidos en el volumen, esos
lugares otros se mueven en el filo de su configuración colonial y de
los obstáculos que presentan sus tradiciones. Dentro de esa tópica
epistemológica y geopolítica son destacables los aportes de Enrique
Dussel y de Aníbal Quijano sobre el complejo lugar que es América
Latina; los de filósofos africanos referidos a la antropología
kantiana -la cuarta crítica- signados por un impenitente racismo de
voluntad imperial; además, son inapreciables las observaciones de
Inmanuel Wallerstein acerca de la constitución eurocéntrica de las
ciencias sociales. A su vez, el reflexivo alegato de A. Khatibi
-Maghreb plural- resulta estimulante. La crisis en que se halla
sumida Latinoamérica y en especial la Argentina, ofrece la
oportunidad de emanciparse de ilusiones desmentidas a diario por la
doliente realidad: que un país o región pueda prosperar bajo un
horizonte colonial. La convicción que atraviesa este libro apunta a
un enfoque distinto, sintetizado en pocas palabras por Khatibi:
"Descolonizarse, esta es la posibilidad del
pensamiento". |