Este 24 de marzo se cumple un aniversario más del último golpe de estado en la Argentina, el cual instauró en el Poder al gobierno militar más sanguinario de toda la historia nacional y continental.
Desde esta comunidad brindo mi homenaje a todas las víctimas de la inhumana represión perpetrada por una raza de malditos, los cuales, en su gran mayoría y después de 27 años caminan muy orondos por las calles del país, amparados por la impunidad que le brinda esta pseudodemocracia.
Es por eso que no deberá pasar ningún 24 de marzo sin ser recordado, para que todas las generaciones sepan lo que ocurrió y lo que nunca más deberá repetirse.
En estos días en que asistimos a una nueva masacre invasora por parte de los EE.UU, de no ser el hecho tan cruel y trágico, invitaría a la carcajada escuchar a estos Señores de la Guerra hablando de liberar a un Pueblo de su Dictador. ¡¡¡¡Justamente ellos: los creadores y formadores de dictaduras en todo el mundo!!!!
El siguiente texto que transcribo pertenece al libro “De por vida” (Historia de una Búsqueda) de Rita Arditti:
El 23 de octubre de 1975, en la Undécima Conferencia de Ejércitos Latinoamericanos que se realizaba en Montevideo, Uruguay, los periodistas interrogaron al teniente general Jorge Rafael Videla, comandante en jefe de las fuerzas armadas argentinas, sobre la lucha contra la “subversión”. “Deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país” contestó el general Videla.
Y cuando se le pidió que definiera a un subversivo, respondió: “Cualquiera que se oponga al modo de vida argentino”.
Cinco meses después, el 24 de marzo de 1976, los militares tomaron el poder por sexta vez desde 1930. El teniente general Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Ramón Agosti derrocaron al gobierno constitucional de María Estela (Isabel) Martínez de Perón y se proclamaron como nuevos gobernantes del país, con el general Videla en la presidencia. Éste no fue simplemente un golpe más; estaba por comenzar el período más sangriento y vergonzoso de la historia argentina, durante el cual el país se cubriría de infamia por las atrocidades de su gobierno y sus sorprendentes semejanzas con el régimen nazi. Una de sus consecuencias sería la introducción de la palabra “desaparecidos” en el lenguaje corriente en todas las lenguas, asociada para siempre a la mera mención de la Argentina. Como una estremecedora anticipación de lo que iba a suceder, Bernardo Alberte, un destacado dirigente peronista, fue visitado en las primeras horas del día del golpe por una unidad conjunta del ejército y la policía federal. Ante la mirada aterrorizada de su familia, lo arrojaron por al ventana de su departamento en un sexto piso. Con éste, el primero de muchos actos de terror, el nuevo gobierno comenzó a consolidarse.
El caos general y la inestabilidad política reinantes en el gobierno de Isabel Perón habían preparado el terreno para la toma del poder. Los asesinatos, la inflación y las profundas divisiones dentro de los partidos políticos hicieron que el golpe pareciera inevitable a grandes sectores de la Sociedad.
Una campaña cuidadosamente orquestada por los sectores conservadores de los medios de comunicación, el apoyo de los terratenientes e industriales argentinos y las presiones de los círculos financieros internacionales crearon una imagen de los generales como hombres razonables y honestos dispuestos a tomar sobre sus hombros la pesada carga de “salvar” a la Argentina. Los niveles más altos de las fuerzas armadas habían aprobado el golpe en septiembre de 1975, poco después de que Isabel Perón designara al general Videla como comandante en jefe del ejército; se prepararía dentro de los siguientes seis meses.
Casi inmediatamente después del golpe, las fuerzas armadas reemplazaron la Constitución por el Estatuto del Proceso de Reorganización Nacional, que les daba la facultad de ejercer los tres poderes: el judicial, el legislativo y el ejecutivo. Se debilitó el habeas corpus, la censura se extendió a todas las esferas de la vida y los sindicatos, los partidos políticos y las universidades quedaron bajo el control de los militares. El estado de sitio que había impuesto el gobierno de Isabel Perón se prorrogó indefinidamente y se suspendieron todas las garantías constitucionales; el ochenta por ciento de los jueces fueron reemplazados. Las fuerzas armadas, que se presentaban como defensoras de “la tradición, la familia y la propiedad”, consideraban cualquier crítica a su régimen como signo de un comportamiento antiargentino y subversivo que había que aplastar para proteger a la nación. Una vez más, el general Videla lo expresó con claridad: “La represión es contra una minoría a la que no consideramos argentina.”
El “derecho a opción”, que había permitido a los detenidos a disposición del poder ejecutivo elegir entre la cárcel y el exilio, quedó inmediatamente abolido. Una multitud de decretos y leyes recién promulgados aumentaron las facultades de la policía y los militares establecieron la pena de muerte para crímenes políticos. Tras hacer suyos los tres poderes del Estado, la junta lanzó una de las más brutales campañas de represión del hemisferio occidental. Cuatro juntas gobernaron el país durante casi ocho años. La Democracia sólo volvió a instaurarse tras el desastre de la guerra de Malvinas, con la elección de Raúl Alfonsín en 1983.
SALUDOS REVOLUCIONARIOS
(Gran Papiyo)