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General: El Che según Ameijeiras
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De: Gran Papiyo  (Mensagem original) Enviado: 05/04/2003 23:15

El Che, según Efigenio Ameijeiras Delgado

Me acuerdo de la primera vez que hablé con él, cuando aún no era el Guerrillero Heroico: acabábamos de desembarcar del “Granma”, yo venía dando tumbos por la pantanera de Belic. Lo vi sentado sobre el fango, recostado a unos arbustos de mangle. Me dejé caer pesadamente a su lado; él vio mi agotamiento y me preguntó:

-¿Vos que tenés?

-Chico, estoy sin fuerzas- se puso lentamente de pie y con una mueca hierática que parecía una ironía consigo mismo, me dijo:

-¿Querés que te ayude?

-Pero, ¿quién te ayuda a ti? – le contesté – Si parece que te estás ahogando...

-¿Sabés?, tengo un ataque de asma...

-¡Caramba!, lo siento, chico, vamos a ver si podemos continuar – y al tiempo que me ponía en pie le pregunté - : ¿Tú no eras el médico argentino que repartía pastillitas en el barco?

Así era el Che de la Revolución Cubana, así fue desde el primer día. Pudiera llenar muchas cuartillas con anécdotas suyas, pero quiero tan sólo citar una más en boca de quien también fue uno de los grandes de la Revolución. Se trata de Ciro Redondo, muerto gloriosamente en el combate de Malverde y amigo entrañable del Che.

Eran los días posteriores al casi aniquilamiento que sufrimos en Alegría de Pío. Estábamos refugiados en un bosque y haciendo un recuento de lo pasado. Ciro se refería al Che y decía:

“Le dieron un tiro en el cuello... Estaba por donde le prendieron fuego al cañaveral... ¿Qué le habrá pasado? ¿Habrá podido salvarse? Era un hombre de una serie de cualidades... En México dijo que, aunque él no era cubano, venía con nosotros porque era una causa justa. Sólo pedía que si triunfábamos se hiciera una revolución de verdad...”

A cualquiera le entran deseos de coger una libreta y un lápiz y andar y andar por todos los caminos del mundo reviviendo las hazañas de este moderno Don Quijote.

Es que todavía retumban en mis oídos las palabras de la última carta que me envió:

“... recuérdame siempre como al viejo compañero de la Sierra...”

Cuando aún no se habían apagado los fuegos de Ñancahuazú, mi petición más vehemente fue incorporarme aunque fuera con cuatro hombres a la guerrilla de Bolivia. Entonces le hubiera podido contestar:

“Yo siempre te recuerdo igual”.

Pero los acontecimientos se precipitaron... Sólo quedó el humo de su fusil en la Quebrada del Yuro. Su enigmática sonrisa se volvió compasiva cuando sus ojos vieron la falta de ortografía en aquella pizarra de la escuelita de Higueras... Sólo bajó los párpados por breves instantes al escuchar los disparos con que ultimaban a sus compañeros en la sala contigua. Ya supo que quedaba él. ¿Quién mejor que él podía enfrentar ese momento? Él, un hombre hecho a todos los dolores. Con una pierna atravesada de un balazo, lo habían obligado a caminar más de una legua. Nadie tuvo compasión; no le dieron siquiera un poco de agua. ¿Cómo iban a darle agua, si ya estaban pensando hasta en quemarlo? Oh, qué enemigos más ruines... Era tanto el miedo que lo querían borrar con fuego. Se apagó el eco de los últimos disparos. Ahora sólo faltaba él. Con paso inseguro entró el oficial en la habitación donde estaba sentado en el suelo y recostado a la pared. A pesar de tener una metralleta en la mano el oficial sentía un manifiesto temor. Él sabía que otro esbirro que intentó vejar al herido recibió una bofetada en pleno rostro. Aumentó su asombro y confusión cuando el herido le dijo:

“¿Qué, te dieron la orden?... ¿Tenés miedo? ¿Necesitás ayuda?”

El oficial ni siquiera levantó la metralleta: no pudo con la carga de luz que salía de aquellos ojos... Se volvió donde sus superiores. Tuvo que ser amonestado severamente y tomarse otro vaso de ron, para poder regresar a enfrentarse con aquel hombre que parecía más tranquilo que las propias sombras que llenaban la habitación. Disparó varias veces contra la luz y no logró apagarla.

Mucho tiempo después, todavía estaban abiertos sus ojos. Un periodista comentó: “Parece que está despierto.”. La fotografía de sus ojos llenos de luz le dio la vuelta al mundo. Sus enemigos quisieron apagarla y utilizaron el fuego, pero, el fuego fue un bumerang contra ellos en cada guerrilla, en cada manifestación estudiantil, en cada huelga, en cada país que se libera de la tutela imperialista. La luz de Valle Grande es el detonante desde el Río Bravo a la Patagonia, y aún más allá, en África, en Asia. Sus ojos llenos de luz son las nuevas banderas de lucha y de combate, como él pedía en vida.

SALUDOS REVOLUCIONARIOS

                (Gran Papiyo)



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