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General: EL PENSAMIENTO VIVO DE MARX ( Parte 1 )
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De: ATTACmx (Mensaje original) |
Enviado: 10/03/2004 02:57 |
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TEXTOS DE ESTUDIO Y FORMACIÓN POLÍTICA
PRÓLOGO AL LIBRO DE OTTO RÜHLE
El PENSAMIENTO VIVO DE MARX.
LEÓN TROTSKY · Febrero 1939 Este libro de Otto Rühle expone de una manera compacta las doctrinas económicas fundamentales de Marx. Después de todo nadie ha sido todavía capaz de exponer la teoría del trabajo mejor que el propio Marx. (1) Algunas de las argumentaciones de Marx, especialmente en el capítulo primero, el más difícil de todos, pueden parecer al lector no iniciado demasiado discursivas, ociosas o “metafísicas”. En realidad, esta impresión es la consecuencia de no tener la costumbre de considerar de una manera científica los fenómenos familiares. La mercancía se ha convertido en una parte tan universalmente difundida y tan familiar de nuestra vida diaria que ni siquiera se nos ocurre considerar por qué los hombres ceden objetos importantes, necesarios para el sostenimiento de la vida, a cambio de pequeños discos de oro o de plata que no se utilizan en parte alguna de la tierra. El asunto no se limita a la mercancía. Todas y cada una de las categorías de la economía del mercado parecen ser aceptadas sin análisis, como evidentes por sí mismas, y como si fueran las bases naturales de las relaciones humanas. Sin embargo, mientras las realidades del proceso económico son el trabajo humano, las materias primas, las herramientas, las máquinas, la división del trabajo, la necesidad de distribuir los productos terminados entre los participantes en el proceso de producción, etcétera, las categorías como mercancía, dinero, salarios, capital, ganancia, impuesto, etcétera, son únicamente reflejos semi-místicos en las cabezas de los hombres de los diversos aspectos de un proceso económico que no comprenden y que escapan a su control. Para descifrarlos es indispensable un análisis científico completo. En Estados Unidos, donde un hombre que posee un millón de dólares se considera que “vale” un millón de dólares, los conceptos con respecto al mercado han caído mucho más bajo que en cualquier otra parte. Hasta una época muy reciente los norteamericanos se preocuparon muy poco por la naturaleza de las relaciones económicas. En la tierra del sistema económico más poderoso, la teoría económica siguió siendo excesivamente pobre. Fue necesaria la crisis profunda de la economía norteamericana para que la opinión pública de ese país se enfrente bruscamente con los problemas fundamentales de la sociedad capitalista. En cualquier caso, aquellos que se hayan acostumbrado a aceptar sin un examen riguroso las reflexiones ideológicas sobre el desarrollo económico, aquellos que no hayan razonado, siguiendo los pasos de Marx, acerca de la naturaleza esencial de la mercancía como la célula básica del organismo capitalista, estarán incapacitados para comprender científicamente los fenómenos más importantes de nuestra época. El método de Marx Habiendo definido la ciencia como el conocimiento de los fenómenos objetivos de la naturaleza, el hombre ha tratado terca y persistentemente de excluirse a sí mismo de la ciencia, reservándose privilegios especiales bajo la forma de pretendidas relaciones con fuerzas suprasensibles (religión) o con preceptos morales eternos (idealismo). Marx privó al hombre definitivamente y para siempre de esos odiosos privilegios, considerándolo como un eslabón natural en el proceso evolutivo de la naturaleza material; al considerar a la sociedad como la organización para la producción y la distribución; al considerar al capitalismo como una etapa en el desarrollo de la sociedad humana. La finalidad de Marx no era descubrir las “leyes eternas” de la economía. Negó la existencia de semejantes leyes. La historia del desarrollo de la sociedad humana es la historia de la sucesión de diversos sistemas económicos, cada uno de los cuales actúa de acuerdo con sus propias leyes. El pasaje de un sistema al otro ha sido determinado siempre por el aumento de las fuerzas productivas, es decir, de la técnica y de la organización del trabajo. Hasta cierto punto, los cambios sociales son de carácter cuantitativo y no alteran las bases de la sociedad, es decir, las formas dominantes de la propiedad. Pero se alcanza un nuevo punto cuando las fuerzas productivas maduras ya no pueden contenerse más tiempo dentro de las viejas formas de la propiedad; entonces se produce un cambio radical en el orden social, acompañado de conmociones. La comuna primitiva fue reemplazada o complementada por la esclavitud; la esclavitud fue sucedida por la servidumbre con su superestructura feudal; el desarrollo comercial de las ciudades llevó a Europa, en el siglo XVI, al orden capitalista, el que pasó inmediatamente a través de diversas etapas. Marx no estudia en El Capital la economía en general, sino la economía capitalista, con sus leyes específicas propias. Solamente al pasar se refiere a otros sistemas económicos con el objeto de poner en claro las características del capitalismo. La economía de la familia campesina primitiva, que se bastaba a sí misma, no tenía necesidad de una economía política, pues estaba dominada por un lado por las fuerzas de la naturaleza y por el otro por las fuerzas de la tradición. La economía natural de los griegos y romanos, completa en sí misma, fundada en el trabajo de los esclavos, dependía de la voluntad del propietario de los esclavos, cuyo “plan” estaba determinado directamente por las leyes de la naturaleza y de la rutina. Lo mismo puede decirse también del régimen medieval con sus siervos campesinos. En todos estos casos las relaciones económicas eran claras y transparentes en su estado bruto, por así decirlo. Pero el caso de la sociedad contemporánea es completamente diferente. Ha destruido las viejas relaciones de la economía cerrada y los modos de trabajo del pasado. Las nuevas relaciones económicas han relacionado entre sí a las ciudades y las aldeas, a las provincias y las naciones. La división del trabajo ha abarcado a todo el planeta. Habiendo destrozado la tradición y la rutina, esos lazos no se han compuesto de acuerdo con algún plan definido, sino más bien independientemente de la conciencia y de la previsión humanas. La interdependencia de los hombres, los grupos, las clases, las naciones, consecuencia de la división del trabajo, no está dirigida por nadie. Los hombres trabajan los unos para los otros sin conocerse entre sí, sin conocer las necesidades de los demás, con la esperanza, e inclusive con la seguridad, de que sus relaciones se regularán de algún modo por sí mismas. Y esto es lo que sucede, más bien, es lo que sucedía en otros tiempos. Es completamente imposible buscar las causas de los fenómenos de la sociedad capitalista en la conciencia subjetiva, en las intenciones o planes de sus miembros. Los fenómenos objetivos del capitalismo fueron reconocidos antes de que la ciencia se haya dedicado a estudiarlos seriamente. Hasta hoy día la mayoría de los hombres nada saben acerca de las leyes que rigen a la economía capitalista. Toda la fuerza del método de Marx reside en su acercamiento a los fenómenos económicos, no desde el punto de vista subjetivo de algunas personas, sino desde el punto de vista objetivo del desarrollo de la sociedad en su conjunto, del mismo modo que un hombre de ciencia que estudia la naturaleza se acerca a una colmena o a un hormiguero. Para la ciencia económica lo que tiene una importancia decisiva es lo que hacen los hombres y cómo lo hacen, no lo que ellos piensan con respecto a sus actos. En la base de la sociedad no se hallan la religión y la moral, sino los recursos natulares y el trabajo. El método de Marx es materialista, pues va de la existencia a la conciencia y no en el orden inverso. El método de Marx es dialéctico, pues observa cómo evolucionan la naturaleza y la sociedad y la misma evolución como la lucha constante de las fuerzas antagónicas. El marxismo y la ciencia oficial Marx tuvo predecesores. La economía política clásica -Adam Smith*, David Ricardo*- alcanzó su apogeo antes de que el capitalismo hubiera alcanzado su madurez, antes de que comenzara a temer el futuro. Marx rindió a los dos grandes clásicos el perfecto tributo de su profunda gratitud. Sin embargo, el error básico de los economistas clásicos era que consideraban el capitalismo como la existencia normal de la humanidad en todas las épocas, en vez de considerarlo simplemente como una etapa histórica en el desarrollo de la sociedad. Marx inició la crítica de esa economía política, expuso sus errores, así como las contradicciones del mismo capitalismo, y demostró que era inevitable su colapso. La ciencia no alcanza su meta en el estudio herméticamente sellado del erudito, sino en la sociedad de los hombres de carne y hueso. Todos los intereses y pasiones que despedazan a la sociedad ejercen su influencia en el desarrollo de la ciencia, especialmente de la economía política, la ciencia de la riqueza y de la pobreza. La lucha de los obreros contra la burguesía obligó a los teóricos burgueses a volver la espalda al análisis científico del sistema de explotación y a ocuparse de la simple descripción de los hechos económicos, el estudio del pasado económico y, lo que es inmensamente peor, una verdadera falsificación de la realidad con el propósito de justificar el régimen capitalista. La doctrina económica que se ha enseñado hasta el día de hoy en las instituciones oficiales de enseñanza y se ha predicado en la prensa burguesa nos ofrece un importante documento sobre el trabajo, pero no obstante es completamente incapaz de abarcar el proceso económico en su conjunto y descubrir sus leyes y perspectivas, ni tiene deseo alguno de hacerlo. La economía política oficial ha muerto. La ley del Valor-trabajo En la sociedad contemporánea el vínculo cardinal entre los hombres es el intercambio. Todo producto del trabajo, que entra en el proceso de intercambio, se convierte en mercancía. Marx inició su investigación con la mercancía y dedujo de esa célula fundamental de la sociedad capitalista las relaciones sociales que se han constituido objetivamente como la base del intercambio, independientemente de la voluntad del hombre. Este es el único método que permite resolver este enigma fundamental: ¿cómo en la sociedad capitalista, en la cual cada hombre piensa sólo en sí mismo y nadie piensa en los demás, se han creado las relaciones entre las diversas ramas de la economía indispensables para la vida? El obrero vende su fuerza de trabajo, el agricultor lleva su producto al mercado, el prestamista o el banquero conceden préstamos, el comerciante ofrece un surtido de mercancías, el industrial construye una fábrica, el especulador compra y vende acciones y bonos, y cada uno de ellos tiene en consideración sus propias conveniencias, sus planes privados, su propia opinión sobre los salarios y la ganancia. Sin embargo, de este caos de esfuerzos y de acciones individuales surge un conjunto económico que aunque ciertamente no es armonioso, da sin embargo a la sociedad la posibilidad no sólo de existir, sino también de desarrollarse. Esto quiere decir que, después de todo, el caos no es de modo alguno caos, que de algún modo está regulado automática e inconcientemente. Comprender el mecanismo por el cual los diversos aspectos de la economía llegan a un estado de equilibrio relativo es descubrir las leyes objetivas del capitalismo. Evidentemente, las leyes que rigen las diversas esferas de la economía capitalista, salarios, precios, arrendamiento, ganancia, interés, crédito, bolsa, son numerosas y complejas. Pero en último término todas proceden de una única ley descubierta por Marx y examinada por él hasta el final: es la ley del valor-trabajo, que es ciertamente la que regula básicamente la economía capitalista. La esencia de esa ley es simple. La sociedad tiene a su disposición cierta reserva de fuerza de trabajo viva. Aplicada a la naturaleza, esa fuerza engendra productos necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. Como consecuencia de la división del trabajo entre los productores independientes, los productos toman la forma de mercancías. Las mercancías se cambian entre sí en una proporción determinada, al principio directamente y más tarde por medio de un intermediario, el oro o la moneda. La propiedad esencial de las mercancías, propiedad que las hace iguales entre sí, siguiendo cierta relación, es el trabajo humano invertido en ellas -trabajo abstracto, trabajo en general, la base y la medida del valor. La división del trabajo entre millones de productores no lleva a la desintegración de la sociedad, porque las mercancías son intercambiadas de acuerdo con el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Mediante la aceptación y el rechazo de las mercancías, el mercado, en su calidad de terreno del intercambio, decide si contienen o no contienen en sí mismas el trabajo socialmente necesario, con lo cual determina las proporciones de las diversas clases de mercancías necesarias para la sociedad, y en consecuencia también la distribución de la fuerza de trabajo entre las diferentes ramas de la producción. Los procesos reales del mercado son inmensamente más complejos que lo que hemos expuesto aquí en pocas líneas. Así, al girar alrededor del valor del trabajo, los precios fluctúan por encima y por debajo de sus valores. Las causas de esas desviaciones están completamente explicadas en el tercer volumen de El Capital de Marx, en el que se describe “el proceso de la producción capitalista considerado en su conjunto”. Sin embargo, por grandes que puedan ser las diferencias entre los precios y los valores de las mercancías en los casos individuales, la suma de todos los precios es igual a la suma de todos los valores, pues en último término únicamente los valores que han sido creados por el trabajo humano se hallan a disposición de la sociedad, y los precios no pueden pasar de estos límites, inclusive si se tiene en cuenta el monopolio de los precios o “trust”; donde el trabajo no ha creado un valor nuevo nada puede hacer ni el mismo Rockefeller. Desigualdad y explotación Pero si las mercancías se intercambian de acuerdo con la cantidad de trabajo invertido en ellas, ¿cómo se deriva la desigualdad de la igualdad? Marx resolvió ese enigma exponiendo la naturaleza peculiar de una de las mercancías, que es la base de todas las demás mercancías: la fuerza de trabajo. El propietario de los medios de producción, el capitalista, compra la fuerza de trabajo. Como todas las otras mercancías, la fuerza de trabajo es valorizada de acuerdo con la cantidad de trabajo que encierra en ella, esto es, de los medios de subsistencia necesarios para la vida y la reproducción de la fuerza de trabajo. Pero el consumo de esta mercancía -fuerza de trabajo- es el trabajo, que crea nuevos valores. La cantidad de esos valores es mayor que los que recibe el propio trabajador y que necesita para su subsistencia. El capitalista compra fuerza de trabajo para explotarla. Esa explotación es la fuente de la desigualdad. Esta parte del producto del trabajo que contribuye a la subsistencia del trabajador la llama Marx producto necesario; a la parte excedente que produce el trabajador la llama plusvalía. El esclavo tenía que producir plusvalía pues de otro modo el dueño de esclavos no los hubiera tenido. El siervo tenía que producir plusvalía, pues de otro modo la servidumbre no hubiera tenido utilidad alguna para la nobleza terrateniente. El obrero asalariado produce también plusvalía, sólo que en una escala mucho mayor, pues de otro modo el capitalista no tendría necesidad de comprar la fuerza de trabajo. La lucha de clases no es otra cosa que la lucha por la plusvalía. Quien posee la plusvalía es el dueño del Estado, tiene la llave de la Iglesia, de los tribunales, de las ciencias y de las artes. Competencia y monopolio Las relaciones entre los capitalistas que explotan a los trabajadores están determinadas por la competencia, que actúa como el resorte principal del progreso capitalista. Las empresas grandes gozan de mayores ventajas técnicas, financieras, de organización, económicas y, “last but not least” (por último pero no menos importante, N de T.) políticas que las empresas pequeñas. El capital mayor, capaz de explotar al mayor número de obreros, es inevitablemente el que consigue la victoria en una competencia. Tal es la base de la concentración y centralización del capital. Al estimular el progreso y el desarrollo de la técnica, la competencia no sólo destruye gradualmente a las capas intermediarias, sino que se destruye también a sí misma. Sobre los cadáveres y semicadáveres de los capitalistas pequeños y medianos surge un número cada vez menor de magnates capitalistas cada vez más poderosos. De este modo, la competencia honesta, democrática y progresiva engendra irrevocablemente el monopolio dañino, parásito y reaccionario. Su predominio comenzó a afirmarse a partir de 1880 y asumió su forma definitiva a comienzos del presente siglo. Ahora, la victoria del monopolio es reconocida abiertamente por los representantes oficiales de la sociedad burguesa (2) . Sin embargo, cuando en el curso de su pronóstico sobre el futuro del sistema capitalista Marx demostró por primera vez que el monopolio es una consecuencia de las tendencias inherentes al capitalismo, el mundo burgués siguió considerando a la competencia como una ley eterna de la naturaleza. La eliminación de la competencia por el monopolio señala el comienzo de la desintegración de la sociedad capitalista. La competencia era el principal resorte creador del capitalismo y la justificación histórica del capitalista. Por lo mismo, la eliminación de la competencia significa la transformación de los accionistas en parásitos sociales. La competencia necesita de ciertas libertades, una atmósfera liberal, un régimen democrático, un cosmopolitismo comercial. El monopolio necesita en cambio un gobierno tan autoritario como sea posible, murallas aduaneras, sus “propias” fuentes de materias primas y mercados (colonias). La última palabra en la desintegración del capital monopolista es el fascismo. Concentración de la riqueza y aumento de las contradicciones de clase Los capitalistas y sus defensores tratan por todos los medios de ocultar el alcance real de la concentración de la riqueza a los ojos del pueblo, así como a los ojos del cobrador de impuestos. Desafiando a la evidencia, la prensa burguesa intenta todavía mantener la ilusión de una distribución “democrática” de los capitales invertidos. The New York Times, para refutar a los marxistas, señala que hay de tres a cinco millones de patrones individuales. Es cierto que las sociedades anónimas representan una concentración de capital mayor que tres a cinco millones de patrones individuales, aunque Estados Unidos cuenta con “medio millón de sociedades”. Este modo de jugar con las cifras tiene por objeto, no aclarar, sino ocultar la realidad. Desde el comienzo de la guerra hasta 1923 el número de fábricas y factorías existentes en Estados Unidos descendió del 100 al 98,7, mientras que la masa de producción industrial ascendió del 100 al 156,3. Durante los años de una prosperidad sensacional (1923-1929), cuando parecía que todo el mundo se hacía rico, el índice del número de establecimientos descendió de 100 a 93,8 mientras la producción ascendió de 100 a 113. Sin embargo, la concentración de establecimientos industriales, limitada por su voluminoso cuerpo material, está muy por detrás de la concentración de su espíritu, la propiedad. En 1929 tenían en realidad más de 300.000 sociedades, como observa correctamente The New York Times. Lo único que hace falta añadir es que 200 de ellas, es decir, el 0,07 del número total, controlaban directamente al 49,2% de los capitales de todas las sociedades. Cuatro años más tarde el porcentaje había ascendido ya al 56, en tanto que durante los años de la administración de Roosevelt ha subido indudablemente aún más. Dentro de esas 200 sociedades anónimas principales el dominio verdadero corresponde a una pequeña minoría (3) . El mismo proceso puede observarse en la banca y en los sistemas de seguros. Cinco de las mayores compañías de seguros de Estados Unidos han absorbido no solamente a las otras compañías, sino también a muchos bancos. El número total de bancos se ha reducido, principalmente en la forma de las llamadas “mergers” (fusiones), esencialmente por medio de la absorción. Este proceso se acelera rápidamente. Por encima de los bancos se eleva la oligarquía de los superbancos. El capital bancario se fusiona con el capital industrial bajo la forma de supercapital financiero. Suponiendo que la concentración de la industria y de los bancos se produzca al mismo ritmo que durante el último cuarto de siglo -de hecho ese ritmo va en aumento- en el curso del próximo cuarto de siglo los monopolistas habrán concentrado en sí mismos toda la economía del país. Hemos recurrido a las estadísticas de Estados Unidos porque son más exactas y más sorprendentes. Pero el proceso de concentración es esencialmente de carácter internacional. A través de las diversas etapas del capitalismo, a través de las fases de los ciclos coyunturales, a través de todos los regímenes políticos, a través de los períodos de paz tanto como de los períodos de conflictos armados, el proceso de concentración de todas las grandes fortunas en un número de manos cada vez menor ha seguido adelante y continuará sin término. Durante los años de la Gran Guerra, cuando las naciones estaban heridas de muerte, cuando los sistemas fiscales rodaban hacia el abismo, arrastrando tras de sí a las clases medias, los monopolistas obtenían provechos sin precedentes con la sangre y el barro. Las compañías más poderosas de Estados Unidos aumentaron sus beneficios durante los años de la guerra dos, tres y hasta cuatro veces y aumentaron sus dividendos hasta el 300, el 400, el 900%, y aún más. En 1840, ocho años antes de la publicación por Marx y Engels del Manifiesto del Partido Comunista, el famoso escritor francés Alexis de Tocqueville (4) escribió en su libro La democracia en América: “La gran riqueza tiende a desaparecer y el número de pequeñas fortunas a aumentar”. Este pensamiento ha sido reiterado innumerables veces, al principio con referencia a Estados Unidos, y luego con referencia a las otras jóvenes democracias, Australia y Nueva Zelanda. Por supuesto, la opinión de Tocqueville ya era errónea en su época. Sin embargo, la verdadera concentración de la riqueza comenzó únicamente después de la Guerra Civil norteamericana, en la víspera de la muerte de Tocqueville. A comienzos de siglo el 2% de la población de Estados Unidos poseía ya más de la mitad de toda la riqueza del país; en 1929 ese mismo 2% poseía los 3/5 de la riqueza nacional. Al mismo tiempo, 36.000 familias ricas poseían una renta tan grande como 11.000.000 de familias de la clase media y de los pobres. Durante la crisis de 1929-1933 los establecimientos monopolistas no tenían necesidad de apelar a la caridad pública; por el contrario, se hicieron más poderosos que nunca en medio de la declinación general de la economía nacional. Durante la precaria reactivación industrial producida por la levadura del New Deal los monopolistas consiguieron nuevos beneficios. El número de los desocupados disminuyó en el mejor de los casos de 20.000.000 a 10.000.000; al mismo tiempo, la capa superior de la sociedad capitalista, 6.000 personas, acopió dividendos fantásticos; esto es lo que el Subsecretario de Justicia Robert H. Jackson demostró con cifras durante su declaración ante la correspondiente comisión investigadora de Estados Unidos. Pero el concepto abstracto de “capital monopolista” está para nosotros lleno de carne y hueso. Esto quiere decir que un puñado de familias (5) , unidas por los lazos del parentesco y del interés común en una oligarquía capitalista exclusiva, disponen del destino económico y político de una gran nación. Hay que admitir forzosamente que la ley marxista de la concentración del capital ha realizado bien su obra.
La enseñanza de Marx: ¿está perimida?
CONTINUA PARTE 2 ..................
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