Democracia cotidiana de los trabajadores
FRANCISCO RODRÍGUEZ CRUZ
La democracia es de aquellos conceptos que han sido reducidos, amputados y esquematizados por los ideólogos del capitalismo contemporáneo. Tanto es así que muchas personas en el mundo y hasta en Cuba asocian el término casi exclusivamente con los sistemas eleccionarios.
Y por elecciones suele entenderse, por supuesto, la alternancia en el poder político de partidos minoritarios representativos de los intereses del capital.
Pero no es de este aspecto de la democracia que hoy quiero comentar ây donde también, por cierto, el sistema eleccionario cubano, tan injustamente estigmatizado por ignorancia y estrechez ideológica, tiene mucho que mostrar- La arista escogida es la participación democrática cotidiana de los trabajadores cubanos en la gestión económica de sus empresas y centros laborales.
Un ejercicio reciente de esta facultad tan esencialmente democrática fue el ya acostumbrado ciclo de asambleas por la eficiencia económica que el movimiento sindical organiza sistemáticamente.
¿En qué consisten tales asambleas? Muy sencillo. Los trabajadores se reúnen en sus centros laborales y discuten con las administraciones, a partir de una rendición de cuenta de sus directivos, la marcha de los indicadores económicos de sus fábricas, talleres, empresas o entidades de servicio.
Las más de 83 mil reuniones de este tipo que se realizaron entre los meses de febrero y mayo de este año pueden dar una idea de la magnitud de tal proceso.
Los afiliados a los 19 sindicatos nacionales existentes en el país profundizaron así en temas como los costos y los gastos por cada área productiva o de servicio, la generalización de resultados de la innovación tecnológica, el ahorro energético, la calidad, el empleo de la fuerza de trabajo y la remuneración que reciben los trabajadores.
Algunos temas pudieran incluso llamar muchísimo la atención para el lector allende nuestras fronteras, como es la exigencia sindical sobre la salud financiera y contable de las empresas.
Sociedades capitalistas sacudidas por célebres escándalos que llevaron a grandes firmas a la quiebra y a rutilantes empresarios a la cárcel, podrían reflexionar sobre esta democracia económica que no tuvieron a su alcance miles de accionistas arruinados por los turbios manejos de contadores, auditores y gerentes inescrupulosos.
¿Y cómo saben los sindicalistas los problemas discutidos en 83 mil asambleas? Porque cada planteamiento, cada análisis, cada acuerdo que alcanzan trabajadores y administrativos se resume, controla y se le da seguimiento por cada sindicato y por la Central sindical cubana.
Y ninguno es, por cierto, un asunto complaciente. Los directivos saben que no se trata de una cuestión formal y los trabajadores toman muy en serio su derecho de opinar y trazar los destinos de su centro.
Críticas duras, sugerencias inteligentes, soluciones colectivas, hacen de estas reuniones un instrumento útil de una noción de democracia de seguro más cercana al paradigma griego –también muy discutible sin dudas- que algunas sociedades donde solo se acuerdan del derecho de quienes producen la riqueza del país, cuando cada cuatro o más años le imponen una boleta trucada y vacía para que crean que eligen a alguien que poco o nada decidirá en sus destinos.