El presidente George W. Bush actuó prudentemente al tomar medidas que impidan que los dólares americanos sigan llenando las arcas de Fidel Castro. Como respuesta a las recomendaciones formuladas por la Comisión de Ayuda para una Cuba Libre de hacer cumplir las leyes existentes, el Presidente ordenó la implementación de controles más estrictos en materia de viajes ''educacionales'' y visitas ''familiares'' a Cuba, suprimiendo aquellos viajes que sólo son turismo y vacaciones. El Presidente ordenó además la compra --al fin-- de la plataforma aérea que permitirá que TV Martí se vea en Cuba.
Lo que el Presidente no ordenó también es importante. Por ejemplo, no redujo las remesas que los cubaoamericanos envían a sus familiares en la isla: $100 mensuales.
Las decisiones del Presidente son lógicas, compasivas, y totalmente congruentes con la ley norteamericana que le niega a Castro los dólares que necesita para financiar actividades antiamericanas alrededor del mundo y para mantener el control asfixiante que ejerce sobre el pueblo cubano.
El Presidente dejó claro que Estados Unidos se opone a la sucesión que convertiría al general Rául Castro en el próximo tirano.
Pero aun antes de que el informe de la Comisión fuese a imprenta, o que llegara a la Casa Blanca, los apologistas de Castro y los adversarios de la administración ya criticaban al Presidente. La revista The Economist dijo que las remesas de los cubanoamericanos se verían reducidas ''a la mitad''. El Instituto Lexington condenó la supuesta reducción de las remesas a $50 mensuales.
Basta leer el informe para ver que esas acusaciones son falsas: ni se recomendó un recorte en las remesas, ni el Presidente lo ordenó. Muchos de los que han criticado al Presidente no han leído el informe. Y aparentemente, por incomprensibles demoras burocráticas, el documento aún no está disponible en español.
Como era de esperar, Castro culpó a los Estados Unidos y a la ''mafia de Miami'', obligando a miles de cubanos a participar en otra manifestación antiamericana. De nuevo el ''presidente vitalicio'' de Cuba evoca el fantasma de una invasión yanki. Dado el control que Castro ejerce sobre la prensa cubana y la implacable propaganda antiamericana que por ella se destila, muchos cubanos --aun aquéllos que aborrecen el régimen de Castro-- se creen el cuento de la inminente invasión.
Por otro lado, Eloy Gutiérrez Menoyo, que en agosto ''regresó de su exilio en Estados Unidos --y a quien las autoridades no han molestado para nada'', dijo que la iniciativa del presidente Bush podría causar ``un éxodo masivo y por consiguiente un conflicto... con la consabida muerte de soldados norteamericanos y la desestabilización de la cuenca del Caribe''.
Si bien la reacción de Castro es predecible, la respuesta del presidente Bush no tiene por qué serlo. El Presidente debe quitarle la iniciativa a Castro enviando aviones norteamericanos al Estrecho de la Florida para televisar hacia Cuba un mensaje que le asegure al pueblo cubano que no habrá tal invasión, y que no es Washington, sino el dictador, el obstáculo que enfrentan los cubanos para decidir su propio destino. De hecho, el mensaje no podría ser más claro: es Fidel Castro y su deseo de imponerles a los cubanos (como Somoza y Duvalier) la dinastía de la familia Castro.
Por más de cuarenta años, Castro ha tergiversado la política de Estados Unidos. Y aunque la mayoría de los cubanos obligados a desfilar en las manifestaciones no crean todo lo que él dice, el evento en sí cumple una misión importante: recordarles a los cubanos que Castro es quien manda en Cuba.
Cuando TV Martí salió al aire en 1990 y retó el monopolio informático del dictador, él la bautizó de ''guerra electrónica'' y se dio a la tarea inmediata de interferirla. Sin embargo, hace un año TV Martí logró llegar al pueblo cubano gracias a una transmisión aérea. El Presidente demostró que la señal podía llegar, y ahora ha dado la orden para hacerla llegar regularmente. Al fin el cubano de a pie podrá cambiar de canal. Castro teme que los cubanos --incluyendo a los militares, la burocracia y hasta los cuadros del Partido Comunista-- vean un programa que les indique que la solución de la tragedia nacional podría ser un plebiscito como el que Augusto Pinochet realizó en Chile, o una mesa redonda nacional al estilo polaco, donde el General Jaruzelski convocó a los obispos, al ejército, al gobierno y a la oposición.
La histeria de Castro merece una respuesta. El Presidente debe ordenar que se transmita inmediatamente TV Martí desde aviones norteamericanos en espacio aéreo internacional. Para luego es tarde.
Director Ejecutivo del Centro para una Cuba Libre.