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من: matilda  (الرسالة الأصلية) مبعوث: 08/11/2004 17:01
Basta de gemidos
Molly Ivins
La Jornada

Austin, Texas. ¿Saben cómo curar a un perro matapollos? Claro, si
duda se dan cuenta de que no se puede conservar un perro que mate
pollos, por muy bueno que pueda ser en otros aspectos.

Algunas personas creen que a un perro que ha adquirido la maña de
matar pollos ya no se le puede quitar, pero mi amigo John Henry
siempre sostuvo que sí. Decía que hay que tomar uno de los pollos que
el perro haya matado y atárselo bien sujeto al pescuezo. Y dejarlo
allí hasta que el pollo huela tan mal que ninguna persona ni ningún
otro perro quiera acercarse a la pobre bestia. El olor será tan
terrible que el perro ya no se aguantará ni a sí mismo; hay que dejar
el ave allí hasta que el trozo de carne se pudra y se caiga solo, y
ese perro no volverá a matar pollos jamás.

El gobierno de George W. Bush va a estar atado al cuello del pueblo
estadunidense otros cuatro años, lo bastante para que el hedor
enferme a todo el mundo. Eso debe curar al país de la maña de andar
eligiendo republicanos. Y por lo menos los demócratas no tendrán que
limpiar hasta que todo el mundo tenga claro quién hizo semejante
porquería.

En algunos círculos dirán que esto es hablar de puro ardor. Pero en
Texas llevamos perdiendo elecciones ante la tríada de-magógica de
Dios, gays y armas el tiempo suficiente para habernos vuelto bastante
cínicos respecto de la forma en que opera. Estoy segura de que
millones de estadunidenses votaron por el presidente Bush bajo la
honrada impresión de que representa los valores morales: familia,
patriotismo, fe en Dios. Y sin duda es culpa de los demócratas que un
garlito tan bobo siga funcionando. Lo que el mandatario representa,
en realidad, queda bellamente ilustrado por una noticia más bien
común que se ha instalado en las últimas fechas en las secciones de
economía.

En septiembre pasado, Merck & Co, el gigante farmacéutico, retiró el
Vioxx del mercado. Era una popular droga contra el dolor y la
artritis, pero Merck aseguró que lo retiraba para poner en primer
lugar la seguridad de los pacientes. Resulta que un nuevo estudio de
la Administración de Fármacos y Alimentos (FDA, por sus siglas en
inglés) mostró que dosis altas del Vioxx triplicaban el riesgo de
ataque al corazón y muerte súbita cardiaca.

A partir de allí la historia se bifurca. El senador Charles Grassley,
de Iowa, reveló que la FDA había tratado de silenciar al autor del
estudio, el doctor David Graham, director asociado de ciencia en la
Oficina de Seguridad en Fármacos. Grassley aseguró que al principio
la FDA se sentó encima del estudio de Graham, quien fue "condenado al
ostracismo y sujeto a amenazas veladas e intimidación".

El periódico The Wall Street Journal siguió la otra pista, y encontró
documentos internos de Merck que muestran que ejecutivos de la
empresa probablemente estaban enterados de los peligros del Vioxx ya
desde 1996, entre ellos un memorando que al parecer daba a los
representantes de ventas la instrucción de "eludir" preguntas de los
médicos respecto del historial cardiaco del medicamento.

En suma, tenemos una agencia reguladora sin dientes, metida en el
bolsillo de la industria a la que supuestamente debe vi-gilar.
Tenemos un gobierno que en todas sus ramas desprecia la ciencia y los
datos duros. Y la acusación contra los ejecutivos de Merck es que
obtenían ganancias tan enormes con un medicamento que sabían o
sospechaban que mataba a los pacientes que continuaron vendiéndolo
como si na-da. Cuando la información llegó al público, las acciones
de la empresa cayeron 9.6 por ciento.

Ese es el sistema que George W. Bush representa: uno en que una
corporación puede matar gente a sabiendas con tal de obtener
ganancias y, cuando por fin el caso sale a la luz, todo el mundo sabe
que las sanciones serán tan ligeras que la compañía no perderá ni la
décima parte de su valor. Vaya, apenas un bachecito en el camino.

Pero claro que no buscamos controlar esas conductas con onerosas y
terribles re-gulaciones gubernamentales, ¿verdad? De seguro no
queremos que la FDA escuche a sus científicos y actúe con prontitud,
¿o sí? Desde luego que no pretendemos que todo el mundo demande a
esas monstruosas cor-poraciones, ¿cierto? Apuesto a que si fuera
posible comparar las probabilidades de que un estadunidense resulte
muerto por una agencia reguladora negligente y por la conducta rapaz
de una corporación contra las de que sea asesinado por un terrorista,
re-sultaría que necesitamos tener mucho más miedo de la avaricia de
los ricachones y de quienes los protegen que de los terroristas. Y
eso sin contar lo que las corporaciones se roban y arruinan.

Así pues, compañeros progresistas, de-jen de pensar en el suicidio o
en mudarse al extranjero. ¿Quieren sentirse mejor? Un-tense pomada
para el ardor y luego hagan algo de inmediato, ahora, hoy. Busquen
una forma de ayudar a salvar al país: únanse a alguna causa, envíen
un poco de dinero a algún grupo, llamen a alguna parte y ofrézcanse
de voluntarios, encuentren un político local, hombre o mujer, que les
caiga bien y ayúdenlo a avanzar en su carrera.

Piensen en cómo pueden echar una mano a la asombrosa miríada de
esfuerzos que pronto se desencadenará para ayudar a la nación a
recobrarse de lo que se ha he-cho a sí misma. Ahora es cuando. No se
lamenten: organícense.


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