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De: matilda  (Missatge original) Enviat: 12/05/2005 17:52
La Jornada
Miércoles 11 de mayo de 2005

José Steinsleger
Celebración sin luces

"Envueltos en el torbellino de este tiempo de guerra, condenados a
una información unilateral, sin la suficiente distancia respecto de
las grandes transformaciones que ya se han consumado o empiezan a
consumarse y sin vislumbrar el futuro que va plasmándose, caemos en
desorientación sobre el significado de las impresiones que nos
asedian y sobre el valor de los juicios que nos formamos."

En un escrito de inicios de la Primera Guerra Mundial, Sigmund Freud
agrega: "Creemos poder decir que nunca antes un acontecimiento había
destruido tanto el costoso patrimonio de la humanidad, ni había
arrojado a la confusión a tantas de las más claras inteligencias, ni
echado tan por tierra los valores superiores. Hasta la ciencia ha
perdido su imparcialidad exenta de pasiones..." (La desilusión
provocada por la guerra, 1915).

El padre del sicoanálisis se sorprendería al ver que hoy, avanzando
un nuevo siglo, los hijos y nietos del humanismo burgués continúan
rindiendo acrítico tributo a aquellas "claras inteligencias"
confundidas. Thomas Mann exigía a los intelectuales explicar,
santificar y profundizar los sucesos guerreros. En un poema, el
"místico" Hermann Hesse enviaba mensajes de amor a los soldados y 93
intelectuales y científicos de primera línea (Max Planck, Gerard
Hauptmann, Wilhelm R철entgen) firmaron un comunicado exaltando "... la
santa herencia de un Goethe, un Beethoven y un Kant".

El imperio alemán perdió la primera guerra (1914-1918; 8 millones de
muertos, 20 millones de heridos) y 25 años después perdió la segunda
(1939-1945; 55 millones de muertos, 35 millones de heridos, 3
millones de desaparecidos). Después vino la tercera, más solapada,
contra todos los pueblos "subdesarrollados", y anteayer, en Moscú,
los jefes de la cuarta guerra mundial (guerra "preventiva" contra los
pobres del mundo) ya no hablaban de "guerra" sino de "paz",
"libertad" y "democracia".

De haber estudiado a Lenin, Freud hubiese entendido que al
imperialismo no le basta con aceitar una política calculada de
exterminio y saqueo mundial. Y si el humanismo burgués de nuestros
días tuviese algo de la ética y moral que asegura tener, pondría el
acento en las causas y razones que engendraron a Hitler, en lugar de
acomodar y reacomodar la memoria y la historia de los pueblos con el
lema de batalla de Thomas Hobbes (1588-1679): "pensar es calcular".

¿Qué hubiese sido aquel cabo de brocha gorda sin la cuerda que le
dieron conservadores, liberales y socialdemócratas europeos? El
alemán Friedrich Nietzsche compró el huevito de la violencia y la ley
del más fuerte: "No os avergonzéis del odio y de la envidia que
anidan en vuestros corazones. Es bueno el odio y bueno ser envidiado.
¿Es la buena causa la que inclusive santifica la guerra? Yo digo que
es la buena guerra la que santifica todas las causas" (Zaratustra).

Luego, el francés Georges Sorel puso el huevito a hervir, el italiano
Gabrielle D'Annunzio le echó la sal, Benito Mussolini se lo comió,
Hitler lo escupió y la banda de George W. Bush lo globalizó. Huevo
infecto que rechaza las ideas igualitarias, propugna la idea del
hombre superior y aboga por la violencia; la ideología nazifascista
sigue vigente porque Estados Unidos, Israel y la Unión Europea la
ejecutan a diario en los pueblos que somete y explota
.

El llamado humanismo occidental se apoya políticamente en dipsómanos
incurables, como Winston Churchill. "Si yo fuese italiano -decía de
Mussolini el inglés- estoy seguro de que lo habría apoyado de
principio a fin en su victoriosa batalla contra los bestiales
apetitos del leninismo... No pude menos que sentirme fascinado, como
tantos otros, por su cortesía, su sencillez, la calma y serenidad con
la que afronta tantas cargas y peligros" (1933).

En tanto, el abuelo de George W. Bush, los Rockfeller y los banqueros
sionistas de Wall Street hacían negocios con los Krupp y Thyssen,
posibilitando lo que el Tratado de Versalles prohibía: el rearme
alemán.

Con británica hipocresía, en las postrimerías de la Segunda Guerra
Mundial, Churchill dijo, refiriéndose a Mussolini: "¿Cómo es posible
que un hombre, un hombre solo, haya precipitado a Italia en tan
horrible tragedia?"

Lo mismo que hoy, a 60 años de la victoria del pueblo soviético y la
resistencia europea sobre el nazifascismo, se preguntan quienes
omiten las causas que llevaron a Hitler al poder, y prefieren creer
que la guerra es inherente a la condición humana, y no una política
pensada contra la vida con el propósito (ya no tan confuso) de
perpetuar todas las formas de exclusión y dominación de los hombres.


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