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LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
 
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General: Durito V
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Da: gambito2010  (Messaggio originale) Inviato: 08/11/2005 08:59

Durito V

Madrugada. Ciudad de México. Por las calles aledañas al Zócalo deambula Durito. Con una diminuta gabardina y un sombrero calado a lo Humphrey Bogart en Casablanca, Durito pretende pasar desapercibido. No son necesarios ni el vestuario ni el lento arrastrarse de Durito, pegado a las sombras que huyen de los escaparates iluminados. Sombra de la sombra, callado andar, sombrero calado, gabardina que arrastra. Durito camina por la madrugada de la ciudad de México. Nadie se percata de él. No lo ven, y no porque esté bien disfrazado, o porque esa figura pequeña, diminuto quijote vestido de detective de los años 50, apenas se distingue entre los montones de basura. Camina Durito junto a papeles arrastrados por los pies de cualquiera o por alguna ráfaga de esos vientos impredecibles en las madrugadas del DF. Nadie ve a Durito por la sencilla razón de que, en esta ciudad, nadie ve a nadie.

«Esta ciudad está enferma», me escribe Durito, «está enferma de soledad y de miedo. Es una gran colectividad de soledades. Es muchas ciudades, una por cada uno de los que la habitan. No se trata de una suma de angustias (¿conoces alguna soledad que no sea angustiosa?), sino de una potencia; cada soledad se multiplica con el número de soledades que la circundan. Es como si la soledad de cada uno se metiera en una de esas ' Casa de los Espejos' que hay en las ferias de provincia. Cada soledad es un espejo que refleja la otra soledad que, como espejo, rebota soledades».

Durito ha empezado a darse cuenta de que está en cancha ajena, que la ciudad no es su lugar. En su corazón y en esta madrugada. Durito hace maletas. Hace este recorrido como si fuera un recuento, una última caricia, como la que da el amante que sabe que es la despedida. A ratos disminuye el paso de personas y aumenta el ulular de las patrullas que sobresaltan a los fuereños. Y Durito es uno de esos fuereños, así que se detiene en un rincón cada que los parpadeos rojos y azules cruzan por la calle. Durito aprovecha la complicidad de un zaguán para encender la pipa con técnica guerrillera: un chispazo apenas, una aspiración profunda, y el humo envolviendo mirada y rostro. Se detiene Durito. Ve y mira. Al frente, un aparador conserva su iluminación. Se acerca Durito y mira el gran cristal y lo que detrás de él se ofrece. Espejos de todas las formas y de todos los tamaños, figuritas de porcelana, de vidrio, cristal cortado, cajitas de música. «No hay cajitas parlantes», se dice Durito sin olvidar los largos años pasados en la selva del sureste mexicano.

Durito ha venido a despedirse de la ciudad de México y ha decidido darle un regalo a esta ciudad de la que todos reniegan y nadie abandona. Un regalo. Este es Durito, un escarabajo de la Selva Lacandona en el centro de la ciudad de México.

Se despide Durito con un regalo.

Hace un elegante ademán de mago. Todo se detiene, las luces se apagan como se apagan las velas cuando un lento viento les lame el rostro. Otro ademán y una luz, como de reflector, ilumina una de las cajitas de música del aparador. Una bailarina, de suave traje lila, mantiene una perpetua posición con las manos entrelazadas en lo alto, las piernas juntas en su equilibrio sobre las puntas de los pies. Durito intenta imitar la posición, pero no tarda en enredarse con tantos brazos como tiene. Otro ademán mágico y aparece un piano del tamaño de una cajetilla de cigarros. Durito toma asiento frente al piano y coloca sobre la cubierta un tarro de cerveza que a saber de dónde lo sacó, pero debe de ser de hace rato porque ya está a la mitad. Se truena los dedos Durito y semeja hacer una de esas gimnasias dactilares que hacen los pianistas de bar en la películas. Voltea Durito hacia la bailarina e inclina la cabeza. La bailarina adquiere movimiento y hace una reverencia. Durito tararea una tonada desconocida, inicia un compás con sus patitas, cierra los ojos y empieza a balancearse. Inician las primeras notas. Durito toca el piano a cuatro manos. Del otro lado del cristal, la bailarina inicia un giro y un lento elevarse del muslo derecho. Durito se inclina sobre el teclado y arremete con furia. La bailarina ejecuta los mejores pasos que la prisión de la cajita de música le permiten. La ciudad se borra. No hay nada, sólo Durito en su piano y la bailarina en su cajita de música. Toca Durito y baila la bailarina. La ciudad está sorprendida, se arrebolan sus mejillas como cuando se recibe un regalo inesperado, una sorpresa agradable, una buena noticia. Durito le da el mejor de sus regalos: un espejo irrompible y eterno, un adiós que no duele, que alivia, que lava. El espectáculo dura apenas unos instantes, las últimas notas se apagan conforme adquieren forma de nuevo las ciudades que pueblan esta ciudad. La bailarina vuelve a su incómoda inmovilidad, Durito se sube el cuello de la gabardina y hace una suave reverencia hacia el aparador.

«¿Estarás siempre del otro lado del cristal?», le pregunta y se pregunta Durito. «¿Estarás siempre del lado de allá de mi acá y yo siempre estaré del lado de acá de tu allá?»

Salud y hasta siempre, mi querida malcontenta. La felicidad es como los regalos, dura lo que un destello y vale la pena.»

Cruza la calle Durito, se acomoda el sombrero y sigue caminando. Antes de doblar la esquina voltea hacia el aparador. Un agujero como una estrella adorna el cristal. Las alarmas suenan inútilmente. Detrás del aparador ya no está la bailarina de la cajita de música...

«Esta ciudad está enferma. Cuando su enfermedad haga crisis, será su cura. Esta soledad colectiva, multiplicada en millones y potenciada, terminará por encontrarse y encontrar la razón de su impotencia. Entonces, y sólo entonces, esta ciudad perderá el gris que la viste y se adornará con esas cintas de colores que abundan en provincia.

«Vive esta ciudad un juego cruel de espejos, pero el juego de los espejos es inútil y estéril si no hay un cristal como meta. Basta entenderlo y, como dijo no sé quién, luchar y empezar a ser felices...

«Me vuelvo, prepara el tabaco y el insomnio. Hay mucho que contarte, Sancho», termina de escribir Durito.

Amanece. Unas notas de piano acompañan al día que llega y Durito que se marcha. Al oriente, el Sol es como una piedra rompiendo el cristal de la mañana...

Vale de nuevo. Salud y dejad la rendición para los espejos huecos.

El Sup levantándose del piano y buscando, desconcertado entre tantos espejos, la puerta de salida... ¿o de entrada?

Gambito
Hasta la victoria siempre
No hay dolor en la muerte, esperanza hay en la vida



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Da: matilda Inviato: 08/11/2005 17:08

«Vive esta ciudad un juego cruel de espejos, pero el juego de los espejos es inútil y estéril si no hay un cristal como meta. Basta entenderlo y, como dijo no sé quién, luchar y empezar a ser felices...

MUY BUENO!!

GRACIAS



 
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