El año en que Fidel no subio a la tribuna
ANDRES REYNALDO
El Nuevo Herald
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ALEJANDRO ERNESTO / EFE
DOS CUBANAS leen la más reciente "reflexión'' de Fidel Castro, quien advirtió que nadie puede hacerse "la menor ilusión'' de que EEUU "negociará con Cuba''.
Hace un año, Fidel Castro entregó el poder a su hermano, el general de ejército Raúl Castro, abriendo un imprevisto capítulo en la dictadura más larga del hemisferio occidental. Sometido al menos a tres operaciones, según las fuentes oficiales, el dictador cubano presenta un semblante recuperado pero sus pocas y puntillosamente escenografiadas apariciones públicas, así como sus ya habituales comentarios en la prensa, permiten especular que sus capacidades mentales han quedado notablemente disminuidas.
En verdad, el mandatorio hermetismo en torno a los asuntos privados de Castro y la infatigable tendencia desinformadora de su régimen a lo largo de casi medio siglo, impiden dar por ciertos los detalles sobre las características de su enfermedad. Las suposiciones de expertos y legos han ido desde el cáncer hasta el sida, por citar dos patologías que el culto a su personalidad no permitiría hacer públicas. Baste recordar que antes y después de las operaciones para contener una hemorragia, uno de sus médicos de cabecera, Eugenio Selman, no ha cesado de pronosticarle una patriarcal longevidad de 140 años.
Si tomamos por cierta la versión oficial, tenemos que Castro, de 80 años, fue intervenido para detener una aguda crisis intestinal con continua hemorragia. Tras surgir complicaciones en las primeras dos operaciones, se le practicó una colostomía. A partir de ahí comienza el enigma, porque los sangramientos no constituyen una patología sino el síntoma de una amplia gama de padecimientos. De manera que el observador riguroso ha de conformarse con estos hechos: Castro estuvo visiblemente enfermo, cedió el poder a Raúl y muestra una insoslayable deficiencia de las habilidades para expresarse verbalmente y por escrito, si comparamos con un par de años atrás.
Se añade al misterio su larga hospitalización. Por lo general, los pacientes que sufren una colostomía suelen pasar el período de recuperación en sus hogares, sin menoscabo a largo plazo de sus cotidianas actividades. En su conjunto residencial de Punto Cero, al oeste de La Habana, Castro dispone de las adecuadas facilidades médicas y de seguridad, aparte de la compañía de su extensa familia. Sin embargo, esta larga estadía ha suscitado especulaciones de que pudiera sufrir problemas virales o cerebrales que demandan exigentes cuidados en condiciones esterilizadas a cargo de personal altamente especializado.
No deben descartarse las dos hipótesis simples de que Castro se sienta más a gusto alejado del entorno familiar o que el actual equipo gobernante prefiera mantener sus contactos bajo estricto control. Fuentes no oficiales en la isla y Miami con conocimiento de las exclusivas instalaciones hospitalarias de la elite castrista, difieren en asegurar que se halla recluido en el quinto piso del Hospital CIMEQ en la barriada de Miramar o en una clínica en el Reparto Kholy, ambos en la capital.
Las ''reflexiones'', traducidas a ocho idiomas, que Castro viene publicando desde el 29 de marzo en Granma, el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba, dan una idea clara de su estado sicológico. Reproducidos en cada periódico local y casi todas las publicaciones de la isla, y reunidos en tabloides especiales que se venden a 20 centavos (el salario promedio mensual es de 330 pesos), constituyen una amalgama de estadísticas atrasadas o sacadas de contexto, valoraciones autocompasivas, arranques egocéntricos, consignas desfasadas y obtusas reinterpretaciones históricas.
Redactadas, en ocasiones, con una sintaxis infantil, se asoman a un vertiginoso escenario internacional con la mirada de un hombre que no sólo cree tener una solución pedestre para cualquier crisis en cualquier lugar, sino que da por segura una incondicional audiencia de miles de millones en todo el planeta. De la producción del etanol a la desaparición de las abejas en Estados Unidos y de la necesidad de cariño del presidente George W. Bush a la maravillada descripción de los submarinos de la clase Astute construidos para la Armada británica, Castro recomienda, condena y absuelve naufragando en perogrulladas, contradicciones y retruécanos sin fin.
Algunas de estas reflexiones se componen básicamente de extensas reproducciones de cables noticiosos o tesis de especialistas en diversos campos. El agobiado lector cubano debe absorber datos tan ajenos a su depauperada realidad como que en el 2006 la Fiscalía del Ministerio Público inspeccionó 74 ingenios en Sao Paulo, el consumo per cápita de energía en Estados Unidos es de 13,000 kilowatts y la necesidad de cortar 300 metros de caña transgénica para alcanzar 10 toneladas de azúcar.
En una reflexión titulada La opinión unánime, fechada el 16 de mayo, Castro impondrá íntegramente tres ponencias de sendos especialistas latinoamericanos opuestos a los tratados de libre comercio con Estados Unidos y concluye abruptamente con una observación insólita: ``El espacio se agotó. No debo añadir hoy una palabra más''.
Los siguientes artículos terminarán con frecuencia en la queja solapada o abierta sobre el espacio disponible. De la lectura de todo este material (ver www.granma.cu) emerge la imagen de un redactor constreñido por un indiscernible editor a obedecer unos requisitos de espacio que en otro tiempo nadie se hubiera atrevido a insinuarle. A su vez, sorprende la inhibición a tocar en profundidad temas de la actualidad nacional en coyunturas tan inmediatas como las reuniones de la Asamblea Nacional del Poder Popular (un parlamento de márgenes más estrechos aún que sus otrora modelos de la órbita soviética) y las actuales tiranteces con Estados Unidos en asuntos migratorios.
No fue hasta su reflexión publicada ayer que Castro abordó, para contradecir, los llamados de Raúl a los norteamericanos a negociar el diferendo entre ambos países. Las relaciones con Washington ha sido su feudo tanto como su obsesión. La última invitación al diálogo lanzada por Raúl, el pasado 26 de julio, en Camagüey, parecía reafirmar que se hallaba en pleno dominio no sólo de la gestión interna sino también de las relaciones exteriores y, muy en particular, la relación con ``los americanos''.
Sería irresponsable argumentar que a Castro se le ha pedido que no hable de determinados tópicos, por candente que sea la circunstancia. No obstante, quien conozca la trayectoria de su tendencia a interferir en cada perfil de la vida nacional (del largo del uniforme de las enfermeras hasta la técnica de los lanzadores de béisbol) está obligado a notar ese silencio roto hace apenas unas horas.
Igualmente, las reflexiones evidencian el colapso de la capacidad de Castro para controlar su imagen, aspecto que siempre acometió con un virtuosismo único en la historia contemporánea. Privado de luces teóricas (su dominio del marxismo-leninismo es sinóptico y derivativo) y presidiendo durante 48 años un modelo económico en ruinas, su popularidad entre la izquierda mundial y los países del tercer mundo se apoya en un impresionante, costoso y meticuloso proyecto publicitario a escala global.
Otra de las fundamentales preguntas sin respuesta del momento es por qué la eficaz maquinaria de propaganda falla en proteger la imagen del máximo líder. ¿Conviene al equipo sucesor mostrar a Castro en su creciente decrepitud para convencer, sobre todo a la comunidad internacional, de que las cosas podrían cambiar toda vez que muerto el perro se acaba la rabia? ¿Todavía la autoridad de Castro consigue inhibir en el equipo sucesor cualquier intención de administrar su imagen aunque sea para salvarlo de sus propios desvaríos? ¿La incidencia física y diaria de Castro en una población mayoritariamente nacida bajo su yugo será un elemento de cohesión tan decisivo que, incluso a riesgo del ridículo, le resulta beneficiosa al equipo sucesor para mantener el poder?
A Raúl, de 76 años, un general de ejército (el equivalente a general de cinco estrellas en Estados Unidos) que ha mantenido en pie unas fuerzas armadas de primer orden sobre una nación en escombros, le ha tocado gobernar una tribuna vacía. Acaso sea exagerado verlo como un reformista. Pudiéramos conjeturar, sin embargo, que su voluntad organizadora y su conocida disposición a escuchar la voz de la razón lo llevarían a realizar determinados cambios.
La meta de su gestión apunta a racionalizar el actual modelo, en vez de transformarlo. En un año ha tratado de frenar la corrupción y combatir el despilfarro de la burocracia. Las medidas tomadas para mejorar la situación del transporte, la vivienda y la agricultura no se han traducido todavía en un palpable alivio para la población. (El marco de derechos humanos y civiles tampoco se ha relajado un ápice). Su énfasis en la disciplina laboral, a estas alturas, pudiera acarrearle más conflictos que logros. Como ya se ha repetido, el contrato productivo cubano tiene límites muy ambiguos: el ciudadano finge que trabaja y el Estado finge que le paga. En la situación de hoy, la ruptura de estas leyes no escritas pudiera ser explosiva.
A Raúl y los miembros de la vieja guardia debe seducirles la idea de explorar una apertura como la de Vietnam, más limitada que la de China respecto a las libertades individuales. Con Castro en el timón, este escenario era imposible. Precisamente, en su discurso del 26 de Julio, Raúl destacó la urgencia de hacer ajustes estructurales y atraer capitales extranjeros. De momento, no se ven en el horizonte ni siquiera las intenciones de permitir mayores espacios de iniciativa privada a los cubanos en la isla.
En este contexto, no debe sorprender un paulatino descongelamiento de las relaciones con Estados Unidos, siguiendo el mismo patrón vietnamita. Casi todos los observadores del diferendo entre ambos países consideran factible un proceso de normalización o, al menos, de graduales intercambios, si un candidato demócrata ganara las elecciones presidenciales del 2008.
Probablemente, el único cambio trascendental en este año con Raúl al timón sea la constatación de que su hermano no volverá a gobernar. Tal vez esto suene a malas noticias para uno que otro funcionario. Pero el poder de Raúl parece incontestable, al menos dentro de los altos mandos del ejército y el pequeño círculo de dirigentes históricos que participa de las principales decisiones.
Poco a poco, ''los hombres de Raúl'' se han ido haciendo más visibles y comunicativos. Su hijo, Alejandro, coronel del Ministerio del Interior, lo acompaña en casi cada presentación pública. Una de sus tres hijas, Mariela, una sexóloga que ha abogado por los derechos de los homosexuales, ha adquirido un nítido perfil popular. Su nieto, Raúl Rodríguez Castro, parece ser su nuevo jefe de escoltas. En contraste, la familia de Castro ha permanecido fuera de escena. No se les vio ni siquiera en las honras fúnebres a Vilma Espín, la esposa de Raúl, fallecida el 18 de junio.
El miércoles 25 de julio, Granma anunciaba en grandes letras rojas: ''Mañana hablará Raúl''. La misma frase, en la misma tipografía y con el mismo tamaño que anunciaron a tres generaciones de cubanos los discursos de Castro. Algunos dirán que sólo ha cambiado un nombre. Yo creo que ha cambiado una época.