Alberto Montaner cuenta cómo y por qué se enfrentó a la dictadura cubana en los años sesenta. Texto publicado en la revista encuentro (madrid) en el invierno 2005-2006. Carlos Alberto Montaner
Granma, el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, ha intensificado su vieja y gastada campaña de difamación en mi contra. El 2 de agosto, en la edición internacional digital, y luego en la versión semanal aparecida el día 8, parcialmente reseñada por la Agencia France Press desde La Habana, me acusan de actos terroristas supuestamente cometidos en 1960, hace casi medio siglo, cuando yo tenía 17 años, de haber sido reclutado por la CIA y posteriormente adiestrado en Fort Benning, Georgia, a la que califican de “academia norteamericana del terror”.
No satisfechos con esta fantástica biografía a lo James Bond, afirman que la CIA primero me trasladó a Puerto Rico, y más tarde a España. En España, según estos imaginativos policías, trabé contacto con las fuerzas represivas del franquismo, adiestradas, naturalmente, en otros siniestros cuarteles norteamericanos, tuve no sé que extraño contacto con una persona que murió en Francia como consecuencia del estallido de una bomba que fabricaba, y, en el colmo de la calumnia, insinúan que alguna relación pude tener con los crímenes del pinochetismo cometidos en el exterior.
Todo eso es falso. Cuando tenía 17 años, en efecto, en diciembre de 1960, fui detenido junto a otros tres estudiantes por “conspirar contra los poderes del Estado” y se nos condenó a la entonces benigna pena de veinte años de presidio. Si nos hubieran acusado de terrorismo o de la muerte de alguna persona, nos hubieran fusilado, como era usual en esos momentos. En realidad, ni siquiera nos acusaron de una acción concreta porque fuimos apresados casi en el momento mismo en que comenzábamos a intentar ayudar a las guerrillas campesinas del Escambray que luchaban heroicamente para tratar de impedir la consolidación de la dictadura comunista en Cuba. Yo pude escaparme de la cárcel a las pocas semanas de haber sido condenado, y luego conseguí asilo en una embajada latinoamericana, pero mis valientes compañeros -Jorge Víctor Fernández, Néstor Piñango y Alfredo Carrión- sufrieron una horrenda prisión que destrozaría sus vidas para siempre. Alfredo Carrión, fue asesinado por un guardia durante su cautiverio.
Jamás he sido agente o colaborador de la CIA y, por supuesto, nunca en mi vida he puesto un pie en Fort Benning, como puede comprobar cualquiera que solicite la lista de reclutas o egresados de esa academia militar norteamericana. La infatigable CIA no me mudó a Puerto Rico, sino fui a esa bella isla por mis propios pies contratado como profesor de literatura por la Universidad Interamericana, institución que, cuatro años más tarde, facilitó mi traslado a España con el objeto de que me doctorara en la Universidad Complutense. Una vez en Madrid, además de estudiar, sin recursos, pero con cierto instinto para los negocios y muchas ganas de trabajar, comencé junto a mi mujer una editorial de corte académico que en treinta años de relativo éxito publicó más de 500 títulos, casi todos relacionados con la enseñanza de lengua y literatura.
Nada tuve que ver con la policía franquista. Llegué a España en 1970 y hasta la muerte de Franco (1975) sólo mantuve dos contactos con funcionarios del gobierno: en 1972, cuando mi novela Perromundo tuvo algunos problemas estúpidos con la censura, y en 1974, cuando un inspector me amenazó con expulsarme del país si seguía criticando al régimen en los artículos míos que entonces circulaba profusamente la Agencia ALA desde Nueva York por todos los países de América Latina. El inspector sabía que esa agencia la dirigía el exiliado español Joaquín Maurín y que era la que distribuía los artículos de Salvador de Madariaga, Víctor Alba y otros enemigos de la dictadura franquista.
Hay varias razones que explican por qué Granma monta este tipo de campaña difamatoria, que unas veces dirige contra personas y otras contra instituciones como Reporteros sin frontera o la Sociedad Interamericana de Prensa: tratar de destruir a los autores de denuncias o críticas a la tiranía cubana -la última dictadura de corte soviético que queda en Occidente- sin necesidad de rebatir sus argumentos o desmentir sus informaciones. Es la vieja técnica que los norteamericanos llaman character assassination, propia de las técnicas de manipulación de la información de todas las dictaduras totalitarias. Desde Solzhenitysin hasta Arthur Koestler ningún crítico del estalinismo ha podido librarse de ellas.
Pero en esta oportunidad hay otro ingrediente: la dictadura cubana está muy preocupada con el irreparable deterioro de la imagen del castrismo debido a las crecientes denuncias a la represión, como el asesinato de docenas de personas que huían de Cuba en un barco llamado â13 de marzoâ, incluidos 10 niños, a lo que se suma la aparición del sensacional libro El gran engaño, escrito por el periodista uruguayo-alemán José A. Frieldl Zapata, publicado en Buenos Aires, en el que se demuestra sin la menor duda la vieja e intensa conexión entre los hermanos Fidel y Raúl Castro, el narcotráfico y el terrorismo de la izquierda violenta y fanática. Estos nuevos ataques de Granma no son más que una cortina de humo para tratar de desviar la atención del tema que realmente les preocupa.
Enero 5, 2005
Enviar esta página a un amigo