EL AMANECER DE PASCUA
El Rito de la Resurrección es el Rito de la vida impersonal. Durante la
experiencia de la Muerte Mística, el discípulo se conciencia de las ilusiones de la
materia y de las limitaciones de la vida finita. La conciencia de la Resurrección
produce la comprobación de la unidad de toda la vida en Dios. La piedra de
separación ha sido removida. Por eso, quien ha pasado por esta sublime experiencia,
sabe que ningún daño puede afectar a una `parte sin herir al todo, y que nada bueno
puede suceder a uno sin que, al mismo tiempo, beneficie a todos.
Quien llega a conocer la gloria de la resurrección no puede ya herir o matar, ni
siquiera a sus hermanos menores del reino animal, puesto que ellos también son
expresión viviente de la misma vida que vive y se mueve y tiene su ser en el hombre.
Con la conciencia de la resurrección, la pasión del cuerpo de deseos no regenerado
se convierte en compasión del espíritu, que todo lo abarca. El recién nacido es
bañado en la dorada refulgencia del Cristo Resucitado, y se hace uno con Él, en la
comprobación de que la muerte se ha ido convirtiendo en la victoria de la vida
eterna.
La meditación sobre la trascendental experiencia de la Resurrección
proporciona una mayor comprensión y reverencia por el significado interno de aquel
saludo que los cristianos esotéricos se dirigían, durante la radiación del amanecer de
Pascua, a la luz de su propia iluminación interior: "Cristo es nuestra Luz".
Durante los años siguientes, la noche del Sábado Santo y la mañana del día de
Pascua fueron tiempos de Iniciación para las almas avanzadas, cuyas vidas y obras se
mencionan en los Evangelios. Y debe haber habido otros muchos, no mencionados, a
tenor de las palabras del Evangelio de Juan: "Muchas otras cosas hizo Jesús en
presencia de Sus discípulos, que no están escritas en este libro". Aún más tarde, San
Gregorio escribió un hermoso himno describiendo la santa dedicación de María a la
mística salida del sol, mientras que, antiguas leyendas aseguran que fue a ella a quien
el recién resucitado Maestro se le apareció en primer lugar.
María, la Virgen, pasó por el Tercer Grado o Grado del Maestro a los pies de
la cruz; y María Magdalena, al amanecer del primer domingo de Pascua, cuando
encontró al Maestro en el jardín.
En este grado, la conciencia es elevada a planos espirituales superiores. Ello es
sólo posible bajo la supervisión de un Maestro. Por eso, antes de que tal elevación de
conciencia se produjera, María no reconoció a su Maestro en Su resplandeciente
cuerpo espiritual, y sólo cuando la ayudó a elevar gradualmente su conciencia a los
planos en que Él estaba funcionando, lo reconoció en Su gloria trascendente. Fue
entonces cuando ella se postró de rodillas, con humildad, y se dirigió a Él como
"Raboni", que significa "elevadísimo Maestro".
LA TARDE DE PASCUA
En el Evangelio de Lucas se recuerda el memorable paseo hacia Emaús.
Cleofás, padre de Santiago (el Menor) y Judas (Tadeo), junto con otro de los
discípulos, caminaban hacia el pequeño caserío, en las afueras de Jerusalén, cuando,
repentinamente, se les apareció el Maestro y les acompañó a su casa, en la que
bendijo su cena. Pero, hasta que partió el pan para ellos, no reconocieron Su
verdadera identidad. En el ceremonial de la Última Cena, lo habían visto derramar Su
radiante fuerza vital sobre el pan, hasta convertirlo en un luminoso foco de poder
curativo. Esta segunda vez, partió el pan de la misma manera y por eso reconocieron
que quien estaba entre ellos no era otro que el propio Cristo resucitado. Aunque no
habían alcanzado el desarrollo suficiente para reconocerlo, al encontrarse con Él en
el camino, sí se habían hecho acreedores, sin duda alguna, a caminar en Su presencia
y compañía, y a reconocerlo en el nivel en que entonces funcionó. Inmediatamente,
Cristo desapareció de su vista, y ellos se dirigieron, apresuradamente, a Jerusalén, a
proclamar la gozosa noticia de Su aparición.
LA NOCHE DE PASCUA
La Noche de Pascua, los discípulos más íntimamente asociados al Maestro se
reunieron en la Sala Superior, que aún vibraba con la fuerza en ella liberada durante
la Santa Cena. Y, mientras recibían a los dos de Emaús y escuchaban, ansiosos, su
gozoso relato, se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz sea con vosotros.
Mirad mis manos y mis pies" - y añadió - "Soy yo mismo".
Todo esto no es sino una descripción críptica de lo que ocurrió. El Maestro
estaba entonces enseñando a Sus discípulos cómo "soltar los clavos", por decirlo así,
del cuerpo físico. Existen otros puntos en los que ambos cuerpos están ligados, pero
los de las manos y los pies son los más difíciles de soltar. De ahí el dolor y las
"sagradas heridas" o "Estigmas", en el lenguaje de la iglesia. Y, como el trabajo de
separar el cuerpo etérico del físico pertenece al Tercer Grado, de Iluminación, está
claro que los reunidos, a los que Cristo se apareció, estaban siendo preparados para
este Grado de los Misterios Cristianos.
Tomás no estaba entre ellos. Aún no había alcanzado el Segundo Grado, de
Clarividencia. Pero, el sábado siguiente, en la misma Sala Superior, a Tomás el
incrédulo le ordenó Cristo, aparecido de nuevo, que metiese sus manos en las
"huellas de los clavos". Hecho esto, creyó, o sea, tuvo conocimiento, de primera
mano, que le abrió las puertas de la Iniciación del Segundo Grado.