"Aaaaaaaaaah", vociferó un hombre primitivo, luego de pisar un prominente cardo. El suceso se produjo hace tres millones de años y fue el puntapié inicial de nuestra querida libertad de expresión.
Sin embargo, en el mundo civilizado, ningún ser humano puede expresar todo lo que piensa. La censura y la autocensura (por no llamarla cobardía) manipulan nuestra conducta, moldeando nuestra personalidad y nuestros hábitos.