En Cuba todo el que puede le roba al Estado; por eso la campaña para
erradicar la corrupción no llegará muy lejos. Ni arrestando a millones
podrán detenerla. Además, el castrismo no va a suicidarse… moriría sin
la corrupción.
El círculo vicioso comienza con el Estado, que es el primer ladrón,
el que impuso la ley de la selva; si no eres más rápido o más fuerte
que el otro, te conviertes en su alimento. El Estado les arrebató todo
a todos. Les hizo creer que los protegía del imperialismo y del egoísmo
capitalista.
En su estudio sobre la corrupción en Cuba, Ricardo Puertas señala
que: “Desde que la dirigencia revolucionaria llegó al poder en 1959,
manejó los recursos del Estado cubano en forma patrimonial. Usó y se
apropió de bienes públicos para beneficio personal”.
Así el sistema facilitó a sus incondicionales el hurto de los bienes
públicos. El ejemplo se contagió a todos los niveles sociales. Eran los
tiempos en que todos podían robar porque el gran ladrón había aprendido
a timar a la URSS. Casa, comida, medicina gratis y educación. El maná
llegaba en abundancia de la Unión Soviética.
La Nueva Clase disfrutó de privilegios estimulados y tolerados por
Fidel Castro. Esta casta fue en Cuba una consecuencia inevitable de la
dictadura marxista-leninista, como ya había sucedido en todos los
países donde se impuso esa ideología. En Yugoeslavia, expulsaron a
Milovan Djilas del Comité Central del Partido Comunista en 1954, por
haber denunciado públicamente las prebendas de la élite gobernante.
Las cosas cambiaron en los noventas. La URSS desapareció y, a falta
de garante, las democracias occidentales dejaron de dar préstamos al
castrismo. Entonces el gran ladrón comenzó a sustraerle recursos a
Venezuela y, aunque ya no había maná para tanta gente, los viejos
hábitos del robo, del desperdicio y de la improductividad continuaron
galopantes, en una economía cuya infraestructura era ya obsoleta.
Cuándo ya no queda mucho a quién robarle, ¿qué hacer? ¿Cómo
justificar el desastre y la pobreza? Una alternativa es culpar a los
corruptos: hacer propaganda para entretener a los ingenuos que quedan
todavía en Cuba y en el exterior; de paso, eliminar a quien estorbe o
se le tema, entre ellos a algunos viejos miembros de la Nueva Clase y a
sus socios capitalistas extranjeros.
Según Marx, la última etapa del socialismo debiera ser el comunismo.
En Cuba la última etapa del castrismo es la corrupción, descontrolada y
generalizada y, ¡sálvese el que pueda! Raúl lo sabe, pero tiene que
seguir repartiendo plata para los amigos y plomo para los enemigos. Por
eso la guerra contra la corrupción es un truco al descubierto que no
engaña a nadie.
Las tiranías gobiernan con represión y con corrupción. La corrupción
solo se puede combatir con posibilidades de éxito en un verdadero
Estado de Derecho, nunca en un Estado ladrón.
