Aquí uno se divierte cuando menos te lo esperas. Nadie podía pensar que un Eslovenia-Estados Unidos fuera para tirar cohetes. Pero tiraron cohetes. Los eslovenos porque son unos fantasiosos, unos jetas y unos descarados, jugando al fútbol se entiende. Y los norteamericanos por todo lo contrario: voluntariosos, cejijuntos, empeñados y valerosos, atacando al frente con todo.

En el contraste de estilos estuvo el interés, que no la belleza, del partido. En esto del fútbol, y del deporte en general, si miras al frente y ves delante unos tipos que se mueven en la Península Balcánica o aledaños échate a temblar. Te la van a liar fijo. Y si eres yanqui y pardillo más. Eslovenos, serbios, bosnios, montenegrinos, y no digamos croatas, te sonríen por un lado y te han colado siete goles por el otro.

Estados Unidos ni les vio venir. Silenciosos, raudos, sin algarabía, los eslovenos se plantaron en el campo y en un pis pas la liaron. A los norteamericanos les hicieron una faena de aliño, con llegada de la segunda línea en velocidad y por las zonas más inesperadas. Les marcaron dos goles en dos ataques y en el segundo, logrado por Ljubijankic, el esloveno se fue para su campo mirando con una mueca burlona a Dempsey, que a los 58 segundos le había estampado el codo en el pómulo con bastante mala leche.

Pero aquello no acabó ahí. La segunda parte de los yanquis fue para enmarcar. Se fueron arriba con un coraje tremendo, con un empuje encomiable, empotrando a los balcánicos contra la red, como un gigante que agitara a un enanito hasta vaciarle los bolsillos. Empataron el partido y lo pudieron ganar en un tanto anulado que no se sabe porqué no subió al marcador. En suma, tanto divertimento que ni que estuviéramos en Yanquilandia.