PROSTITUCIÓN | CHICAS PARA ESPAÑA
Viaje a la cuna de las prostitutas
SALUD HERNÁNDEZ. Enviada especial a Pereira (Colombia)
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La literatura colombiana describe las mujeres de Pereira como sensuales, cariñosas, con un hablar envolvente.Su belleza, fruto del mestizaje en el eje cafetero, ha servido incluso como argumento para culebrones y ha atraído hasta allí a los ojeadores de las mafias de la trata de blancas. |
Adriana nunca leyó el poema de Luis Carlos González que describía a su Pereira natal como «querendona, trasnochadora y morena», ni sabía del mito que subió la cotización de sus mujeres en los burdeles. Tampoco de redes que venden y compran jóvenes, ni siquiera conocía su existencia. En su pequeño mundo, lo único diferente a la lucha diaria por llenar la olla de la familia, lo brindaban las telenovelas, en donde los sueños siempre se hacen realidad.
Regresó hace seis meses del infierno, un lugar que nunca había aparecido en la pantalla. Durante semanas tapó con alcohol y lágrimas los recuerdos. Era incapaz de relatar en voz alta las imágenes que aún le persiguen a cada instante y que le hacen llorar. El martes pasado lo hizo por salvar a una amiga, a otra pereirana escultural que ya tenía las maletas hechas para viajar a Madrid, Eldorado, junto a Japón, de las madres desesperadas de estas verdes tierras de cafetales y cañas.
Una amiga, quien, a diferencia de ella que creía que iba a España a cuidar niños, sabía que le esperaba la prostitución, eso sí, de lujo, como todo lo que hay en esos países ricos, y cobrando en dólares.A sus 20 años, es madre soltera que sólo trabaja de vez en cuando, en lo que salga, menos en ese oficio, pero esta vez estaba dispuesta a ese sacrificio que entregaría a cambio de la prosperidad de sus cuatro hijos. «Usted, Alba Patricia, ni se imagina a lo que va. Por mucho que intente pensar en lo peor o haya visto cosas terribles, ni se imagina. Yo nunca había contado esto a nadie, me da mucha vergüenza, mucha, pero hoy me decidí porque a usted la quiero mucho y no quiero que pase lo que yo pasé». Adriana hace una pausa, se seca las lágrimas con los dedos y sigue. «Vea, piense en el hombre que más le repugne, el peor que haya visto.Antes que nada le tiene que lavar esa vaina, ¿comprende?, luego tiene que convencerlo de que se coloque la goma, y el señor le pide que haga unas cosas que jamás pensó que alguien haría (una larga pausa y susurra: «¡Qué asco!»). Termina con él, 20 minutos, y usted baja, y vuelve y sube con otro igual, y así hasta 10, 15, así esté usted muy enferma, como me ocurrió a mí. Estuve una noche con 24, el día que más. Yo no los contaba, lo veía a la mañana siguiente por los cupones que dejaban. Siempre estaba borracha para olvidar». Adriana calla, mira a la amiga sin ver, ahogada en sus recuerdos.
EL PESEBRE DE ORO
Alba Patricia mantiene la mirada fija en el suelo de madera de la modesta vivienda de dos habitaciones, separadas por una cortina, en donde vive Adriana. No se atreve a levantar los ojos color miel y encontrarse con los de su compañera de miserias, cargados de tristeza. Esta periodista toma nota de la conversación, intentando escribir suave, para que ni el menor ruido las distraiga. «Yo también me creí el cuento del pesebre de oro, de los millones, que iba a dar una sorpresa a la familia, enviando plata para comprar la casita, para el mercadito, regalos para los niños por Navidad, pero vea. Arrumados en casa de unos familiares que no nos quieren, durmiendo los cuatro en un colchón en el piso (suelo), aguantando hambre, sin un peso siquiera para agua panela; todo lo que ganaba, todo, me lo quitaban. Nunca en los dos años que estuve por allá, gané una peseta, no pude mandar nada. A usted la van a hacer lo mismo; la van a engañar igual. No se vaya, por favor, no se vaya».
Adriana conserva la cara angelical de madre responsable, pero a sus 25 años tiene el organismo destrozado por las enfermedades venéreas. Vive en casa de unos parientes, con su marido de una década y sus dos hijos, en Dos Quebradas, un pueblo dormitorio a cinco minutos en coche de Pereira.
Alba Patricia, una muchacha muy atractiva, con cuerpo de reina de belleza, tiene alquilada una habitación en una casucha en un barrio de Pereira donde hace años una avalancha de barro se tragó unas manzanas, y en otras ocasiones fue el río Ortún el que arrasó con varias casas. Una cama y unos ganchos a modo de percheros, para ella y los cuatro niños, el último de siete meses.Paga el equivalente a 25 euros mensuales y tiene dos recibos atrasados porque no hay manera de encontrar trabajo con la crisis actual. España y la prostitución, de la que todo lo desconoce, son su única oportunidad, o eso pensaba, el camino/huida que siguen cada año cientos de pereiranas desesperadas como ella.
Los detectives de Interpol de Bogotá, responsables de combatir la trata de blancas, calculan que hay cerca de 50.000 colombianas dedicadas a vender su cuerpo en el exterior. Más de la mitad parten de Pereira y sus alrededores, núcleo del llamado Eje Cafetero, en el centro de Colombia, lugar de mujeres sensuales y eterna primavera caliente.
Según la Organización Mundial de las Migraciones, cada día 10 mujeres y niñas colombianas son objeto de trata. Se estima que en España (la policía contabilizó en 2000 hasta 4.761 prostitutas colombianas) habría hoy unas 8.000, de las que algo más de la mitad serían pereiranas. España es, según las mismas fuentes, el segundo importador de prostitutas colombianas, sólo por detrás de Japón. Estas mujeres ocupan el primer lugar, por nacionalidades, entre las que se dedican a la prostitución en nuestro país.
Desde su nacimiento en 1863, Pereira ha sido un cruce de caminos, un puerto terrestre, ciudad sin puertas. A ella llegaron los primeros liberales radicales, que no cabían en otras regiones conservadoras, y muchos hombres solos, colonos en busca de futuro.La historia y la tradición fueron tejiendo el mito de sus mujeres, que se regó por toda la nación, hasta hacerlo casi real. «Las pereiranas son sordas», dice el chiste fácil que todos repiten.«Cuando les piden que se sienten, se acuestan».
LAS MÁS BELLAS
«Son tan exuberantes como la naturaleza de esa tierra bendita, en donde los patios encierran selvas tropicales. Son abiertas, sensuales, cariñosas, con un hablar envolvente», comenta Alfredo González, un guinista que ha recorrido los cafetales.
También contribuyó una especie de Corín Tellado local en versión porno, un tal Hernán Hoyos. Todas las putas de sus historias baratas son de Pereira. Tanta es la fama, que a una telenovela sobre mujeres de vida alegre la titularon Las pereiranas, si bien la presión de las autoridades locales obligó a cambiarlo cuando ya llevaba un tiempo en el aire.
El historiador Víctor Zuloaga, autor del libro Génesis de un mito. La Pereirana, piensa que la culpable del estigma es la ciudad vecina y rival, Manizales, estancada en el pasado y prisionera de su rígida moral. «La manizaleña era una sociedad muy homogénea, blanca, conservadora, muy católica. Por eso a Pereira, a sólo una hora de distancia por carretera hoy día, llegaron los negros, los indígenas, gentes de todas partes del país que no se sentían rechazados. Esa apertura la asimilaron las mujeres».
«Además», prosigue, «de esa mezcla de razas nacieron féminas muy bellas que hoy pueblan los clubes y prostíbulos de nuestro país. Lo que no dicen es que ésta es tierra de mujeres berracas, que nunca se echan atrás. Lo de la prostitución es una minoría».
En esa minoría nunca pensó estar Adriana. Mujer de familia, su única obsesión era ayudar a su marido a sacar adelante a sus retoños. Y pensó lograrlo cuidando niños en España.
La primera vez que le permitieron llamar a su casa, estaba completamente borracha, la única forma de soportar el trabajo y el aislamiento.Habló con su marido. Le contó lo que hacía, los hombres que pasaban cada día por su cama. Nunca se lo ha perdonado y cuando discuten, él saca a relucir el rosario de clientes.
«Vea, Alba. Las colombianas de allá que conocían el oficio me decían que, por terrible que sea la prostitución en Colombia, nunca es tan degradante y aberrante como en España».
Con Adriana siguieron todos los pasos del manual de las redes que operan en Pereira. Ella pertenece al 30% que viaja con la promesa de un trabajo decente; el resto son prostitutas que buscan mejores ingresos.
CLUB PARAÍSO
«Una mujer se sentó un día junto a mí en un banco de la calle.Me dijo que no sufriera por mi familia, que ella sabía cómo ayudarnos, que yo era muy bonita y que me podía conseguir trabajo en una casa en España». Todos los trámites corrían por cuenta de ellos, y Adriana no debía comentarlos con nadie, ni siquiera con su marido, al que daría una gran sorpresa. Su contacto, como siempre ocurre, era una señora elegante, cubierta de oros que se desplazaba en buenos coches, y que la solía citar en uno de los dos complejos comerciales del centro de Pereira, frecuentados, además, por los ojeadores de las redes.
En un mes le sacaron el pasaporte y el día anterior al viaje le entregaron un billete de avión y los papeles. Tres días antes de la partida, se arrepintió pero ya no había nada que hacer.«Esto no tiene reversa. Sabemos dónde vive su familia. Usted verá».
Llegó a Madrid, vía Frankfurt, una noche de noviembre. Del aeropuerto al AVE y de Sevilla al club El paraíso, y a trabajar nada más llegar. «Mi primer cliente era un camionero gordo; sudaba, olía feo y tenía unos dientes sucios. Me pidió un beso pero no se lo podía dar. Yo no hacía sino llorar». Cuando descubrió el whisky y su capacidad de olvido, dejó de oler y sentir.
Una vez se escapó con una compañera, ayudadas por un cliente, pero a ella la cogieron en Alicante. «Yo llevaba un móvil y ellos me llamaron y amenazaron con matar a mis hijos». Regresó con más miedo y angustia. «Me pegaron muy duro, quedé muy aporreada.Pasé por clubes en León, Ponferrada, Madrid y regresé al de Sevilla, hasta que me volví a escapar y esa vez pude llegar a un convento.Unas monjas me ayudaron mucho y me dieron para el pasaje de vuelta. Salí de una pesadilla para meterme en otra. En Pereira encontré de nuevo a la mujer que me llevó. Me estuvo amenazando y me tuve que ir un tiempo de la ciudad. Me da mucho miedo, aquí en Colombia lo matan a uno por nada. Imagínese la presión que uno mantiene con esas amenazas, que le hagan algo a la niña, al marido, a mí», guarda silencio un buen rato y se le pierde la mirada.
«Me han destrozado la vida, estoy amargada, me cambiaron. No tengo ganas de reírme, de nada. El marido no me entiende, yo le digo, mire, que estoy enferma. Me dieron un tratamiento pero no tuve con qué pagarlo, nosotros somos muy pobres. No puedo estar con él, íntimamente, ya sabe; no comprende lo que me traumatiza.La niña me dijo hace unos días que no me perdonará jamás que los abandonara. Imagine, sólo ocho años y dice que nunca me perdonará».
Su vida la escupe a borbotones. «Nosotros éramos felices. Así fuera que nos fuésemos a sentar a un parque, pero estábamos contentos.Pero ya no me provoca nada. Aquella vida la aguanta una con los tragos, en una borrachera permanente. Me levantaba y tomaba lo primero. Tenía una amiga que era más alcohólica que yo. Me daba cuando yo no tenía. Me vendían el whisky en el club, yo no podía salir para nada. En Colombia, cuando volví, tomaba aguardiente a escondidas. Me duró bastante la tomadera. Al poco de llegar, a mí no me importaba ni el marido ni mis hijos, si se bañaban o me bañaban. Me llamaba mi mamá y me decía, ¿está borracha?, ¿está tomando?». El infierno parecía interminable, hasta que un día la atormentada Adriana cogió fuerzas para seguir viviendo.«Un día la niña llamó a mi mamá toda asustada y decidí dejarlo.Yo le pido a mi Dios que me deje olvidar aquellos dos años, pero nada, siempre vuelven los recuerdos».
Ha vuelto a callar. Se le escurren unas lágrimas y esta vez mira fijamente a su amiga, casi suplicándole. «Diga, Alba Patricia, ¿qué va a hacer?, ¿qué piensa con lo que le he dicho?».
Y Alba, al fin, contesta. «No me voy. De verdad, me quedo si ustedes me apoyan. Me da mucho miedo. No quiero abandonar a mis hijos, vivir lo mismo que usted. No sabía que fuese así, nadie me dijo nunca. Mañana le digo a la señora ésa que me viene a buscar, que me quedo, que ya no viajo. Que ella no me debe nada a mí ni yo a ella. Aún no ha gastado plata conmigo, no le importará», asegura con firmeza.
Por la noche, cuando habla por teléfono con la señora, ésta intuye algo. «La veo que pierde entusiasmo, Alba Patricia, como que algo ha estado pensando», le dice. «No me irá a dejar metida con la gastadera de plata que llevo. Ni lo piense. Mañana a las 11».
Suena a amenaza. Alba está asustada. Se ha convencido de que no tiene escapatoria y no logramos que lo medite. Tres minutos antes de la hora fijada, Alba Patricia camina hacia el lugar convenido. Va muy inquieta; ha tenido un mal presentimiento y apenas ha pegado ojo en toda la noche, la última en Pereira.Adriana le sigue a distancia, también con el alma encogida.
SECUESTRADA
Desde una lujosa camioneta de ventanas oscuras, alguien grita su nombre. Se abre una puerta y, rápidamente, un brazo le agarra y la mete dentro. En un segundo desaparece a toda velocidad calle abajo.
Desesperadas, Adriana y la periodista que escribe corremos hacia el cuartel de la policía judicial, para buscar al oficial experto en trata de blancas. Pone en marcha un fuerte operativo para encontrarla. Sólo han pasado 10 minutos pero a la camioneta y a Alba se las ha tragado la tierra.
Alba Patricia acabará en España de todas formas. La red la esconderá unos días, hasta convencerla de la inutilidad y de las consecuencias nefastas para su familia de su resistencia. Quizás antes de la Navidad ya esté en un burdel español.
Tendrá que tragar, como hizo Adriana en su día. Irá con documentos falsos, bajo otra identidad. Le robarán a su bebé, al que podrán vender para adopción. Si tiene suerte, dentro de cuatro o cinco años habrá pagado su deuda, si es que alguna vez la cancela.Cuando regrese será una mujer acabada, alcohólica, amargada, sin hijos, repartidos quién sabe por dónde.
Su amiga no puede dejar de llorar. «Ella sabe lo que va a sufrir, las cosas que le van a hacer, la vida que llevará. Ahora estará llorando, angustiada, qué pesar. Mi Dios no permita que viva lo que yo».
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EL PEOR DESTINO ES JAPÓN |
Cuando las redes de prostitución fijaron sus ojos en Colombia, mandaban a sus nacionales a buscar carne fresca en ciudades como Pereira, cuna de mujeres bellas. El conflicto armado que vive el país, agudizado en los últimos años, complicó la presencia de los extranjeros de ojos rasgados o monos (rubios) que no podían pasar desapercibidos en una nación sin turismo.
Comenzaron entonces a contratar colombianos y a obligar a las propias mujeres a las que prostituían, a enganchar nuevas jóvenes para pagar más rápido la deuda contraída. Las mismas mujeres que han sufrido la pesadilla, no tienen inconveniente en llevar a vecinas, primas o amigas animadas por un sentimiento de rencor hacia una sociedad que nada hizo por ellas o que, incluso, las vendió. Por esa razón, las zonas de las que proceden son casi siempre las mismas.
Los lugares preferidos para captarlas son centros comerciales, parques o cafeterías de barrios pobres, anuncios en prensa o, el más insólito, mediante brujas que auguran un futuro de éxito y dinero en el exterior. Como a Alba Patricia, les toman fotos en ropa interior cuando las han convencido de un futuro de modelo, o por la calle, antes de abordarlas. El álbum va a parar a las redes, quienes a su vez las envían al exterior. Quienes pasan la prueba, acaban en España, Holanda o Japón, el peor destino para una prostituta.
Las perversiones sexuales de los nipones son difìcilmente superadas por los clientes de otras latitudes. Les llegan a obligar a hacer el amor con sus mascotas o sobre escenarios ante una nutrida audiencia. Y cuando al cabo de tres o cuatro años la mafia considera que ya no pueden sacarle el rendimiento inicial, las envían a otros países.
Comienzan entonces un peregrinaje que suele iniciarse en Amsterdam y concluir en un local de mala muerte de Barcelona.
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http://www.elmundo.es/cronica/2002/271/1038214122.html