| 
 | 
General: A un año del bombardeo del campamento de las FARC en Norte de Santander 
Elegir otro panel de mensajes |  
| 
 |  
| De: Quico º  (Mensaje original) | 
Enviado: 15/10/2012 23:10 |   
 
	
A un año del bombardeo del campamento de las FARC en Norte de Santander, que dejó 11 muertos 
	
La crónica de Lizeth, escrita por ella misma 
	 
	
	
Revista Resistencia 
	 
	
	 
	
A un año de la 
muerte física de los once heroicos guerrilleros que cayeron bajo las 
criminales bombas del imperialismo yanqui y esta cruel oligarquía que no
 tiene piedad para asesinar a los pobres de mi patria.   En 
memoria a Yuribí, el nombre de guerra de mi hermanita, quien 
desgraciadamente también cayó en el cobarde bombardeo del 11 de octubre 
de 2011, junto a 10 compañeros más.  
 Quiero hacer un recuento de 
nuestra vida. Esto es muy duro para mí, pero me veo en la obligación de 
hacerlo. Para que el mundo se dé cuenta de la situación que vive este 
país. ¡Y para que resuelvan si nuestra causa es justa o no!
  Mi hermana y yo
  Nosotros
 pertenecemos a una familia pobre. Mi familia, por parte de papá, vive 
en Barranquilla, y por parte de mamá, en Norte de Santander. En este 
último fuimos criadas nosotras.
   Mis primeros recuerdos de 
infancia son muy trágicos. Yo tendría unos seis años y mi hermanita unos
 10. Una mañana amanecimos rodeados de gente uniformada. Nosotros nos 
asustamos mucho, y pronto nos dimos cuenta que eran los paramilitares 
revueltos con el Ejército. Luego se llevaron a mi padre y a otro poco de
 gente más. Como a 20 minutos de donde nosotros vivíamos. Como mi padre y
 mi madre estaban separados, unos de mis hermanos estaban con mi mamá y 
otros estábamos con mi papá. Como vivíamos cerca, a unos dos minutos de 
camino, mi hermana mayor corrió a avisar a los otros. Nos reunimos todos
 en la casa de mi papá, a rezar y a llorar por él. Estando todos ahí, 
escuchamos unos disparos y ráfagas de fusil del lado donde se los habían
 llevado. Nos desesperamos más. Era algo muy terrible pensar que los 
estaban matando.   Sufríamos mucho, sentimos como si nos 
estuvieran arrancando el alma. Como a la hora llegó mi papá, pero esa 
hora se nos hizo una eternidad. Al fin había llegado. Lo abrazamos y lo 
besamos de la alegría porque no lo habían matado. Luego él nos contó que
 los disparos que se oyeron era que estaban matando a un arriero, 
conocido nuestro. El sapo informante de los paracos lo había acusado de 
colaborador de la guerrilla. Nos contó que le pegaron más de cien tiros 
porque él no caía al piso, y pedía agua. Y los paracos estaban 
asustados, decían que era el demonio. Hasta que lo despedazaron a tiros.   Al
 otro día llegaron nuevamente los paracos a la casa. Nosotros teníamos 
miedo. Se regaron por todo el camino real, y agarraron a un muchacho muy
 joven que venía con unas mulas. Lo amarraron a un lado del camino y le 
pusieron al frente la macheta que llevaba él mismo en la cintura. Con 
las manos atadas a la espalda. A nosotros nos daba pesar ver a ese 
muchacho ahí humillado. Sin poder hacer nada por él. Luego, como al 
mediodía, vimos cuando venía un señor que había sido obrero nuestro, era
 un trabajador, como nosotros. Venía borracho. A lo que vio el brazalete
 de AUC se asustó y salió corriendo en zigzag.   Luego se formó la
 plomacera, nuevamente, pero ya en presencia nuestra. Yo estaba muy 
asustada y me abracé a mi papá. Él me tapó los ojos, pero yo, entre 
lloriqueos y susto, miraba lo que estaba pasando. Y una de mis hermanas 
se quedó ahí, como una estatua, con los ojos toteados y asombrada. Entre
 tantos disparos, por fin le pegaron un tiro en la rodilla, y luego le 
cayeron con machetes como fieras hambrientas, y lo picaron en trocitos. Y
 luego fue lo peor. Ver al comandante de ellos, cómo se lamían la sangre
 que escurría por la macheta. Al ver eso, no sé cómo, me le solté a mi 
papá de los brazos y me metí debajo de la cama, aterrorizada por todo 
aquello.   Mientras vimos ese drama, no nos dimos cuenta a qué 
hora habían degollado al muchacho que estaba amarrado. Después de todo 
aquello, el comandante de ellos le preguntó a mi papá que si los niños 
más pequeños habíamos visto lo que había pasado. Pero él no les 
respondió nada, estaba indignado. Enseguida se fueron a matar más gente 
en otras casas.   Entonces nos reunimos todos y enterraron los 
muertos al lado de la casa. Y mi papá decidió que lo mejor era irnos de 
esa zona. Él rebuscó en todos lados, vendió lo que pudo para juntar el 
pasaje, para viajar a donde estaba su familia, a Barranquilla. Ahora 
seguía otra etapa difícil para nosotros. La separación de padres. Papá 
se iba con cuatro hijos, y mi mamá se quedaba con tres. Entre los que se
 quedaban con mi madre estaba Yuribí, ella nunca quiso separarse de 
ella. Pero nosotros no alcanzamos a irnos, cuando ya venían los paracos 
en retirada.   Como había mucha gente reunida en una casa, que se 
iban también, los paracos sacaron a todos los hombres y los hicieron 
formar en hileras, y ponían al informante al frente, y él señalaba a 
quiénes podían matar. Habían sacado ya como a tres de la fila. Sus 
familiares lloraban y suplicaban que los dejaran en paz, que ellos eran 
inocentes. De pronto el informante señaló a mi papá. Nosotros nos 
estremecimos y temblábamos de miedo, pero no pasó nada porque tras 
señalarlo, el sapo dijo que él era un pobre hombre lleno de hijos. 
Entonces nos volvió el alma al cuerpo y lo dejaron en paz. Pero siempre 
mataron como a cuatro, y a los demás nos dijeron que nos fuéramos, que 
si nos volvían a ver no nos perdonarían. Ese mismo día nos fuimos 
nosotros, llegamos a Cúcuta, y de ahí nos embarcamos en un bus rumbo a 
Barranquilla.   Durante el viaje, era maravillosa la emoción por 
conocer una ciudad tan grande. El bus paraba a las horas de las comidas y
 para tomar refrescos, el viaje duró como día y medio. La primera 
impresión fue a la entrada de la ciudad. Un puente grandísimo, unas 
aguas inmensas. Luego una panadería grandísima. Eso lo miraban por 
primera vez mis ojos. Estábamos felices, pero no era suficiente para 
olvidar el pasado, porque en aquel infierno habían quedado nuestros 
corazones, nuestra madre y nuestros hermanos. Allá tuvimos muchas 
experiencias maravillosas, conocimos a nuestros tíos y primos, y a 
nuestra querida abuelita. Por cierto, era muy linda con nosotros. Con 
esa parte de la familia fuimos al centro, manejamos carritos chocones, 
conocimos el estadio de Barranquilla, fuimos al mar.   Todo eso 
era maravilloso. Pero también había allí una triste realidad, niños 
pidiendo limosna, ancianos en la calle, ladrones, atracadores, había de 
todo entre esos enormes edificios y sitios hermosos, se miraba un cuadro
 de miseria, una desigualdad enorme. Después de unos días mi papá se 
regresó para el Norte y nos dejó a nosotros con un hermano de él. Y nos 
metieron a la Iglesia Pentecostal. Donde nosotros vivíamos era una calle
 pobre, las calles no estaban pavimentadas. Allí estuvimos hasta que 
regresó mi padre. Volvió por nosotros. Esa noticia nos alegraba por un 
lado y por el otro nos entristecía.   Nos alegraba porque nos 
reuniríamos nuevamente con nuestra mamá y mis hermanos. Nos 
entristecíamos porque dejábamos esa ciudad tan bonita, el mar que ya 
nunca volveríamos a ver, y también aquellos tíos y primos que no 
volveríamos a mirar, y aquella abuela tan tierna, que iba a sufrir, 
porque se había encariñado con nosotras.   Bueno, de regreso a 
Cúcuta. La felicidad más grande. El encuentro familiar, el saber que no 
les había pasado nada, el recuento de aquella triste historia. Pero 
había algo que no me gustó nada, que mi mamá estaba viviendo con otro 
señor, papá también con otra señora que había trabajado en el bar y que 
tenía dos hijos. Y yo iba a cumplir ocho años. Me los celebraron y seguí
 al lado de mi papá, él tenía una casetica donde vendía arepas rellenas 
con huevo. Con eso nos ganábamos la comida.   Mi hermana mayor se 
casó y tuvo una niña. Y como yo odiaba a la madrastra y ella a mí, me 
fui a vivir con mi hermana. Ella vivía en Ocaña, yo le cuidaba la niña y
 también estudiaba. El cuñado era muy borrachín pero nunca nos hacía 
falta la comidita. Yo estudié como dos meses y luego me pegó mamitis, y 
me vine para el campo, con mi madre y mi hermanita Yuribí. Pero había 
otro problema, que tampoco me la llevaba bien con mi padrastro. Porque 
él nos pegaba, a nosotras y a mi mamá también. Y no trabajaba. Y se 
tomaba la plata que nosotras nos ganábamos. Nunca traía un grano de 
arroz a la casa. Esa vida que me tocó vivir con mi mamá era terrible.   Cuando
 cumplí los diez años mi hermanita Yuribí tenía catorce. Nosotras nos 
queríamos mucho. Ella, como era mayor, me llevaba por doquiera que ella 
iba. Pero un día mi mamá nos mandó a traer una carne. A Yuribí, mi otro 
hermano, que me llevaba dos años, y yo. Al llegar a la caseta nos 
encontramos con los guerrilleros de las FARC. Yuribí tenía ahí un novio y
 estaba con los demás. Para nosotros, en la vereda, la guerrilla era 
como una autoridad, nos eran muy familiares, porque todos los días los 
mirábamos y ellos eran muy buenos y amables con nosotros los campesinos.
 A veces nos daban economía. Ellos se ganan el cariño de la gente, no 
con palabras, sino con hechos. ¡Y cómo no va a querer uno a gente que es
 tan amable, cariñosa y respetuosa con uno! Que son todo lo contrario de
 los soldados y paramilitares que llegan es a matarnos y a desplazarnos y
 a humillarnos.   Entonces, como el novio de mi hermana estaba 
allí, nos pusimos a andar con ellos. Y nos quedamos a dormir en la casa 
del jefe de la milicia. Nos acostamos los tres hermanos y el novio de 
Yuribí, sobre una carpa. Esa noche mi hermana me había dicho que ella 
había ingresado, pero yo no le creí. Al otro día, como a las 6 de la 
mañana, nos despertamos mi hermano y yo solos. Preguntamos por Yuribí y 
nos dijeron que ella se había ido con los guerrilleros. Yo pensé en irla
 a buscar, pero mi hermano dijo que no, que nos fuéramos para la casa. Y
 nos fuimos sin carne y sin Yuribí. Pero mi madre ya venía en camino a 
buscarnos. Cuando nos preguntó por Yuribí no sabíamos qué responderle. 
Pero al fin le dijimos, y ella, de la rabia que cogió, no lloró en el 
instante. Sólo dijo “Yo sí lo supuse”. Al llegar a la casa nos inundó la
 nostalgia de pensar que ya no volveríamos a ver a Yuribí. Para mí era 
muy duro, porque era la hermana que yo más quería, y se había ido para 
la guerrilla dejándome sola, sin quién me apoyara, sin quién me 
defendiera del padrastro.   De ahí para adelante todo se complicó 
para mí. Me tocó aprender a cocinar. Nos turnábamos, una semana mi 
hermana que era melliza, otra el hermano que nos acompañaba cuando se 
fue Yuribí, y la otra semana yo. Porque mi mamá trabajaba como un hombre
 para darnos de comer y vestirnos. La situación con mi padrastro fue 
peor. A mí me pegaba cada rato, y a mi mamá también. Un día llegó mi 
hermano mayor y se iba a dar machete con él, pero mi mamita, con 
lágrimas en los ojos, se lo impidió. Todos estábamos cansados de esa 
situación.   A los días de haber ingresado a la guerrilla, mi 
hermana llegó a visitarnos. Nos contó que estaba bien, que allá era muy 
bonito, que se trataban como una familia muy unida. Pero en cambio 
nosotros le contamos que el padrastro se había vuelto insoportable, por 
lo que se puso muy triste. Cuando se fue a ir, se paró frente a él y le 
dijo que si llegaba a saber que él le seguía pegando a mi mamá y a 
nosotros, iba a venir y le iba a pegar unos tiros en las patas. Estaba 
furiosa. Y se fue nuevamente. Yo me desesperaba cada día más. Cuando 
tenía once años, un día él me pegó y yo, rabiosa, me fui para una 
quebrada y me quedé allá hasta que se oscureció. Pensé muchas cosas, en 
Yuribí, en la falta que hacía en casa y a mí. Rogaba que pasara la 
guerrilla por allí, para irme con ellos. Recordé lo que había pasado 
cuando niña y me decía que ese padrastro que yo tenía era un paraco y 
que debía morir. No quería regresar a casa y me acosté bajo una piedra 
grande.   Tarde en la noche me despertaron algunas luces. Volví a 
recordar la mañana en que amanecimos rodeados por los paracos y me dio 
miedo. Pero eran mi mamá y mis hermanos que andaban buscándome. Al 
encontrarme, me llevaron con ellos a casa. Pocos días después me 
encontré la guerrilla y les pedí ingreso, pero me dijeron que no, que 
cuando tuviera más años, que era una niña todavía y que primero debía 
terminarme de criar. Eso me obligó a tomar otra decisión, volarme de la 
casa. Me fui porque no aguantaba más. Mi mamá me trajo a la brava, pero 
yo me volví a volar. Tenía doce años y me junté a vivir con un señor de 
veintiocho. Pero no duré mucho con él, me dejó como a los tres meses. A 
los días, por fin ingresé a la guerrilla. Mi anhelo fundamental era 
encontrarme con mi hermana, y con un tío que sabía también había 
ingresado.  
 |  
  |   
 |   
 
 
 
Primer 
 
Anterior 
2 a 2 de 2 
Siguiente
 
 
Último
  
 |  
 
| 
 | 
 | 
De: Quico º | 
Enviado: 15/10/2012 23:11 |  
 Un mundo nuevo
  Aquí, en las filas de las FARC, ya todo 
era distinto. Todo era mejor para mí. Duré tres meses en curso básico. 
Fue una etapa muy interesante, porque aquí le arman la cabeza a uno 
primero y después las manos. Con el estudio entendí a fondo todo lo que 
yo había vivido. Comprendí que la pobreza no era por obra y gracia del 
espíritu santo, sino que había unos responsables. Que los culpables eran
 aquellos, que yo les había visto la cara cuando mataron a mi gente. Y 
que ellos eran dirigidos por el Estado. Y que el Estado estaba de 
rodillas ante un enemigo más grande, la oligarquía norteamericana. Y 
también me di cuenta que nosotros teníamos derechos, que cuando un 
hombre nace tiene los mismos derechos y deberes en la sociedad. Por 
tanto no tenía por qué haber pobres y ricos.   Comprendí también 
que ese cuento de Dios había sido una política impuesta por los 
capitalistas desde hace siglos, para que los pobres crean que ellos 
viven en la miseria porque así lo dispuso Dios. Y no se den cuenta de la
 realidad, que si somos pobres es porque una pequeña parte de la 
sociedad nos roba lo que nos pertenece. Y todavía hay muchos campesinos y
 trabajadores que le piden a Dios, todos los días, para que les mejore 
sus condiciones de vida, cuando en realidad al que hay que exigirle es 
al Estado que es el obligado a garantizarnos una mejor vida.   Al 
descubrir todo esto, me di cuenta de que había tomado el camino 
correcto. Y que estoy aquí es porque amo a mi pueblo y porque quiero que
 tenga una mejor vida. Amo a mi madre y a mi padre, pero no lucho sólo 
por ellos, sino por todos los padres y madres pobres que, al igual que 
mi familia, sufren en esa Colombia triste. Esta formación y conciencia 
la he adquirido gracias a la organización.   Después de tres años 
en filas me trasladaron de unidad y pude encontrarme con mi tío. Me 
alegré mucho. Y más todavía cuando unos días después me encontré con lo 
quien yo más anhelaba, mi hermosa hermanita. Nos abrazamos por un largo 
rato. Estaba muy bonita, gordita y fortalecida, hablamos muchísimo y 
estábamos felices de hallarnos juntas. De estar luchando por lo mismo y 
con las mismas ideas. A las dos nos resultó muy fácil entender y asumir 
esta causa, habíamos pasado por la misma historia y habíamos sufrido 
mucho. Estábamos seguras de lo que estábamos haciendo. Permanecimos 
juntas cerca de un año. Ella era una excelente enfermera y yo acababa de
 pasar por un curso de enfermería. Compartimos juntas los momentos 
difíciles y los momentos felices. Cuando nuestros compañeros no estaban,
 dormíamos juntas y comíamos juntas. Nos queríamos muchísimo.   Recuerdo
 que ella gustaba de jugarse conmigo repitiendo una frase: Usted tiene 
que hacerme caso en todo a mí, porque de las dos soy la mayor. Entonces 
yo le contestaba que el cuatro esquinas, refiriéndome al Reglamento, no 
establecía diferencia alguna entre una hermana mayor y otra menor. 
Enseguida soltábamos la risa. Ella ayudaba mucho al tío, y me exigía que
 me preocupara más por él. La verdad era que entre los tres nos 
ayudábamos mucho. Después, mi hermana planteó ante los superiores su 
deseo de profesionalizarse aún más como enfermera. La trasladaron a otro
 lugar donde iba a ser posible cumplir su deseo.   Aquí en la 
guerrilla uno tiene el privilegio de prepararse en muchas cosas, sin el 
menor costo. Sólo tiene que comportarse correctamente. Tuvo unos ocho 
meses de preparación y después fue enviada a una unidad de orden 
público, para que pusiera en práctica todo lo que había aprendido. A mí 
me asignaron a servir como personal de planta en un curso de cuadros. 
Ahí tuve la oportunidad de aprender mucho en lo militar y en lo 
político, porque todos los días uno aprende algo nuevo. Uno nunca acaba 
de aprender todo, cada día aparece algo por aprender, el conocimiento es
 infinito. Después estuve en una comisión de organización de masas. Me 
encontré con mi hermana en tres ocasiones diferentes, en las cuales 
aprovechamos el tiempo al máximo para hablar y confiarnos todo.   No
 volvía a verla más. A pesar que la extrañaba mucho, no me indignaba con
 los mandos por ello. Las dos éramos claras y conscientes de que esta 
lucha es así, a uno lo necesitan en un lado y al otro en otro lado. Lo 
más importante es el aporte que se le haga a esta causa, lo más que uno 
pueda. Nos escribíamos de seguido, comunicándonos los errores y los 
éxitos que hubiéramos tenido. Y también nos corregíamos una a la otra 
por intermedio de esas cartas. Cerca de un año después me enteré de que 
había sido enviada a la columna al mando de Danilo y pregunté a los 
mandos si era cierto. Me lo confirmaron. La verdad me preocupé un poco, 
sabía que contra esa unidad los operativos eran duros y frecuentes, pero
 entendía la situación.   Una mañana escuchamos por las noticias 
que habían bombardeado un campamento de las FARC y que habían matado a 
Eliécer y otros 30 guerrilleros. Yo me dije que ojalá no fuera cierto e 
hice fuerza porque entre los caídos no hubiera alguno que yo conociera. A
 uno le duele la muerte de cualquier guerrillero, porque uno sabe que 
aún sin conocerlo, es un hermano de lucha que ha sufrido del mismo modo o
 quizás más que nosotros esta guerra. Pero le duele más cuando son 
guerrilleros que han compartido años al lado de uno. Pero también 
tenemos claro que una guerra, lamentablemente, se trae consigo los 
muertos de ambos contendores. Si fuera de otro modo, no sería guerra.   Cuando
 la noticia, yo estaba trabajando en una comisión. Unos tres días 
después fuimos recogidos para un campamento. Saludé con alegría a mi tío
 que se encontraba allí. Lo noté algo extraño cuando me dijo que 
teníamos que hablar ahora mismo. Estaba pálido. Yo le pregunté si se 
trataba de algo grave y él me dijo que sí. Me asusté enseguida y pensé 
en muchas cosas, pero en la que no pensé fue precisamente en la que 
había ocurrido. Nos retiramos unos metros del resto de la gente y 
entonces él procedió a decirme que a él ya los superiores le habían 
informado y confirmado que Yuribí había muerto. Y que lo habían 
encargado de la tarea de comunicármelo.   Quedé sin palabras. En 
el instante no me salían las lágrimas. En lo primero que pensé fue en 
plantear que me enviaran a pelear, para matar muchos soldados como 
venganza. Pero luego me entró el dolor y el llanto, y reflexioné. 
Nuevamente sentía que me estaban arrancando el corazón, se trata de algo
 muy duro, algo que uno entiende pero que no le permite resignarse. 
Perder al ser más querido, al que me había acompañado en las buenas y en
 las malas. Eso es terrible, no es lo mismo decirlo que sentirlo. Fueron
 días muy tristes para mí, pero gracias a mi tío, a mi compañero y al 
conjunto de la guerrillerada que se solidarizaron completamente conmigo,
 empecé a pensar en superarlo. A todos ellos también les dolía, porque 
mi hermanita era una mujer muy sencilla y se hacía querer mucho de los 
guerrilleros. Gracias a todos ellos concluí que lo que quedaba era 
seguir en la lucha, con más fuerza y con más razones que antes.   Mis reflexiones
  Después
 escuché en las noticias hablar al presidente Santos y al ministro de 
defensa. Estaban orgullosos y felices por haber matado en realidad a 
once jóvenes, entre ellos tres mujeres de las que la mayor no pasaba de 
los 23 años. Qué miseria de presidente tenemos los colombianos. Cree que
 matando gente va a lograr doblegarnos o bajar nuestra moral. ¿Pues 
quiere que le diga una cosa, señor Santos? Se equivoca. Cada vez que 
muere un guerrillero nosotros luchamos con más fuerza y con mayor razón 
que antes. Si hoy mata usted cinco guerrilleros, mañana ingresan diez 
porque nuestra lucha la apoyan las masas, la gente pobre de este país 
que somos la mayoría.   Tenga también en cuenta que cada vez que 
muere un guerrillero, usted se echa encima una familia más. Por eso cada
 vez que en sus discursos dice que quiere la paz, que está cansado de 
esta guerra, nos produce risa, porque sabemos que usted no tiene la 
menor idea de lo que es la guerra. Usted y su maquinaria de gobierno, 
los ricos de este país, han vivido toda la vida en palacios, sin que les
 haga falta nada, con plata hasta para tirar para lo alto. Gracias a lo 
que nos han robado a nosotros. Por eso tenemos claro que ni usted ni su 
grupo va a sacar un solo centavo de sus bolsillos para mejorar la vida 
de los colombianos, eso nunca lo harán. Al menos por las buenas.   Personalmente
 yo tengo una duda, señor Santos. Si usted es un robot o un ser humano. 
Porque de humano usted no tiene nada. Sólo una máquina actúa como lo 
hacen ustedes los capitalistas, oligarcas, pipi yanquis o como quieran 
llamarlos. A usted no le queda nada bien el papel de hipócrita que lo 
han puesto a jugar los gringos. Cualquiera que escucha sus palabras sin 
conocer su pasado pensaría que está hablando un revolucionario. Mentira,
 pues mientras públicamente dice que hay que luchar para reducir la 
pobreza, en realidad obra como lo dijo Fidel en un discurso: “no matan a
 las enfermedades matando a los enfermos, no matan la ignorancia matando
 a los ignorantes”. Ya lo decía el Che Guevara: “Las palabras no se 
encuentran con los hechos, y si se encuentran no se saludan, porque no 
se conocen”.   Menos mal que los colombianos dejamos ya de ser 
pendejos. Ya no prestamos atención a las palabras, sino a los hechos. 
Esa máscara que usted tiene no le queda nada bien, señor Santos. Fíjese 
que hay una diferencia muy grande entre ustedes los oligarcas y nosotros
 los revolucionarios. Nosotros nunca nos alegramos cuando muere un 
soldado, porque sabemos mejor que nadie que esos soldados que mueren 
todos los días son campesinos, son gente pobre al igual que nosotros. Y 
porque ellos están de ese lado es porque los obligan a pagar servicio, o
 se ven en la necesidad de hacerlo para ganarse un sueldo y alimentar 
sus familias. O están engañados. Nosotros hemos sido formados con la 
concepción de tenerle un profundo respeto al enemigo. Aquí, ni aun 
siendo prisioneros de guerra, se permite maltratar a un soldado con 
malas palabras. El comandante Manuel Marulanda luchó toda la vida porque
 no se llamara chulos a los soldados.   Sé que esos soldados 
ignoran que esta guerra es una lucha de clases que enfrenta a los ricos 
contra los pobres y viceversa. Sé que muchos de ellos no se han 
preguntado aún de qué lado son. Si del lado de los ricos o del lado de 
los pobres. Yo quiero invitar a los soldados que combaten al servicio de
 los ricos a una reflexión: ¿Qué es mejor, sacrificarnos y sufrir un 
tiempo, o vivir mendigando toda la vida? ¿No se han preguntado por qué 
los hijos de los ricos no van al combate a exponer sus vidas por su 
clase? ¿Qué es mejor, morir por nuestra clase o morir defendiendo los 
intereses de los que nos han robado todo? Si morimos defendiendo a los 
nuestros, la historia nos tendrá como mártires, pero sí morimos 
defendiendo a las transnacionales la historia nos juzgará como 
traidores. ¿Qué prefieren?   En cuanto a Santos, quisiera 
dedicarle el disco de Diomedes Díaz que se titula Judas. Y esto no lo 
está diciendo un comandante de las FARC, o un intelectual, esto se lo 
dice una guerrillera de base que apenas cuenta con veinte años de edad. 
Pero eso no quita que esté diciendo la purita verdad.   No cuento 
esta historia para elogiarme, sino para que todos conozcan esta 
realidad, que es sólo una de las que todos los días y a cada rato 
vivimos los colombianos. Y para que todos puedan preguntarse y juzgar si
 nuestra causa es justa en realidad o no.   También quisiera 
responderle al vicepresidente Angelino Garzón, a ese traidor a su clase 
que quizás cuánto dinero recibió, para después de haber liderado los 
trabajadores ponerse al servicio de los que los explotan, a quien se le 
llena la boca denunciando que las FARC reclutan a menores de edad, a 
verdaderos niños. ¿Por qué cuándo enviaron las bandas a matar a nuestros
 padres, hermanos, y hasta los mismos niños no salieron a defendernos? 
¿Por qué no salieron a pelear por los derechos humanos? Porque está bien
 claro, no lo hacen por los niños, lo hacen con el propósito de 
desprestigiar las FARC.   ¿Saben qué les decimos los que 
ingresamos de niños a la guerrilla? Como ustedes desde niños nos están 
atacando, a nosotros nos toca defendernos desde niños. Tengan claro 
usted y todo el país, que aquí nadie es obligado o forzado a ingresar. 
Por el contrario, nos toca rogar y explicar una y otra vez por qué no 
hay más remedio que recibirnos. Porque la guerrilla tiene unas normas de
 reclutamiento que en ciertos casos excepcionales como el mío toca 
trasgredir.   También quiero invitar a los trabajadores, 
campesinos, estudiantes, mineros, indígenas, intelectuales y a todo el 
pueblo en general, a que dejemos las diferencias a un lado y a que 
marquemos una ruta. Unidos para enfrentar a nuestro enemigo, que es el 
enemigo de todos, el imperialismo, el capitalismo, al que solo de ese 
modo podemos derrotar. Porque esta lucha no es una lucha de las FARC, 
sino una lucha de todos los que pertenecemos a la clase de los 
explotados.   Cada vez que hay un bombardeo, o muere un líder de 
una comunidad, o un niño, o cualquier ser humano, yo me pregunto: ¿Hasta
 cuándo este pueblo seguirá soportando eso? ¿Cuántos muertos más habrá 
que poner para que el pueblo todo se levante sublevado ante los que lo 
oprimen y asesinan? Quisiera decirles que ya es hora. Ya hemos puesto 
muchos muertos.   Digan ustedes si es justo que mientras aquí unos
 están entregando sus vidas para cambiar este régimen criminal, ustedes 
permanezcan frente a la televisión, alienados e idos del mundo, de la 
realidad, embelesados con novelas y realities. ¿Algún día se han 
preguntado si eso es justo? La televisión, las películas y programas son
 diseñados por nuestros enemigos para mantenernos controlados. No les 
demos ese gusto, apaguemos la tele. Vamos a la calle a apoyar a aquellos
 que luchan por un cambio en este país. No quiero decir con esto que la 
única forma de lucha sea empuñar un fusil en las filas de las FARC. No. 
Hay muchas otras maneras de luchar, desde los sindicatos, desde la 
escuela, desde el barrio o el partido, protestando, reclamando, 
exigiendo. No podemos es quedarnos con los brazos cruzados.   Preguntémonos
 ¿Por qué en los países vecinos la gente vive en otras condiciones y 
trabajan por construir una vida más digna? ¿No será porque los gobiernos
 de esos países son revolucionarios, representan de verdad al pueblo, 
son gente que han sufrido y luchado por los cambios? ¿Por qué si en 
Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Bolivia, el mismo Brasil o 
Argentina están cambiando, en Colombia seguimos igual?   Es cierto
 que las FARC iniciamos unos diálogos. Pero eso no quiere decir que ya 
va a haber un cambio. No puede olvidarse que sólo los pueblos hacen los 
cambios. Cuando el presidente dice queremos la paz, al mismo tiempo está
 diciendo vamos a matar a la insurgencia. ¿Qué bueno puede esperarse de 
un señor como ese? Así y todo sueña con volver a ser presidente, qué 
vergüenza.   Debería darle vergüenza ver que él con bombas, 
aviones y hasta misiles no ha podido ni podrá acabar con miles de 
campesinos armados tan solo con un fusil para defenderse. Que la única 
manera de matarnos sea cuando estamos durmiendo, con aviones y bombas de
 hasta quinientos kilos. Porque por tierra está por ver a quien le va 
peor. A pesar de eso, nosotros tenemos a los soldados como hombres 
verdaderamente valientes. Aunque cuando obtienen victorias, 
lamentablemente son los generales los que ganan condecoraciones, cuando 
desde Bogotá no han hecho otra cosa que despachar órdenes. Por eso estoy
 segura de que algún día ellos van a hacer conciencia y van a oponerse a
 que nos sigamos matando entre nosotros mismos. No van a permitir que 
los sigan utilizando como carne de cañón.   Señor Santos, y todos 
los ricos de este país, ¿Por qué no mandan a sus hijos, o sus familias, a
 que peleen en la línea de combate? Para que sepan lo que es perder a un
 ser querido, para que prueben el sinsabor de la guerra. Y dejen de 
estar aprovechando de las necesidades de los colombianos. ¡Defiéndanse 
ustedes, no pongan a otros a que los defiendan! Pero tengo fe en que 
esto no va a durar mucho.   En nombre de todos los mártires como 
Alfonso Cano, Raúl Reyes, Iván Ríos, Jorge Briceño, Danilo García, 
Yuribí, Francy, Betty, Yuli, Dairon, Jawin, Farley, y todos los 
guerreros y guerreras que han caído en el fragor de la lucha, invitamos 
al pueblo colombiano a ponerse de pie y luchar unido. Porque la unión 
hace la fuerza, unidos venceremos. Pongamos fin a tanta muerte, no 
permitamos ni una sola más. Elevemos un grito todos: ¡Basta ya! Y si es 
preciso, vamos a hacer una revolución.   Montañas del Catatumbo, octubre de 2012.
  
 
http://resistencia-colombia.org/index.php/farc-ep/articulos/2441-la-cronica-de-lizeth-escrita-por-ella-misma 
 |  
  |   
 |   
 
  |  
  |   
|   |  
 |  
| 
©2025 - Gabitos - Todos los derechos reservados |    |   
 |   
 
  |