El régimen dirigido por el
sátrapa heredero del perro fascista Francisco Franco, Juan Carlos de
Borbón y gobernado en actualidad por los neofascistas del PP, obliga a
los latinoamericanos que se llamen “Lenin” a cambiar de nombre.
Como muestra de la más absoluta
enajenación mental de quienes gobiernan el país, ofrecen a los
inmigrantes una alternativa: llamarse “Vladimir Ilich”.
ANDRÉS MUÑIZ / Público.- Llamarse Lenin de nombre de pila en España está prohíbido.
La razón es que invita a confusión, porque el “sentir popular” -errado-
piensa que es un apellido, aunque en realidad fue el seudónimo del
líder de la revolución rusa de 1917.
Este rocambolesco argumento es el que
esgrime el Gobierno en una respuesta parlamentaria por escrito que ha
enviado al diputado de IU Gaspar Llamazares, que se
había interesado por los motivos por los cuales los jueces del Registro
Civil prohíben en España la inscripción del nombre Lenin, frecuente en
América Latina, a un extranjero que obtiene la nacionalidad española,
obligándole así a cambiar su denominación de origen.
El Ejecutivo destaca que los que se llaman Lenin deben sustituir su nombre en
el registro por “otro ajustado a derecho”, ya que el mote del líder
bolchevique infringe las normas del Registro Civil. En concreto, añade
la respuesta, “según doctrina reiterada de la Dirección General de los
Registros y del Notariado, están prohibidos los nombres que hagan
confusa la identificación de las personas”.
Esta circunstancia concurre “cuando el
nombre pretendido puede ser confundido con un apellido”. Pero la
realidad es que Lenin no era el apellido de Vladimir Ilich Ulianov, sino su sobrenombre.
Pero para este contratiempo impuesto por
la realidad tiene también contestación el Gobierno: “Esta doctrina –la
de que un nombre se confunda con un apellido– se extiende por identidad
de razón a los supuestos de hecho donde el nombre pretendido se
identifica con un seudónimo que para el sentir popular se puede entender
como apellido –independientemente de qué personaje en concreto
ostentase tal seudónimo–”.
Así sucede, continúa la respuesta, con
Lenin, que “es identificado con el apellido de un personaje histórico
aunque el mismo correspondiera sólo al seudónimo con el que fue conocido
dicho personaje”. O sea, que el sentir popular manda, aunque esté
completamente equivocado como es el caso.
Además, el Ejecutivo da una salida a los
admiradores del revolucionario ruso: “Cuestión distinta sería que lo
que se tomara del personaje histórico en cuestión fuera el nombre, en
cuyo caso no habría obstáculo legal”. Llamarse Vladimir Ilich, entonces,
sí es correcto, o lo que es lo mismo, no está amenazado por algún
sentir popular.
El diputado Llamazares recordó que en la actualidad son aceptados nombres de fantasía o históricos,
por lo que no entendía lo de Lenin. Desde 1977, la Ley suprimió la
referencia al nombre impuesto en el bautismo católico, y estableció la
libertad de imposición de nombres con el límite del “respeto a la
dignidad de la propia persona”. O lo que es lo mismo, se prohibían los
nombres que, “por sí o en combinación con los apellidos, resulten
contrarios al decoro de la persona”.
También están vetados los que induzcan
en su conjunto a confusión en cuanto al sexo del nacido; poner el mismo
nombre que ostente uno de los hermanos, a no ser que hubiera fallecido; y
los que hagan confusa la identificación, que es a lo que se agarra el
Gobierno para prohibir llamarse Lenin.
Llamazares también reclamaba en su
pregunta que se unificaran en la práctica los criterios del Registro
Civil, “a la luz de la realidad social y cultural de un mundo
globalizado”, y se evitaran casos, como ha ocurrido, en que un juez
conceda la inscripción de un nombre que por otro juez se prohíbe.
En este terreno, la respuesta dice que
el Ministerio de Justicia es consciente de los problemas derivados de
esa disparidad de resoluciones que pueden producirse, y de la
importancia de la inscripción del nombre elegido, entre otras cosas, al
afectar al derecho al libre desarrollo de la personalidad. Por ello,
anuncia que está clarificando y unificando criterios que plasmará en el futuro en una instrucción.
La imposibilidad de llamarse Lenin ya
estaba instalada en España en los años treinta del siglo XX, como le
ocurrió a un vecino de Lugo que quiso llamar a un hijo como el líder
ruso, y a la hija, Igualdad. El resultado, que Público contó en junio de 2011, es que el cura se negó a refrendar con agua bendita este bautizo.