Cuando los medios nos informan de un nuevo suicidio
relacionado con la crisis, adoptan esa mezcla de monotonía y respeto,
como la que mantendríamos en un funeral. Sin decir más que lo necesario,
se limitan a publicar los detalles de la nota de prensa. De todas
formas, todos sabemos cómo interpretar la noticia: es una nota fúnebre
al drama de los desahucios de viviendas en nuestro país. Algo que nos
recuerda la gravedad existencial de la crisis económica, al mostrarnos
gente que no puede seguir viviendo cuando pierde aquello en lo que tanto
esfuerzo había invertido.
En
España se suicidan entre 3.100 y 3.500 personas cada año, una media de
8-9 personas al día, todos los días.
Sin embargo, nuestro país tiene una
de las tasas de suicidio más bajas de Europa, 6 suicidios al año por
100.000 habitantes, solo Grecia tiene una tasa menor (3,6).
En 2008 los
suicidios aumentaron un 6% (3.457), en 2009 se mantuvieron en al mismo
nivel, y en 2010, el último dato publicado por el INE, descendieron un
8% (3.145) alcanzando el mínimo histórico de los últimos 20 años.
Por otro lado, los datos referentes a la crisis no dejan
lugar a dudas sobre la gravedad de la situación. En cinco años el
número de parados se ha triplicado, pasando de algo menos de dos
millones en 2007 (8% de la población activa) a casi seis millones en
2012 (un 25% de la población activa). Los desahucios también están
aumentado hasta niveles históricos, crecieron un 22% entre 2010 y 2011, y
un 18% entre lo que llevamos de año y las mismas fechas del año pasado.
Querer trabajar y no poder hacerlo, querer formar parte de la sociedad y
que no haya sitio para ti, que te quiten la casa y no tener dónde ir...
son experiencias muy duras, verdaderos traumas que afectan cada vez a
más gente, y que indirectamente merman las ilusiones y la alegría de
todos los demás. Por eso, parece normal pensar que los suicidios están
aumentando, que no hay solución y que la gente, desesperada, opta en
masa por quitarse la vida.
Sin
embargo, aún no hay datos que confirmen esta idea. La estadística de
“Defunciones por causa de la muerte” donde se recoge el dato de
suicidios se publica con bastante retraso (algo normal en toda Europa),
por lo que los dos últimos años, quizá los peores, no aparecen
reflejados. Aún no sabemos como está respondiendo la población ante este
aumento sin precedente de los desahucios, más allá de las noticias que
anuncian los suicidios con repercusión o interés mediático, mientras
pasan de largo del goteo constante de nueve muertos diarios.
De cualquier modo, los datos de que disponemos no nos indican que haya
una tendencia preocupante de aumento de los suicidios a causa de la
crisis. Existe una relación, sí, pero por ahora es menos grave y más
compleja de lo que nos presentan algunos medios.
Lo
que produce incrementos en la tasa de suicidios no es el aumento de la
pobreza, sino el cambio repentino (crisis) de una situación social a
otra.
Según la teoría del suicidio anómico de
Durkheim (publicada en 1898), cuando se producen grandes cambios
sociales, se trastocan los referentes sociales y morales, y se rompe la
relación directa entre lo que queremos y los medios disponibles para
lograrlo. La anomia es la falta de normas sociales que nos indiquen qué
tenemos que hacer para conseguir aquello que queremos o que se supone
que tenemos que querer. En otras palabras, que “la sociedad” nos propone
una serie de metas a lograr, pero no nos ofrece un modo lógico de
alcanzarlas, por lo que caemos en la desesperación y la vida pierde
sentido.
Tener un coche, una casa
en propiedad, un trabajo estable, acceder a bienes de consumo... son
objetivos sociales que han sido ampliamente aceptados, y cuando la
crisis económica nos arrebata toda posibilidad de lograrlos, la vida que
nos habíamos imaginado pierde su sentido. Hasta que recuperamos el
aliento y decidimos seguir adelante.
Los datos
actuales confirman esta idea: en los últimos 10 años, los incrementos en
la tasa de suicidios han coincidido con un cambio de tendencia en la
tasa de paro. En 2008, el año que comenzó la crisis, el aumento del
desempleo en un 67% (entre diciembre 2007 y diciembre de 2008) se
corresponde con un incremento del 10% de suicidios entre la población de
15 a 65 años (entre los mayores de 65 años bajó un 1%). Lo mismo sucede
en 2002, cuando un incremento del paro en un 14% se corresponde con un
incremento del 7% en el numero de suicidios de personas en edad
laboral.
Como vemos, la relación está muy lejos de ser directa.
Además, a partir de 2009 los suicidios se equilibran e incluso bajan más
aún que en los años de bonanza económica. La gente entiende que se
trata de un problema social, y esa percepción nos ayuda a aceptar y/o a
afrontar mejor nuestra situación como algo colectivo.
Aparecen además movimientos sociales que tienden nuevos lazos de
solidaridad y nos ayudan a repensar los problemas, a reconstruir en
conjunto nuevos objetivos vitales y a buscar nuevas vías de
colaboración. También se refuerzan las redes de apoyo familiar,
recuperando algunas de las viejas razones para vivir. Los mayores de 65
años, por ejemplo, han registrado el mayor descenso en sucidios en 2010
(10%), quizás porque ahora son más importantes para sus familias.
Este relato, sin embargo, es provisional. Recordemos que aún no sabemos
el efecto que tendrán los desahucios de los dos últimos años sobre la
tasa de suicidios, porque es especialmente penoso cuando la gente con
pocos recursos pierde además la casa. Esperemos que no sea tan grave
como vaticinan los “expertos” más alarmistas, porque presentar a la
población atacada por la crisis como aquejada también por “una oleada de
suicidios” es proclamar su desesperación y su impotencia, y hacer de
menos a una población que está respondiendo con creatividad y
solidaridad ante los problemas colectivos.
Esperemos
también que esos constantes 3.000 suicidas anuales encuentren nuevas
razones para vivir, quizá en la lucha por los derechos sociales. Hagamos
que la vida tenga más sentido más allá del bienestar económico, y
cambiemos ese ideal de progreso y consumo por uno de justicia,
resistencia y dignidad social.
Aunque sea para
argumentar la necesidad de un cambio político y social, los suicidios no
son buenos argumentos. Un suicidio es una llamada de atención para los
que se quedan, pero también es una carta de rendición, y ahora más que
nunca tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad personal en
la construcción de una sociedad más justa.